Por Miguel González T.
A la memoria de Pedro Lemebel
Oscar salió huyendo de la discoteca pues supo que estaba en peligro.
¿Qué mal he hecho? –se preguntó– Tal vez fui muy efusivo al demostrar lo contento que estaba –se dijo– al tiempo que comenzó a disminuir la velocidad de su carrera y tomó el camino más corto para llegar a casa, ése que cruza el parque.
Mientras avanzaba, casi al trote, pensaba que durante toda la semana estuvo preparándose para ir a bailar, de hecho fue de shopping al Mall por unos vaqueros, polera y cazadora. Recordó también que en su trabajo, fue objeto de bromas por parte de sus compañeros: “¿Estás enamorado, tienes un amorcito? –le decían– debía ser por lo feliz que me veían.
Cuatro horas antes, al entrar a la disco, causó sensación. Su vestimenta era la esperada para su edad; ajustada y pegada al cuerpo lo que hacía resaltar su figura dándole un toque sensual, haciendo que la imaginación de los mirones volara con alas de libertad. En la pista de baile brilló con luz propia -todos quieren estar conmigo –pensaba– Fue así como un muchacho lo invitó a beber un trago: “tequila y limón”. Se sentaron alrededor de la mesa, que estaba iluminada por una lámpara que asemejaba una sirena. Conversaron de cualquier cosa, casi a gritos para poder escucharse, pues la música envolvía todo el lugar, aun así, no pudieron dejar de mirarse a los ojos. Todo es maravilloso -se decían- Su mente y cuerpo le ordenaban dulcemente: “déjate llevar”. Pero sentía que también había nubes negras acechándolo. Es extraño –pensó- Si me siento tan feliz, ¿por qué tengo temor de exteriorizarlo?, ¿será correcto este sentimiento?, ¿tendré derecho a experimentarlo? No fue capaz de negarse cuando el muchacho lo invitó a bailar. Menos si se trataba de su tema preferido: “Is it a Crime”, de Sade.
Durante el baile el muchacho lo atrajo hacia sí y le dio un beso que lo hizo estremecer, un beso correspondido, un largo beso, llenó de amor y de deseo. Eso fue lo que les molestó –pensó– no pudieron soportar verme feliz; por eso me golpearon –concluyó–
Estaba bailando, cuando sorpresivamente un grupo de hombres, sin motivo aparente, comenzaron a golpear al muchacho que estaba con Oscar; destrozaron sus ropas, lo derribaron y continuaron golpeándolo con los pies. Oscar estaba aterrorizado. Debo huir, no quiero morir así –se dijo– y salió corriendo del lugar a toda prisa. Lo último que vio fue la cara del muchacho bañada en sangre. Creo que les molestó tanta demostración de felicidad, se sintieron ofendidos –afirmó– mientras corría.
Oscar iba al trote por el parque, era casi de madrugada. No había luna, aunque se veían algunas estrellas. Todo estaba oscuro, lleno de sombras que asemejaban figuras grotescas, de largos brazos que pretendían atraparlo. Un sentimiento de vergüenza y de culpa embargaba su corazón. Creo que no debí haber usado ese tipo de vestimenta, debí ser más discreto, haber disimulado mi condición, y nunca debí haber pretendido un beso de un hombre en público –reflexionó–
El viento traía desde lejos sonidos de música, agudizaba el oído, era la canción “Suedehead”, de Morrisey, tema por el que había rogado al DJ, que incluyera en el repertorio de esa noche y que pretendía bailar a continuación del tema de Sade. Sentía temor, pues sabía que si era alcanzado por los hombres que venían tras él, perdería su vida, pero aun así, deseaba ser besado, mucho e intensamente. Deberé vivir como Sebastián Melmoth -pensó- mientras seguía corriendo.
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“El joven” pertenece al libro de cuentos Helga de Berlín y otros relatos, de Miguel González T.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…