Por Miguel de Loyola

En Amiga Mía, Teresa Calderón estremece al lector a través de un relato visceral, directo, provocador. Una historia que devela derroteros e incertidumbres de dos personajes femeninos representativos de nuestra época, intelectuales, profesionales, marcadas por las vicisitudes y por la contingencia, pero   blindadas por aquel sentimiento sempiterno de la amistad.

Habría que partir rescatando en la novela ese valor hoy por hoy extraviado en medio del fragor competitivo que separa día a día a los individuos. La amistad aquí de dos amigas, responde a ese ideario idealista que la modernidad todavía no ha podido echar del todo abajo, como lo ha conseguido con otros valores importantes del espíritu, despojando al hombre de sus más humanas esencias, y dejándolo pura cáscara, puro esqueleto, vacío de valores y sentimientos.

Isabel y Catalina son amigas de infancia, y se han venido ayudando mutuamente a lo largo de la vida. Sin embargo cada una vive lo propio, porque bien sabemos que nadie puede vivir por otro, a pesar del amor, la amistad, y el cariño entrañable que enlaza las vidas.  Las dos mujeres se parecen, se  podría incluso señalar que son la misma cara de una moneda, ambas  están marcadas por cierta fatalidad impuesta por la contingencia social, pero por sobre todo por aquel mal que asola hoy por hoy a muchas almas del planeta, y que termina por derruirlas a pesar de los esfuerzos y hallazgos milagrosos de la ciencia. El flagelo de la depresión, las lleva a la consulta psiquiátrica y al tratamiento respectivo, a terapias psicoanalíticas tan propias de las sociedades modernas, y las que, al decir de Foucault, han venido a reemplazar el poder pastoral de la iglesia, y muy concretamente el de la iglesia católica. No sabemos, por cierto, si este cambio radical ha dado mejores frutos. En Amiga mía, parece que no, porque Isabel se hundirá en el pantano del caos y la locura, sin lograr sobrevivir su fracaso matrimonial, ni tampoco la infidelidad de su esposo.  

Cabe preguntarse aquí por el poder de sanación prodigado por el perdón en las antiguas prácticas del poder pastoral ya mencionado, un ritual que hoy poco se admite, dada la soberbia y egocentrismo del hombre moderno, quien mediante la razón busca explicarlo todo, condenarlo y regularlo todo también mediante la promulgación de leyes absurdas. En Amiga mía, desde luego,  no lo hay, no hay perdón, y veremos sucumbir a Isabel y también a la misma Catalina por el despeñadero de la locura y el odio hacia el esposo infiel en el primer caso, hacia los falsos amantes en el segundo.

En ese sentido, Amiga Mía se transforma en una denuncia de dos almas heridas buscando el desahogo página a página. Una catarsis que no llega en el presente ni tampoco es posible entrever en el futuro, sino sólo en el pasado, en medio de la infancia y juventud de estas amigas, sólo entonces marcada por la alegría natural y propia de la vida. Desde luego hay su buena dosis de fatalidad en estas vidas rotas, en estos espejos resquebrajados que resumen en sus trozos las vidas de ambas amigas, o  más bien presencia constante y determinante de Tánatos,  de esa fuerza de la destrucción y muerte tan bien descrita y tratada por la cultura griega hace más de dos milenios para personificar las fuerzas negativas en lucha constante con las positivas. Una lucha que no termina, persistente mientras hay vida, mientras hay ansias de ser.

La prosa poética y el decir llano de una escritora cuya pluma no titubea, hacen de Amiga mía un libro abierto a su lectura, permitiendo al lector escudriñar paso a paso los laberintos más secretos del alma femenina de nuestro tiempo, focalizada y ambientada en nuestra propia cultura. En sus páginas late el Chile moderno, y en la estructura de la novela, esa complejidad de la llamada posmodernidad que todavía atraviesa atomizando nuestros mundos.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Diciembre del 2014.