Por  Ramiro  Rivas  Rudisky

Existe una pregunta que los estudiantes de talleres literarios no se formulan. ¿Qué es realmente la literatura? ¿En qué se diferencia un texto correctamente redactado de una pieza literaria? Preguntas esenciales al momento de escribir.

Para despejar dudas es oportuno recurrir a teóricos de la literatura. Tomemos a Roland Barthes. ¿Qué dice el maestro? Que es necesario empezar por lo básico: la lengua. Es decir el idioma que empleamos a diario. “La lengua está más acá de la literatura”, afirma. ¿Y el estilo?, nos preguntamos. “El estilo casi más allá: imágenes, elocución, léxico, nacen del cuerpo y del pasado del escritor y poco a poco se transforman en los automatismos de su arte”. Es decir, con ese cúmulo de elementos el escritor va creando un mundo aparte, un espacio diferente del habitual, enriquecido por la experiencia, por lo vivencial. Con estos componentes hemos creado una forma de escribir, un estilo personal que nos diferencia del lenguaje periodístico, por ejemplo, que se preocupa de informar, de expresar la noticia desprovista de adornos y adjetivaciones que no ayudan al relato o descripción de la noticia, en donde la atención del lector es efímera.

Pero para el que escribe, para el escritor novato que busca un estilo literario que lo destaque del resto, ¿qué debe hacer? Volvamos a Barthes: “Pero toda forma es también valor, por lo que, entre la lengua y el estilo, hay espacio para otra realidad formal: la escritura.” Acá ya entramos definitivamente en el campo de la creación literaria. Porque el teórico nos dice que lengua y estilo son fuerzas ciegas y la escritura es un acto de solidaridad histórica. Es decir, que la lengua y el estilo no son más que objetos y la escritura “es una función, es la relación entre la creación y la sociedad, el lenguaje literario  transformado por su destino social, la forma captada en su intención humana y unida así a las grandes crisis de la Historia.”

La escritura, por tanto, es el corazón de la literatura, lo que la diferencia de las demás formas de expresión escrita. Cada escritor debe trabajar por construir un tono, una forma expresiva, un ethos, para individualizarse del resto. Un escritor no llega a la literatura de la nada. Toda su escritura viene sustentada por el peso de la Historia y la tradición. Ninguna obra literaria funciona como una intemporalidad, ajena a las formas literarias. Toda obra funciona bajo un compromiso con la sociedad que le ha tocado vivir. No hay literatura inocente. Cortázar opinaba que “las novelas se escriben y leen por dos razones: para escapar de cierta realidad, o para oponerse a ella, mostrándola tal como es o debería ser.” Son dos opciones válidas. Los escritores más inquietantes son los que optan por la primera. Son los que transforman la realidad a su amaño, indagando en el inconsciente colectivo, vulnerando los cauces de la racionalidad. Los otros optan por la mímesis, por reflejar la realidad en toda su crudeza, desprendiéndole ese aura de mitificación, de ocultamiento de la verdad. Ambas opciones son legítimas. Jorge Luis Borges y su inseparable amigo  Adolfo Bioy Casares fueron maestros en la dislocación de la realidad, creando mundos paralelos, oníricos y, por momentos, ominosos y cautivadores. La verosimilitud y la inverosimilitud parecieran neutralizarse y crear un mundo aparte que es la literatura. La literatura va más allá de todos estos presupuestos ideológicos y racionales, es una materia maleable y escurridiza que siempre nos va a conducir al terreno de las especulaciones. Ese es el atractivo del arte de crear, de dar forma a un cuento o una novela. El cuento siempre va a ser más libre, porque se refugia en la brevedad, en la insinuación y la ambigüedad. Posee una estructura más autónoma, puesto que no se le cuestiona ni la verosimilitud ni la irrealidad. La novela, en cambio, por el mundo global de sus personajes, la multiplicidad de tramas y acciones, el lector se siente con el derecho de exigir una causalidad más plausible, un mensaje más claro y efectivo.

El arte de la escritura es una ciencia de múltiples encrucijadas y caminos, de conocimiento e improvisación, de fantasía y realidad. No hay buena literatura desprovista de ese cúmulo de verdades y contradicciones, de negaciones y afirmaciones no siempre fieles a los cánones normales o a una ética o moralidad aceptada por la sociedad. La escritura es un pozo incierto, en donde los escritores eligen los elementos necesarios para estructurar sus creaciones. Los escritores jóvenes deben, antes de emprender este tortuoso camino de la escritura, explorar en todos esos materiales para desarrollar una obra convincente y de valor, no temer a la innovación y el desconcierto del lector, no dejar nunca de estudiar las fórmulas expuestas por los teóricos y escoger el camino más adecuado para su trabajo personal. Pero insistir siempre en lograr un tono, un estilo, una forma de escritura que lo represente y lo diferencie de los demás. Siempre será más interesante desmarcarse de la tribu a seguir la corriente de moda. Y no olvidar la claridad del texto, algo tan esencial como la escritura misma. No debemos dejar de pensar que nuestro trabajo creativo tiene una finalidad insoslayable: el  lector. Juez y último eslabón de un proceso largo y dificultoso.