Por Miguel de Loyola
La tregua, de Mario Benedetti, nos introduce lentamente en un drama desolador. El recurso del diario de vida, usado por el escritor para contarnos su historia, permite la aproximación y cercanía a lo cotidiano, al discurrir reflexivo y monofónico del personaje en torno a los acontecimientos pasados y presentes de su vida.
La información entregada en breves notas apuntadas en el diario, terminan por configurar un universo narrativo característico de la literatura latinoamericana de esos años, cuando la escritura buscaba retratar al hombre de carne y hueso atrapado en medio del implacable acontecer.
Un hombre viudo de cuarenta y nueve años, padre de tres hijos, Martín Santomé, se apronta a jubilar, cuando se enamora de una joven compañera de trabajo, de la misma edad de su hija. La relación amorosa que poco a poco se establece entre ambos, se mantendrá oculta por miedo a enfrentar el posible rechazo social a la diferencia de edad existente entre los amantes. Desde luego, la novela viene a cuestionar las imposiciones morales impuestas por una sociedad que discrimina frente a hechos como estos, prohibiendo las relaciones amorosas entre un hombre viejo y una joven muchacha. Pero también, en mi opinión, la novela de Benedetti denuncia la cobardía de estos amantes, quienes no son capaces de romper la camisa de fuerza impuesta por la sociedad que los recluye, apartándolos en la soledad de un apartamento clandestino arrendado por Martín para llevar allí una vida secreta.
En La tregua, Benedetti pone en conocimiento del lector las costumbres y características morales de una época que, como bien sabemos hoy, pronto se vendrá abajo, tras la llegada de la posmodernidad, derribando los muros de una moralidad restrictiva y castrante. Porque no sólo sentimos la represión hacia la pareja de Martín y Laura, vista además desde la perspectiva culposa del propio Martín, sino también claramente hacia la posible homosexualidad de su hijo, quien terminará huyendo de la casa con un destino incierto, y del cual la novela no volverá a informar. Recordemos que se trata de un diario de vida, y es Martín, padre de ese hijo, quien nos pone en conocimiento de los sucesos y pensamientos que lo embargan, ignorando deliberadamente el recuerdo del hijo, no por causa de sus propios problemas amorosos, sino claramente por su abierto rechazo y desprecio por los individuos de características semejantes. En la oficina hay un joven secretario a quien abomina por su estilo afeminado.
La Tregua pone en el tapete el tabú sexual de una época en que todavía se reprimían las libertades individuales, impidiendo las relaciones amorosas que no estuvieran dentro del marco moral establecido, condenando así a los individuos a vivir sus pasiones en la clandestinidad, y a correr los riesgos y consecuencias que dicha clandestinidad implica. Como de hechos lo vemos ocurrir en esta tregua, palabra que simboliza muy bien aquel espacio temporal oculto en medio de la tormenta, donde los amantes alcanzan a gozar de cierta felicidad. Aunque por causa de esa clandestinidad, de ese apartamiento inducido por las prescripciones morales, veremos surgir la mayor tragedia de los personajes. No sólo la de Martín, sino también la de su hijo Jaime.
La novela, por cierto, aborda también otros temas, porque en su sentido amplio recoge el grueso de la vida de Martín. Aunque habría que señalar que su estilo monofónico no permite acercarnos a la intimidad de otros personajes, remitiéndonos a un discurso autorreferente, que bien se podría cuestionar como tal. No sabemos mucho realmente acerca de Laura y de sus verdaderos sentimientos, como tampoco del sentir de los hijos de Martín. En ese sentido, la novela se cierra a la visión del protagonista, y el lector se ve forzado a creer en él, como el vocero de la verdad. Pero la historia va dejando muchos cabos sueltos, espacios en blanco por rellenar. También está el tema de la jubilación, de donde arranca el relato, aunque en la actualidad cuesta creer en un individuo jubilado a los cincuenta años, cuando la jubilación, para los hombres, sólo es posible a partir de los sesenta y cinco años. Este es otro aspecto revelador de los cambios sociales vividos a partir de mediados del siglo XX, y que la novela aclara a través de la situación laboral del protagonista.
El tono desencantado y melancólico del protagonista, recuerda a otros poetas y narradores del Río de la Plata. Manzi, Le Pera, Discépolo, Eduardo Mallea, Manuel Puig… quienes marcan y remarcan en sus obras la tragedia amorosa producto de la pasión, y podríamos definirla como una característica de la literatura que surge en este lugar del mundo, donde reina la nostalgia.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Julio del 2012.
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…