Por Mauricio Electorat

«La sintaxis de Modiano, su frase y sus historias son fragmentos, esquirlas de un pasado que reaparece al azar de un encuentro: una silueta vista de espaldas en el metro, una vieja libreta de teléfonos encontrada en un cajón, el suicidio de una mujer en un hotel contado por un barman…»

El jueves por la noche, en la televisión francesa, Patrick Modiano se declaraba francamente sorprendido de haber recibido el premio Nobel. Esto, que podría parecer una fórmula de politesse, era, creo yo, una declaración sincera. Los que seguimos a Modiano sabemos un par de cosas. La primera es que, en la conversación, no termina nunca sus frases, a veces, incluso, cae en silencios que pueden parecer inexplicables. Uno de ellos hizo historia cuando Bernard Pivot, el famoso periodista literario francés, le pregunta en su programa por el color verde en una de sus novelas, y Modiano responde, el verde… y entra en un mutismo absoluto durante uno o dos minutos que, en cámara, son una eternidad. La segunda es que esa sintaxis fragmentaria, vacilante, a veces decididamente trunca, no es solo propia de su expresión oral, sino que se encuentra, como un principio compositivo, diríamos, en sus novelas.

La sintaxis de Modiano, su frase y sus historias son fragmentos, esquirlas de un pasado que reaparece al azar de un encuentro: una silueta vista de espaldas en el metro, una vieja libreta de teléfonos encontrada en un cajón, el suicidio de una mujer en un hotel contado por un barman a alguien que se encuentra allí por azar, esas son los tipos de historias, las «hebras» de la trama narrativa que le permiten al protagonista algo que es fundamental en Modiano: la errancia. Pero no la del «paseante» baudelairiano, que se constituye «con los otros» en la ciudad, sino la del sujeto solo, sin profesión conocida, o ejerciendo oficios subalternos, cortado de sus raíces y de su historia. El extranjero en una ciudad que no le pertenece. Los personajes de Modiano son lo contrario del flâneur de Baudelaire: son «expulsados» y son, por eso mismo, hombres y mujeres solos. Hay, desde luego, una topografía de la ciudad en las novelas de Modiano, esa ciudad es París -calles, hoteles, cafés-, pero un París de barrios más bien periféricos, nocturnos o abandonados a la soledad de los días de verano. Ese París es un escenario de película, es la ciudad percibida por esos extranjeros de pasado dudoso y/o doloroso, personas que han cambiado de nombre y de vida, personas que quieren olvidar, pero cuyo pasado -o «algo» de ese pasado, una foto, una llamada telefónica, un rostro reaparece y los atrapa.

Las novelas de Modiano son siempre una pesquisa. Una pesquisa que tiene más de Sófocles que de Chandler, aunque el arte del gran escritor que es Modiano consiste precisamente en lograr que sus relatos se lean como novelas policiales. Su frase, depurada, sobria, arrastra una profunda carga poética que surge de la evocación. Sus personajes quieren o creen haber olvidado y no pueden. Hay algo de destino trágico en este universo, sus historias son tragedias menores, íntimas, inconclusas. Se ha dicho mucho que el tema de Modiano es la ocupación nazi y ese no es sino el telón de fondo de algunas de sus novelas: las calles del París abandonado a los nazis, departamentos vacíos, sujetos dudosos, negocios oscuros. Pero el tema de Modiano no es la ocupación nazi, no es la Historia, sino la historia, la suya, en primer lugar, la de personas como él. Hijo de padres ausentes, un padre de origen judío que hace «negocios» en el París ocupado y a quien ve muy de tanto en tanto, siempre en cafés o en plazas, criado, junto a su hermano, que muere siendo aún un niño, por una vaga amiga de la madre, una madre que los abandona para dedicarse a una «prometedora» carrera de actriz que en realidad nunca existió… El tema de Modiano no es la Historia, sino la identidad. «Escribo -decía Derrida- porque cuando digo yo, no sé quién es ese yo que dice yo». Esta frase bastaría para explicar toda la narrativa de Modiano. Esos fragmentos de vidas, que los personajes de Modiano recuperan como los vidrios de un espejo roto, nos hablan de nuestra propia identidad astillada en mil pedazos. La «tragedia» de ellos es la nuestra. Y la «tragedia» de ellos, como la nuestra, cuando nos la contamos, pareciera ser la de otros. Modiano le pregunta al lector: ¿estás seguro de que eres quien crees que eres? Y esa pregunta, formulada por una voz amiga, siempre se agradece. Quizás esa sea una de las cualidades de la gran literatura.

***

En: Artes y Letras de El Mercurio