Por Óscar Hahn
«La historia del tango “A media luz” demuestra una vez más que el realismo de un texto es independiente de la existencia o inexistencia de un referente real…»
Hace unas semanas estuve en Buenos Aires invitado al Festival Latinoamericano de Poesía. Me alojaron en un hotel de la avenida Corrientes, epicentro de la vida nocturna bonaerense. “Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las seis de la mañana, Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete de la tarde todos sus avisos luminosos”, dice Roberto Arlt en su libro Aguafuertes porteñas. Para muchos es difícil no asociar esa calle con la dirección más famosa de la música popular: Corrientes 3, 4, 8. Aparece en el primer verso del tango “A media luz”. Enseguida viene la descripción de un recinto destinado a furtivos encuentros eróticos: “No hay porteros ni vecinos. / Adentro, cóctel y amor”. Para continuar: “Y todo a media luz / que es un brujo el amor, / a media luz los besos, / a media luz los dos”.
Con la letra y la música del tango en la cabeza, partí en busca del legendario lugar. En el trayecto me fui deteniendo en las muchas librerías que hay en la calle Corrientes y que están abiertas hasta altas horas de la noche. En Santiago, un recorrido semejante me habría llevado de farmacia en farmacia. ¿Dirá algo acerca de nosotros que en Buenos Aires abunden las librerías y en Santiago las farmacias?
Después de una larga caminata, finalmente llegué a mi destino: el número 348. Ahí me sumé a un grupo de turistas que andaban buscando lo mismo que yo. Pero la decepción fue general. Sólo había un vistoso cartel rojizo, de metal, en el que destacaban con grandes letras ornamentadas el número y el nombre de la calle. Y adentro, nada que tuviera ni la más remota relación con el tango. “No somos los únicos burlados”, dijo un turista español. “También lo fue Pepe Carvalho”. Le pregunté: “¿Y quién es Pepe Carvalho?” “Ah, dijo él, ¿no lo sabe? Lea la novela Quinteto de Buenos Aires, de Vázquez Montalbán”.
La noche siguiente, en el lobby del hotel, conocí a un uruguayo fanático del tango. A través suyo me enteré de lo que realmente ocurrió. Edgardo Donato, compositor de la música, y Carlos Lenzi, autor de la letra, escribieron el tango, no en Buenos Aires, sino en Montevideo. Carlos Lenzi, que nunca había estado en Argentina, escogió el nombre de una calle que a él le sonaba como de mala reputación y un número cualquiera, y armó con ellos el verso de 8 sílabas que necesitaba. Así de simple. Cuando Edgardo Donato regresó a Buenos Aires unos años después, fue a la dirección mencionada en la letra, creyendo que el lugar existía, pero sólo encontró una zapatería y un puesto de lustrabotas.
Fui a una librería y compré la novela Quinteto de Buenos Aires. El protagonista es Pepe Carvalho, un detective español que llega a la capital argentina a buscar a un primo suyo que fue montonero en los años de la dictadura militar y que ahora está desaparecido. En el aeropuerto, el detective y una mujer llamada Alma abordan un taxi. De inmediato Carvalho le pide al taxista que los lleve a Corrientes 3, 4, 8. El taxista, de manera burlona, canta el segundo verso del tango: “Segundo piso, ascensor”. Cuando llegan a esa dirección, comprueban con estupor que no existe ninguna casa de citas, ni burdel, ni nada que se le parezca. Sólo hay una playa de estacionamiento. Alma desliza el siguiente comentario: “Los tangos son como las novelas. Siempre mienten”. Sorprendente observación, muy en la órbita de lo que dice Umberto Eco: “La semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir”.
La historia del tango “A media luz” demuestra una vez más que el realismo de un texto es independiente de la existencia o inexistencia de un referente real. En este caso, es como si el autor nos hubiera dicho: “¿Ustedes creen que ese pisito pecador es pura imaginación mía? Pues bien, se equivocan. Les voy a dar la dirección exacta donde está ubicado”. Las señas que presenta son signos, pero signos sin respaldo en el mundo real. Lo cual importa bien poco, porque está claro que textos que se ofrecen como representación fidedigna de la realidad pueden ser totalmente inventados, sin perder por eso ni su realismo ni su autenticidad. Es cierto, las novelas y los tangos siempre mienten, pero son mentiras verdaderas.
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Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.