A propósito de Siempre me roban el reloj, de Aníbal Ricci.

Por Lilian Elphick

Hay una constante, un hilo conductor en Siempre me roban el reloj, de Aníbal Ricci, libro que es difícil de clasificar según la antigua tríada aristotélica lírica-épica-dramática. Este engarce luminoso es el mito de Sísifo,  condenado a subir la roca montaña arriba, sabiendo que la roca caerá y deberá volver a subirla.

Me interesa lo que dice Albert Camus sobre el mito de Sísifo:

Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. (El mito de Sísifo, de A. Camus)

Aquí, esta impronta absurda se refleja en el deambular constante del personaje en busca de un centro. Ha sido despojado de las raíces primordiales que sostienen a la sociedad moderna: trabajo y familia. Sin estos ejes culturales, vaga por la ciudad cargando su peñasco de contradicciones, deseos y proyecciones. Como dice Camus, la tragedia se yergue porque Sísifo tiene conciencia. El personaje de Siempre me roban el reloj ha sido expulsado del mundo y camina, sin embargo, por él, al medio de él, relacionándose con la vida como si ésta pudiera darle lo que él necesita. El personaje está y no está, o existe de modo brutalmente efímero. Todo es volátil, fugaz. El tiempo funciona como un artilugio: un reloj que no es; por eso el título del libro es importante, nos revela una condición de existencia en el siempre presente de la narración, que actúa como diario de vida. Aníbal Ricci presente en su propia escritura de un modo absolutamente sincero, tremendamente verdadero, prefigurando así la función icónica de lo que se denomina mimesis o estado de verosimilitud con el estrato real.

En el libro, la mayor fuerza es la escritura misma. El libro es la génesis del libro, de cada palabra, el esfuerzo titánico de llevar cada idea a un proceso escritural lúcido y activo. Este esfuerzo significa conciencia, conciencia del accionar en mitad de la noche, a oscuras. La escritura no es fácil. Primero, hay que vivir:

“Vuelvo a inspirar y espirar; ahora nueve veces y más enfocado. Percibo el aire en mis pulmones y, esta vez, los instantes de paz se producen al dejar de exhalar, justo antes de volver a iniciar esta titánica labor de existir, la que nos hace empujar la roca hacia la cima del monte imaginario, realidad que experimento cada vez que termino de escribir un libro y me siento vacío, inquieto si no empiezo a buscar en otro rincón de mis pensamientos lejanos.” (Siempre me roban el reloj, de A. Ricci, pg.12)

O:

“No hay nada sobrenatural en la escritura que no está en los libros y cada uno sabrá adoptar estos nuevos conocimientos. Quizás algún día, ese conocimiento sea mutado en sabiduría. Mientras, intento escribir una mejor biografía, esperando que mi actuar sea cada vez más trascendente. Cada libro es un viejo maestro que me deja vacío, sin ideas ni emociones, en un limbo que vuelvo a enfrentar, con el único objetivo de mover la roca hacia una nueva cima.” (Ibídem. Pg.43)

Como se aprecia en estos dos párrafos, el protagonista concede importancia a su propio proceso de escritura. La sensación de vacío al terminar una obra lo lleva a escalar la montaña nuevamente, es decir, escribir de nuevo y así en un proceso infinito, al menos en la materia narrativa.

Alguna vez yo misma escribí, en papeles que no recuerdo, la frase: La vida me ata; la escritura me libera, muy similar a la cita que encuentro en este libro: Vivir no es necesario; navegar sí, frase de Pompeyo rescatada por Plutarco. El protagonista, el expulsado del mundo, pide limosna en el Patio Bellavista, va a Las Lanzas, en la plaza Ñuñoa, recorre la Plaza Italia en busca de una verdad que no encontrará con la mujer de curvas contundentes. Su único faro es la escritura. Ahí está la luz que lo guía a la autoconciencia, al intento de salirse de ese modo absurdo de existencia. La escritura lo hace ser; el resto, es ruido burgués, es el reloj robado por Sísifo, es la peregrinación incesante por una ciudad en ruinas, enmascarada, ficticia, como una película o una cita de Edgar Allan Poe que dice: “Todo lo que vemos o imaginamos/ es solamente un sueño/ dentro de un sueño”.

Siempre me roban el reloj nos hará despertar porque este libro es increíblemente lúcido y sincero; se arranca de las clasificaciones genéricas y, en este sentido, se proyecta como una obra única y veraz, sin las pretensiones de algunas narrativas contemporáneas que favorecen la escritura como un laboratorio frankensteneano o como un acto de narcisismo donde importa el autor más que lo narrado.

Termino esta presentación con Albert Camus:

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso. (El mito de Sísifo, de A. Camus)

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Presentación al libro Siempre me roban el reloj, de Aníbal Ricci. Jueves 31 de julio de 2014.