Por Miguel de Loyola

La posmodernidad ha redescubierto la importancia y la fórmula para imponer un relato, apropiándose (entre paréntesis) de un  término usado ayer preferentemente para hablar de  literatura, en tanto composición ficticia, creada por el intelecto de acuerdo a normas estéticas  concretas.

Hoy, en cambio, se habla del relato en términos de método para imponer una idea, un pensamiento, un programa, principalmente político, ideológico, ligado o en busca de la concientización ciega de las masas, pasando por el harnero previo del atontamiento sentimental que aturde hasta a los más astutos.  Tal y como se impusieron ayer los viejos relatos, aquellos supuestamente descartados por caducos por los filósofos de la posmodernidad. Constatamos así, la teoría del eterno retorno y del movimiento circular de la historia.

Tenemos hoy a nuestro haber, relatos al por mayor, relatos ecologistas,  vegetarianos, homosexuales, relatos en torno a la reforma tributaria, a educación gratuita, referidos al tratamiento de las aguas, la electricidad, la constitución política del Estado, etc, etc. Frente a cualquier asunto donde haya intereses de por medio veremos surgir nuevos y viejos relatos. Por cierto, todos estos relatos son capaces de justificarse a sí mismos como veraces, como instrumentos infalibles para la anhelada felicidad. Hemos visto a lo largo de la historia que la razón, la diosa razón, da para todo, es una prostituta que se vende al mejor postor, han dicho justificadamente algunos. Se puede justificar un crimen racionalmente, ya lo probó Dostoievsky en su obra monumental. Y eso es lo grave, lo terrible, la maldición del lenguaje. La historia enseña, pero no corrige las debilidades humanas, sobre todo aquellas del espíritu que nos llevan a creer lo imposible, cuando prevalece en nosotros el gusano de la envidia, tan natural en nuestro pueblo. Joaquín Edwards Bello lo denunció en sus crónicas hasta el cansancio. Pero el virus perdura, aventado ahora nuevamente por estos relatos utópicos que siguen llevando a muchos inútiles al poder.  

El relato es hoy en consecuencia, un camino hacia el poder. Se ha transformado así en un método infalible, hacemos creer a otros lo que efectivamente les gustaría que ocurriera, aunque en el futuro no llegue a ocurrir nunca, como el Transantiago, por ejemplo, que sería la solución total de los problemas de locomoción en Santiago. Sin duda un buen relato, un muy buen relato que se transformó en un infierno para los usuarios, y una carga insoportable para el Estado.

El interés por configurar lo mejor posible un relato para introducirlo en el inconsciente colectivo de una comunidad, de un país, de una nación, no puede ser más evidente. El riesgo está en la persistencia de ciertos relatos que alejan toda posibilidad de una mayor armonía social, de una mayor equidad, toda vez que se configura al enemigo con nombre y apellido, siguiendo viejas prácticas medievales, relatos caducos, como por ejemplo el de dios y del diablo, del bien y del mal, ignorando que entre ambos polos se dan en mayor número los dioses-diablos y los diablos-dioses… Osea, poco a poco volvemos a la práctica de  relatos tipo para dominar a las masas inconscientes.

Todos debiéramos saber ya en Chile a dónde conducen los falsos relatos, los relatos utópicos, los relatos que prometen algo que está más allá de la realidad.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – 2014.