Chile se está abriendo con fuerza a una forma de escritura concisa y sugerente que es vista por algunos como un subgénero del cuento. Las redes sociales, sin duda, han potenciado su masificación, pero quienes desarrollan el estilo advierten que esto es literatura y no se acerca en absoluto a lo que se conoce como ‘twitteratura’.
Cada día son más los que se encantan con los microcuentos. La fórmula contagia, seduce y se masifica entre los chilenos, tal como viene ocurriendo hace más tiempo en otros países de amplia tradición cuentera, como Venezuela, México, Argentina, Guatemala, Colombia y España. Chile se abre paso a esta forma de escribir en corto, aunque todavía no haya acuerdo en definir si esto es o no un género literario, no exista consenso para determinar la cantidad de caracteres que debe tener este tipo de relato y, muchas veces, se le considere como una subcategoría de cuento.
«Este es un arte incomprendido, se cree que es un desperdicio. ¡A mí me han dicho que mejor me dedique a las novelas! Escribir microcuentos es arte y disciplina. Cuesta pensar en breve», advierte Diego Muñoz, autor de «Breviario mínimo» y «Ángeles y verdugos», entre otros.
Cuesta porque, en pocas líneas, tiene que haber trama y desenlace. A veces puede irrumpir el humor, pero este no es un requisito. Tampoco lo es la brevedad absoluta, sino la concisión y la capacidad de dejar significados. Aquí la sutileza manda. Una cosa es escribir pocos caracteres y otra, la consistencia. «Es adictivo, pero difícil. No es llegar y escribir en breve. Se requiere de mucha estrategia, de omisión y de silencio», opina otra autora célebre, Lilian Elphick («Ojo travieso» y «Confesiones de una chica de rojo», entre otros títulos).
Un buen microcuento, por sobre todo, atrapa y sorprende de principio a fin. «Es capacidad de síntesis, pero también sabiduría para insinuar», argumenta Carmen García, directora de Plagio, entidad responsable del concurso literario Santiago en 100 Palabras, a estas alturas, un verdadero hito nacional en lo que a microrrelatos se refiere, con trece convocatorias a su haber.
¿Con o sin Twitter?
No hay una sola razón que explique el creciente interés de los chilenos por escribir o leer relatos cortos, pero sí es posible acercarse a la evidencia más próxima. El Encuentro de Minificción Sea Breve, Por Favor (organizado por la Corporación Letras de Chile) y el concurso Santiago en 100 Palabras, sin duda, han servido para entusiasmar y masificar esta forma de escritura. No por nada, la más reciente convocatoria de este último certamen recibió un total de 45 mil 440 textos, superando a la versión 2013 (45 mil 368 relatos). «Creo que Santiago en 100 Palabras no es sólo un concurso de cuentos, es una oportunidad para reflexionar sobre el lugar en el que habitamos; una forma de expresión ciudadana», señala Carmen García.
Diego Muñoz aplaude estas iniciativas, pero exige más. Hacer microcuentos, a su juicio, encierra la idea de que todos podemos escribir. Y sí, todos están capacitados, tal como podrían tocar un arpa. Lo harán, pero no necesariamente bien. «Hay que enseñar a escribir. En un país donde el grueso de la gente no entiende lo que lee y donde, en esencia, no se lee, habría que preguntarse por qué no logramos traspasar esa barrera del desarrollo y nos esforzamos para ser mejores». El escritor cree, además, que el ritmo de vida que llevamos y el uso de las redes sociales pueden influir en el gusto literario de las personas, aunque no las apoye como plataforma de creación: «No sé si Twitter estimula la capacidad de síntesis o la falta de respeto total a la gramática y a la expresividad. En cambio, sí sé que el microcuento es un objeto artístico».
Coincide en esto Lilian Elphick. Dice que no cree en Twitter como tribuna. Para la escritora, «las redes sociales masifican los microcuentos de un modo increíble, aunque no hay que confundir el relato breve con la escritura rápida, chiste o con ese canibalismo muy típico de los chat, del WhatsApp, en donde ‘saludos’ se escribe ‘salu2′».
Lo cierto es que la ‘twitteratura’ también tiene sus adeptos. Con un máximo de 140 caracteres para escribir cuentos o ‘twillers’ (thrillers), las breves historias se difunden en pocos segundos. Cabe, entonces, hacerse una última pregunta: ¿qué habría pasado si el ya el fallecido escritor guatemalteco Augusto Monterroso –referente mundial de la minificción- hubiese ocupado una cuenta de Twitter en vez de un papel para escribir «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»?
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El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…