Devenir de un trayecto extático hacia la Nada

Por Magdalena Becerra

Camino de la bala es la nueva producción poética del filósofo y poeta Guillermo Fernández, obra editada por Mosquito Editores en su colección dedicada a la poesía chilena La estocada sorpresiva.

Autor de otros títulos poéticos como Trinervo (Cosmigonon, 2010), Estado decepción y los aforismos reunidos en Barbarus. Diario de Pirque (Milímetros, 2011), en esta reciente producción la voz poética nos lleva a recorrer el camino de la bala, un trazado de saltos mortales que desde un despeñadero ontológico en forma de pura desolación procura abordar las pregunta elementales de la filosofía moderna.

En “Poner el pecho”, nombre del primer capítulo de la obra, el lector se ve emplazado a la incógnita, la rabia, al bisturí, al gatillo, la ruta inexorable de un disparo al alma, a la distancia como “imposible medida del vacío”; principio de sin-conexión signado por el tiempo a la merma. Ruta arbitraria, la de la bala, en que el hablante lírico se desplaza con gran dificultad a través del asedio de las horas “directo al spleendio tedio”. La amargura sumada de los años es el “ahogo espeso de una bala deglutida” que se aleja de este camino como un hecho consumado, un rotativo desgaste de los sentidos: “nunca sabrás si es de noche o de día”… “la luz del día es pálido/reflejo ensimismado”.

En “Generación”, segundo capítulo del libro, el sujeto lírico  nos interna en un insomnio de pantalla, en una ciudad oscura, Santiago, Plaza de Armas; en el Rimbaud íntimo, en un sin-lugar cuyo devenir arrastra el espíritu al vacío de una caída libre. Devenir en el problema del tiempo “Hay quien deviene póstumo y se apura”. Tiempo desbarrancado en cada intento rememorativo; “tres generaciones escondido/ esperando que el hombre del espejo, pase” donde la “prematura vejez” no termina de acotarse al problema identitario de una camada que descansa sus fracasos en “un nombre que nunca nos fue posible”, porque “la raíz es húmeda necesidad de la memoria/retención de un origen”. “Generación”, entonces, es un correr al encuentro para lanzarse al vacío  “sufriendo la propia negación”

Pero en el último capítulo del libro se hace posible “La pausa”, la música, la poesía, la reunión y el encuentro; la esperanza y en la inminente distancia de los días, una especie de tregua sin tiempo permite “hundirse en el silencio (…)/ el sueño de tantas vidas.” Como si el curso de la bala se hubiera invertido, congelado o pulverizado en la nada que sostiene al sujeto lírico. “La pausa” nos instala en un espacio donde el “Frío es mantener distancia para estar cerca/ Abrirse al silencio/ Respirar/ simplemente/ respirar”, en una “tarde/montada sobre una nube/que llevas en tu vestido blanco”. Recuperación de la extrañeza como candor, receso al traumatismo y alto a la disforia. Tímida esperanza que se aloja en lo que puede volver a germinar.

Camino de la bala es un texto que altera el orden de la tragedia plasmando el recorrido inverso de una bala que, en latente tensión a la Nada y al borde de la destrucción del yo, pareciera recular al punto de partida intentando restaurar el equilibrio perdido en una extrañeza frente al mundo, en el ethos baldío de un yo desalojado por la indiferencia y el olvido: “Voy camino de la bala/ El lanzamiento del atleta displicente/ mira de soslayo con su uniforme” (…)”. Pero nadie escucha/ pues al percutar/ se han roto los tímpanos de la catedral/ y Dios se ha quedado sordo”. Donde se expresa el desamparo metafísico de un mundo abruptamente descubierto y delatado en la representación de su vacío. Impedida por su estéril proyección a la nada, la voz poética ordena sus desasosiegos en intuiciones puras, parcialmente recubiertas de inspiración ascética poco desaproximada de la poesía mística en cuanto a la invocación de lo trascendental en la búsqueda de sus respuestas. Poesía que establece importantes cruces estilísticos y paradigmáticos con la teoría de la sensibilidad en cuanto a ser una especie de perfección sensible del conocimiento sensible en cuanto tal y a desplazar sus cavilaciones más allá de la moral o de las facultades del juicio, en un pasmo extático o desordenamiento sistemático de los sentidos que en el estar-en-la-cenestesia funciona como única forma de aproximación posible a la verdad.

Frente al dolor, sin límite ni fundamento, Camino de la bala propone el desorden, el caos-epigonal de los sentidos cuyos misterios, materia de inveterada indagación filosófica, son de imposible desciframiento: “secreto iluminador/ en el desorden de todos los sentidos, pues “el día es un gallo enardecido/ que lleva en su cresta/ los designios inscritos/ en la noche de los tiempos”. Muerte al hombre, la ruta de la bala deviene inminente sobre el logos, la cognición del sujeto es impotente para penetrar la realidad y la experiencia atiene un  único excedente que es el dolor.

“Un murmullo de oración sin fe”, “un dolor mudo de rictus mortis”, revelan la imposibilidad del hablante para dotar de significado su tribulación; preso en el detritus de la palabra sobre la cosa, despierta de la ilusión metafísica que proyectan los sentidos sobre las cosas para revelar, en construcciones metafóricas simples y digresivas,  la vacancia ontológica en que la palabra estérilmente invoca a la res. “Palabras que producen la lápida”y queactualizan el estatus de la realidad como devenir que prevalece a la experiencia y que no  cede a la objetualización del dolor óntico de quien la experimenta. De la irreductibidad de la existencia a paradigmas gnoseológicos, la bala que arroja “la cabeza hacia el vacío”, pone en duda el principio de realidad en “la incertidumbre intelectual”, con una resignación barroquista que lo conduce a re-poblar el espacio en una desinvilización de las formas sensibles del mundo: “El día es una bala/ disparada sobre la montaña”.

Así, incurre a la modelización del mundo en un contacto interrumpido con una interioridad diseminada en sombras, “sombra atrapada en el asfalto”. Corriendo sobre la sombra hacia el abismo, el sujeto lírico se construye como un “niño que llora entre los arbustos/ nunca sale/ pero siempre regresa”. Regreso en las penumbras: “yo que no soy más/ que una sombra en la ciudad”. Este texto muestra a un sujeto lírico desengañado, abruptamente despertado a las formas dormidas de la caverna platónica, ve como una única revelación la condenación de la poesía como forma de desocultamiento y liberación de las sombras, de la idea que no se consume en un concepto: “la cabeza imaginaria que subsiste en el cuerpo/ la cabeza que repite/ la impotencia del ser/ la que dicta su sentencia su sentencia inmutable/ la condena absoluta/ la idea que nunca se encarna”.

Cunde el quebranto frente a la frágil seguridad que ofrecen los sentidos, frente al imposible atisbe de la realidad cuya forma sensible de capturación de lo temporo-espacial se ve intervenida por marcas bilocativas apareciendo lo ominoso: “un hueco es el cielo en la espera/ inútil del fantasma/que sueña/Conmigo”.

Incrédulo al continumm lógico que orquesta la existencia humana, en Camino de la bala se coteja el vértigo agonal con los abismos de la existencia, constatando la irreductibilidad de la experiencia sensible a formas de la racionalidad moderna, axiomas iluministas  o fundamentos intelectivos. El sujeto lírico se deconstruye a la inversa en el camino de una bala y radicaliza la negación. Como en Nietzsche, Camino de la bala es el camino de regreso destructor de la historia de la ontología.

Con guiños a pasajes de grandes tradiciones filosóficas y literarias, y un lenguaje llano que en metáforas simples permite atisbar el trayecto de una bala al cuerpo -proyección del sujeto en erosión al tiempo-, Camino de la bala es un texto que conjuga la indignación ontológica, el riesgo, la desolación y el silencio para entregar al lector un itinerario en el que dialogan de frente la palabra poética y las grandes preguntas de la filosofía occidental.