Por Miguel de Loyola

En Blanco nocturno, el escritor argentino Ricardo Piglia, retoma los tópicos característicos de su literatura: la ambigüedad de los hechos y sus consecuencias. Tras la muerte de un enigmático personaje que llega a un pueblo, Piglia hilvana una serie de nudos posibles respecto a la causa, o las causas del crimen del ciudadano portorriqueño apellidado Durán.

 

El eje de la novela se centra en la búsqueda del asesino, y termina discurriendo sobre otras múltiples materias, siguiendo el derrotero clásico de la novela negra. Cada uno de los personajes perfilados en la obra, toma la perspectiva -entre líneas- de agente cuestionador, proyectándose como estereotipos escogidos para producir cada cual un efecto determinado. Así el comisario Croce, quien lleva a cabo la investigación, cuestiona el accionar de la justicia. El periodista Renzi, destinado por un matutino de Buenos Aires a cubrir la noticia, pone en evidencia las grandes falencias del periodismo. La familia Belladona, centro gravitacional de la provincia, recrea los intersticios del poder patriarcal. El pueblo mismo, personificado en el almacén de los Madariaga, el provincianismo; cerrando el argumento en el problema de la locura, en tanto posibilidad en la configuración social. Todo esto, además,  sin que falte la correspondiente cuota de sexo, ingrediente común en la novelística de la llamada posmodernidad, y sexo gratuito, aquel que se da sin ton ni son y a título de nada, como dirían nuestra abuelas, prodigado por las generosas gemelas Belladona, quienes desbordan y transmiten sexualidad en medio de un riguroso provincianismo.

La historia, como en la mayoría de las novelas de Piglia, remata en la vieja cuestión entre realidad y ficción, las dos caras de una misma moneda que, a juicio del autor,  sostienen un relato, una narración. Sin embargo, hay que decirlo, por momentos hay cierta majadería al respecto, por cuanto quien quiera que lea un relato asume -o debiera asumir- desde un comienzo tal ambivalencia inherente a cualquier narración. Aunque, de igual modo no deja de ser interesante el manejo y las argucias de Piglia para exponer y armar su entramado teorético ante los ojos del lector. De un lector, por cierto, especial, de un lector escritor, interesado en los entretelones del arte de novelar.

La búsqueda del asesino, abrirá el telón de un drama familiar y regional, poniendo al descubierto las ya clásicas complejidades de las redes y trampas tendidas por el poder. La manipulación de la justicia, la falta de veracidad en el quehacer periodístico, y sobre todo, en este caso, los deslindes siempre imprecisos entre locura y sensatez. El narrador pone a los personajes siempre en el límite, agregando un diente más al engranaje de la intriga que surge, y debe surgir, a juicio de Piglia, en toda narración.

Blanco nocturno, entretiene, distrae, pero no agrega mucho más dentro del juego narrativo que caracteriza a la literatura de Ricardo Piglia.

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 Miguel de Loyola – Santiago de Chile – 15 de enero del 2013.