Por Cristián Arregui B.

En términos de imaginario, EL ASOMBRO, así como buena parte de la obra de Mihovilovich – si no toda – tiene un sustrato gnóstico: dos principios contrapuestos definen el universo de su obra.

Desde la perspectiva de la lectura, o dicho de otro modo, desde una perspectiva que piense la obra como parte del fenómeno de la lectura, una obra no es sólo una obra. Una novela no se limita a su narración, ni a su formato, ni a su estilo, etc. De hecho, una narración deja de ser simple ejercicio, apunte o testimonio cuando se hace obra y con esto se hace evento, instancia, hito que produce efectos, que motiva nuevas lecturas y que así transforma su contexto. Las lecturas nos influyen, determinan otros escritos; quizá sus efectos más importantes sean las preguntas que ellas generan como resonancias o ecos. Con esas preguntas el destino de la obra escapa del control de su autor y sus editores, y pienso que ése es uno de los momentos más interesante para el autor y el editor: cuando el destino de la obra publicada escapa de control.

Se puede entonces hablar de la obra y en particular de esta última novela de Juan Mihovilovich atendiendo a las preguntas y reflexiones que emergen de su texto; prestándole nuestra escucha y nuestra voz a esa vida que anida en la novela y que desde ahí se despliega libremente. Si pudiéramos imaginar esa vida, sería una vida hecha de palabras: inteligencia y sentido.

Cuando el autor me habló por primera vez de EL ASOMBRO, me contó que era una novela corta, una nouvelle. No recuerdo si lo dijo explícitamente, pero me dio a entender que se trataba de una novela menor en comparación a otras de su autoría. Después de leer la novela, no podría estar más en desacuerdo con esto. No sé si José Donoso se haya referido alguna vez a El Lugar Sin Límites como una ‘novela menor’ a El Obsceno Pájaro de la Noche, pero la analogía me es útil para afirmar que en ningún caso EL ASOMBRO es ‘menos’ que Descencierro o El Contagio de la Locura, por nombrar dos libros conocidos e importantes de Mihovilovich. EL ASOMBRO es una novela que con precisión y fluidez concierta las temáticas y obsesiones de la gran obra de este autor. Desde la primera hasta la última página luce su calidad de escritura. Desde la primera, por la maestría en el manejo del idioma a nivel de la microescritura, línea a línea, en la densidad de un texto que se repliega a sí mismo en la expresión del encierro y de la búsqueda de liberación. Hasta la última página, por la solución de su trama y la verosimilitud de su ficción. EL ASOMBRO es un viaje por calles, bosques y arenas. Una caminata en que lo interior y lo exterior se reúnen. Distintos planos de una realidad moviente chocan y se integran.

En términos de imaginario, EL ASOMBRO, así como buena parte de la obra de Mihovilovich – si no toda – tiene un sustrato gnóstico: dos principios contrapuestos definen el universo de su obra. Por un lado está el mundo, la sociedad, que bajo su apariencia esconde la locura, la monstruosidad y la ruina. Y otro polo, desde donde se insinúa la luz de una dimensión sutil, liberadora y armónica.   

¿Cómo se expresa esta polaridad en la narrativa del autor? Cada novela tiene su propia propuesta, su propio modo de internarse en esta realidad doble, pero intentaré detectar algunos factores en la evolución de su proyecto narrativo que me parecen determinantes para intentar responder esta pregunta.

Primero, la escritura. Es como si la escritura en sí fuese el camino de salida a esa dualidad, en un constante movimiento entre el afuera y el adentro, y en el que se le da nombre a lo más miserable de la vida humana y a los anhelos más elevados de la conciencia. El verbo permite esa conjugación, ese arte de entrar y salir. En EL ASOMBRO, la escritura es también un río que fluye desde las ruinas de la deshumanización hasta el mar de lo originario.

La imaginación es otro factor que juega un rol protagónico en la narrativa de Mihovilovich. En su obra, la imaginación no es mera fantasía, sino videncia; manera de acceder a facetas ocultas de la verdad. Es una manera de imaginar que lo vincula a la leyenda y al mito. Cuando un hombre de pensamiento mítico ‘ve’a un ser fantástico, no está simplemente “inventando”, sino más bien dándole imagen e historia a una realidad compleja y latente. Así también, las siluetas, fantasmas y seres fantásticos en la obra de Mihovilovich, le están dando rostro y cuerpo a una realidad oculta que la narración devela con coherencia y verosimilitud.

Y un tercer factor que encontramos principalmente en esta última novela: el asombro. Acaso la liberación más radical en su universo narrado, la aurora de un horizonte de sentido y plenitud que sugiere una permanencia y amplitud que no se encontraba en su narrativa anterior, en la cual esa dimensión se insinuaba más bien en un tanteo, promesa o presencia entrelíneas. Acá el asombro aparece y brilla con intensidad. Pero la asunción de ese asombro sólo ocurre después de la catástrofe.

“¿No estaba todo en ruinas desparramado e inerte como un títere cansado?” (Pág. 24).

 

“Por eso retornó el asombro. Le sorprendió ver de nuevo esas ruinas acumuladas

entre playa y cerros, vestigios de una calamidad que se negaba a abandonarlos. O que ellos no podían dejar”. (Pág. 89).

EL ASOMBRO propone una profunda interpretación de la catástrofe. Esta no se entiende como shock, sino todo lo contrario: es quiebre y salida a la intemperie del ser. Sería interesante analizar en el futuro si este asombro ha llegado para quedarse en la obra de Mihovilovich, pudiendo considerarse una nueva etapa de su narrativa, o si es un momento exclusivo de la presente novela, nacida, como sabemos, de la experiencia del reciente terremoto en Chile.

Decíamos al principio que leer una novela es también hacerse cargo de las preguntas y reflexiones que ella nos genera. Para terminar, algunas reflexiones brevemente expuestas que me resuenan como ecos de esta lectura.

Lo primero dice relación con la calidad, porque nos encontramos ante una obra de innegable calidad literaria; dicho en otras palabras, una obra que tiende y a menudo alcanza lo mejor en su tipo, y que por esto se distingue en medio del panorama de publicaciones actuales. Sucede que a veces nos cuesta defender la calidad y distinción en literatura, porque no hay consenso en la noción misma de calidad literaria. Si esto lo escribiera un catador de vinos y se refiriera a la mejor calidad de un vino sobre otro, quizá nos sería más fácil aceptarlo como ‘verdad’. Lo mismo sucedería si alguien entendido en autos se refiriera a la calidad de un vehículo. Tal vez otro experto podría discutirle ciertos puntos, pero no se pondría en duda la noción misma de calidad en esos ámbitos. En cambio, en el ámbito de estas realidades más complejas llamadas obras literarias, donde todos saben que la subjetividad juega un rol clave en su comprensión, es más difícil encontrar la objetividad de saber y de elegir qué es mejor; tendemos hacia una solución más simple: dejárselo al gusto. Cómo si la cuestión de la literatura, del arte y aun de la cultura, fuese una cuestión de gustos. Pero sucede que cuando se vuelve a descubrir la calidad en estos ámbitos, la degustamos, la agradecemos, nos detenemos en ella y con ella afinamos nuestra capacidad de catarla en otras manifestaciones, en otros ámbitos incluso. Es un largo tema y esta es una reflexión breve, pero al menos podemos agradecer la obra de Mihovilovich por su calidad, fruto de años de vivencia y escritura.

Lo segundo es una brevísima reflexión sobre el estado de la edición en Chile. Es fundamental que en el actual estado de la situación, existan editoriales como Simplemente Editores, que tienen sus estrategias para apoyar la edición de autores nacionales y subsistir en el todavía inhóspito medio nacional, pero uno tiene el derecho a preguntarse cómo una obra de estas características no tiene una mayor presencia, difusión y comercialización. En otras palabras, cómo es posible que no tengamos una diversidad y solidez editorial que permita que algunas grandes o al menos medianas editoriales se peleen la obra de Juan Mihovilovich y den al autor un apoyo a largo plazo. Es una pregunta para la cual sabemos su respuesta, desde hace mucho, lamentablemente. Es un tema de prioridades. Por un lado tiene que ver, como ya hace años viene diciendo André Schiffrin, con los criterios que en determinado momento empezaron a definir las metas y objetivos de las grandes editoriales. Pero no es del todo responsabilidad de los editores, sino también de la ausencia de políticas públicas adecuadas a este tipo de desafío, de la aplicación a ultranza a nivel nacional de las leyes del mercado, etc. Pero cuesta creer que con tanta innovación y emprendimiento no haya más y mejores editoriales con modelos de negocio desde el peligro y desde el asombro, por decirlo así. Editoriales que asuman el riesgo de ser verdaderamente empresas culturales. LOM es una editorial que en buena medida – y a su manera – ha mostrado conciencia de realizar parte de esta tarea, y que ha publicado obras clave de Juan Mihovilovich. Hay quizá una o dos editoriales más que desde la iniciativa privada se las han arreglado para ser medianamente competitivas en este sentido, pero se necesitan más sellos que emprendan en esta línea o que despeguen del tautológico mundo de las micro-editoriales, para trabajar negocios que sepan defender “en canchas más grandes” el lugar que la calidad literaria se merece en un país que supuestamente avanza hacia su desarrollo. Editoriales no micro que con creatividad funcionen en la constante búsqueda e instalación, a nivel nacional e internacional, de obras no comerciales que por su calidad merezcan ser leídas y difundidas.

Y una última idea: La provincia. La obra de Mihovilovich es una escritura desde la provincia: Punta Arenas, Curepto, Puerto Cisnes. Escribir desde la provincia es un trabajo de resistencia, de desencierro, de asombro. Acaso ya ocurrió el gran cataclismo y desde provincia podemos verlo con mayor distancia y claridad; un posicionamiento territorial y escritural desde donde el proceso de deshumanización se siente más lento y menos eficaz, y donde bosque y mar traen consigo la remembranza de lo humano. En el caso de Mihovilovich, se trata sobre todo de un mar que parece la respiración de otra vida: infinita, invisible. Acaso toda la narrativa de Mihovilovich sea una extensión e imagen de ese mar que respira.

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Puerto Aysén / Coyhaique

“El Asombro”

Juan Mihovilovich

Simplemente Editores, Santiago, 2013.

103 págs.