Por César Díaz-Cid (Universidad Central de Chile)

 Patagonia Blues se encamina hacia una correspondencia con el sujeto colectivo que clama por ser expresado en la bitácora excluyente del mapa cultural oficial.

En una presentación al artista chileno Juan Castillo, la estudiosa Walescka Pino-Ojeda apunta lo siguiente:

Minimal Baroque es una intervención que pareciera sumarse a esa  agenda artística de trazar espacios de fuga para ciertos saberes mínimos, haciéndoles cruzar el seno del orden hegemónico, si por saberes mínimos entendemos aquéllos borrados, marginados, olvidados o despreciados por la arrogancia moderna eurocéntrica. Mejor aún, es posible evaluar esa intervención en el sentido adorniano y pensar que se trata de una «mínima moralia», una ética que por haber permanecido al margen del monumentalismo occidental que instaló la atrocidad del totalitarismo, le ha sido posible continuar siendo una ética otra, desplazada, y por lo mismo apta para resistir, no sólo la globalidad homogeneizante, sino además las múltiples y variadas estrategias para cooptar y transformar ese margen en un remedo de nuevo centro.(1)

Aunque en un contexto diferente y con los requerimientos epistémicos que re-claman otra entrada, el tratamiento de la memoria que Pedro Guillermo Jara propone en Patagonia Blues, corresponde en mucho a esa poética de saberes mínimos que menciona Pino-Ojeda. El cruce entre la crónica y la autobiografía facilitan al sujeto que aquí se auto representa a desviarse del egocentrismo propio del relato de la memoria canónica. Apartado de ese modelo, Patagonia Blues se encamina hacia una correspondencia con el sujeto colectivo que clama por ser expresado en la bitácora excluyente del mapa cultural oficial. La provincia austral invita a través de la viñeta a decantar un lugar en el simulacro fragmentado del mapa cultural que mejor la identifica con su naturaleza remota. Los fragmentos de memoria en Patagonia Blues se despliegan a través de los instantes de la niñez aquí evocados; las argucias para instalar los primeros centros educativos como obra y esfuerzo de la comunidad; las bandas de música popular; la creación de las primeras radioemisoras de la región y esa verdadera fiesta local que es la llegada del avión. Cada hoja del cuaderno va completando esas brechas que la indiferencia centralista soslaya sistemáticamente. El trazado del yo adulto que escribe la memoria personal, se anula entonces con la necesidad de rescatar un nosotros. Gesto generoso el de ese sujeto, que imprime una huella diferente en el catálogo del memorialista nacional. Es la memoria mínima paradójicamente de un Chile Chico.

El trabajo del arqueólogo de ese yo se suma literal y literariamente al rastreo de los lugares escondidos. Así, la puesta en escena de la «Cueva de las Manos» se conecta al habitante pre histórico del lugar, anterior a la llegada del hombre europeo. Pedro Guillermo Jara no solo rescata del olvido sus propias vivencias, sino que asume la responsabilidad hasta ahora ausente, no solo del escriba, también del explorador que re-descubre los escenarios de re presentación previos al acto de la escritura.

A sus relatos en forma de crónicas el autor los tasa como «estados de ánimo» y no pretenden ser sino eso, marcas de nostalgia que en un mundo convulsionado por la inmediatez de todas maneras obligan a repensar la posibilidad de evaluar la realidad con otra mirada. Una ética que escapa al mercantilismo nervioso y criminal de la desmemoria.

 Santiago, 2009.

 

(1) Walescka Pino presenta a Juan Casillo, en Juan Castillo Minimal Barroco. Santiago: Ediciones Metales Pesados, 2009. Página 18.

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Patagonia Blues, de Pedro Guillermo Jara.

Ediciones Kultrún, Valdivia, Chile, 2013