Afuera la nieve,

y en mi escritorio escribo una historia que me absuelva

 

Por José O. Paredes

 

 Di la verdad a cualquier precio.

 Wilhem Reich

 

Son las cinco de la mañana, aún está oscuro afuera. Veo a través de los visillos de la ventana de mi escritorio su blancura y siento su frío, que cala los huesos; me gusta sentirlo en toda sus pureza cuando dejo mi rastro sobre ella. El hemisferio Norte donde vivo desde hace más de 20 años está más cerca del invierno que del otoño maravilloso de los arces. Y sigo lejos, pero a la vez cerca: no puedo escapar a mi destino, como nos enseñó Sófocles. Y por eso este escrito desde el corazón y la memoria, para que ésta no nos traicione y tenga que decirle a algunos de mis antiguos amigos y compañeros de ruta: ¿“Tú también, Brutus?”.

De talleres a Unión, de Unión a Colectivo… Que nos quede claro: éramos parte de la misma semilla, los Freedom Fighters -recordemos la canción de Bob Marley- de Chile; suena grandilocuente, pero es la verdad.

Cuando aparecí por la SECH a principios de junio de 1982 supe de la existencia de la Unión de Escritores Jóvenes, y de su no existencia; por razones que desconozco ya no existía como tal. Y en ese momento, tal vez hablando en el López Velarde, comenzó la leyenda de la UEJ y dimos nacimiento a otra leyenda, los pocos que habremos conversado de ello en esa taberna, o tabernáculo u oráculo: el Colectivo de Escritores Jóvenes. Esas primeras conversaciones debieron ser con Diego Muñoz V., con Jorge Montealegre, con Eduardo Briceño. Si bien recuerdo, el horno no estaba para bollos en la SECH por esos días en esa noble Casa del Escritor, igual nos acogieron con los brazos abiertos para que tuviéramos nuestras reuniones y actividades; pocos meses más tarde fuimos acogidos cien por ciento en esa institución que pasó a ser la casa de todos; y algunos de nosotros pasamos a ser socios con propiedad, más adelante, en ella.

Pero querido Ricardo y demás compatriotas de la UEJ, estas breves palabras no son para hacer una historia lata de aquellos años; son más bien para celebrar nuestra sobrevivencia, que eso es lo que somos: sobrevivientes de una dictadura feroz.

Por cierto, la UEJ dejó su huella porque hizo historia en los setenta jugándose por abrir espacios de libertad en medio de aquella desolación. Nosotros, los que fundamos el CEJ como continuación de la UEJ, tomamos el bastón y seguimos con la lucha en ese frente, que era una de las tantas formas de lucha que se daban en el país en esos años no sólo a nivel artístico de élite, sino también en las poblaciones e iglesias, parroquias, sindicatos, universidades, y Centros de Madres en el gran Santiago: la verdad sea dicha, no estábamos solos en esto y no éramos ni demiurgos ni iluminados; solamente simples mortales que vencíamos, si era posible, el miedo por medio de nuestros escritos en hojas de poesía o de cuentos, en dípticos, trípticos o lo que sea; en revistas artesanales, en panfletos… y en las barricadas, los que tuvimos el coraje para hacerlas y estuvimos en ellas.

Para mí fue una alegría ser acogido por la SECH como miembro, y participar cien por ciento en el Colectivo de Escritores Jóvenes. Ambas instituciones me ayudaron a reinsertarme en Chile al volver en mayo de ese 1982 de un brevísimo paso por el exilio (en diciembre de 1980 fui expulsado de la Universidad de Chile junto a Jécar Neghme, Rodrigo Munita y otros compañeros que participamos activamente en el primer paro universitario en dictadura; lo hicimos en defensa de la profesora Malva Hernández, madre de Rodrigo Medina estudiante de Filosofía del Pedagógico que aún hoy es un Detenido Desaparecido).

El CEJ tuvo una importancia fundamental en mi evolución como escritor y poeta, y también como editor. Al ser miembro de esta organización gremial me di cuenta que teníamos que publicarnos. Y publiqué; no solo la creación mía sino la de mis pares y la de otros poetas y escritores conocidos. Fundé, junto con Diego Muñoz V. y Eduardo Briceño, la revista  Obsidiana, Antología de Cuentos, (que yo financiaba) que duró cuatro números; también creé Ediciones Manieristas y de Obsidiana, a las que en 1986 las unifiqué en Editorial Sinfronteras.

Como editor publiqué a escritores y poetas conocidos: Poli Délano, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Humberto Díaz-Casanueva, Juan Cameron, Eugenia Echeverría, Gonzalo Millán, Verónica Zondek, Carmen Castillo, Ramón Díaz Eterovic, José María Memet, Mauricio Barrientos, Erick Polhammer, Carmen Berenguer, Luis Alberto Tamayo entre tantísimos otros, y la antología Contando el Cuento, ideada por Ramón Díaz Eterovic y Diego Muñoz Valenzuela.

“La historia la hacen los pueblos”, nos enseñó en sus últimas palabras el Presidente Allende y qué razón tiene aún. Nosotros, más que nadie, debemos ser fieles a la historia y no tergiversarla; para protegernos de los revisionistas debemos estar al lado de Cervantes que nos dice que no debemos apartarnos “un punto de la verdad”, verdad que ha sido -y sigue siéndolo- tantas veces amañada por la derecha del país.

Escribo estas breves palabras para honrar desde el corazón y la memoria a la Unión de Escritores Jóvenes, porque nos pertenece no sólo por lo que hizo y porque existió como Escritores de la Libertad, sino porque nos legó la idea de seguir por ese camino en aquellos años de la peste: luchar contra la opresión. Por su legado “hicimos camino al andar” -como bien nos enseña Antonio Machado- los que fundamos y fuimos miembros activos del Colectivo de Escritores Jóvenes en ese lejano mes de junio de 1982.

 

Silver Spring, 11 de diciembre de 2013