Por Rolando Rojo Redolés

La primera vez que escuché hablar de Luis Alberto Tamayo fue el año 1978 cuando ganó el primer lugar en el concurso organizado por el Arzobispado de Santiago, en homenaje a los Derechos Humanos con su obra: “Todo hombre tiene derecho a ser persona.” 

Era un adolescente y su cuento se encumbraba por centenares de relatos  de escritores avezados. En ese cuento se aprecia ya su opción ética y estética. Su adhesión por la justicia, la defensa de los pobres y contra la iniquidad de los poderosos. La segunda vez fue en el año 1997, en los salones del diario “Las Ultimas Noticias” donde Luis Tamayo obtuvo el segundo lugar  del Concurso  “Daniel de la Vega” con su cuento “Ahí no más”. Después, con cierta regularidad, se han sucedido los premios y los galardones de concursos muy apetecidos y, por lo tanto, con miles de competidores, como el del año 2000 del Banco de Santiago y el de 1996 de la editorial Don Bosco. Luis Alberto Tamayo ha sido reconocido también como un relevante escritor de literatura infantil y juvenil. Este breve resumen de su actividad literaria bastaría para ubicarlo entre los escritores más destacados del país.

Hay muchos que creen que ganar concursos literarios, (sobre todo los que nunca ganan)  no otorga méritos al escritor, incluso, consideran mal visto que un escritor fogueado participe en concursos. Eso lo podrán argüir quienes escriben en países donde lo que, realmente, se valora es el talento y no los apellidos, las influencias y los compadrazgos. Aquí, en cambio, la única manera de publicar y obtener algún grado de reconocimiento por quienes carecen de poder,  es precisamente, ganando concursos.

Esta vez, Tamayo, nos entrega su último libro de cuentos EL HOSPITAL Editado por Ediciones  El Juglar y que consta de siete relatos.

El libro se abre con el cuento que da título al volumen, ganador del Primer Lugar en el Segundo Concurso Nacional de Arte y Derechos Humanos y el Museo de la Memoria, año 2013. La primera frase es de una vigencia desgarradora:

 -“¿Cuándo se acordarán de nosotros? –pregunta Ladislao. 

-Nunca- le responde Remigio.”

EL HOSPITAL tiene como escenario un sitio real y perfectamente ubicable. Se trata del Hospital de Ochagavía. “Si sales de Santiago hacia el sur y miras hacia la costa lo verás”. Y para que no queden dudas de lo que estamos hablando el Hospital se encuentra entre las calles Manuela Errázuriz y Club Hípico; entre la La Marina y Salecianos.

“Este Hospital inconcluso es la animita más grande de Santiago. Está lleno de espíritus  que murieron violentamente”. Quien narra es un inválido por una parálisis cerebral que está en el límite de los de adentro, o sea, los muertos, y los vivos de afuera,  de los que toman micros, de los que roban carteras  y venden pasta base.

Entonces, este lugar concreto, con sus muros, sus pisos, sus corredores, sus salas de operación inconclusas, con su capacidad para cuatro mil camas, se transforma en la gran metáfora de nuestra historia reciente. Es el sueño de Allende destruido por la dictadura. Vemos pasar los hawker hunter que bombardearon La Moneda y que perfectamente pudieron bombardear el Hospital para que nadie esperara su inauguración. “Y esa mañana se prendieron las primeras velas y una imagen del Presidente rodeada de flores”. Y vino la resistencia en Yarur y Sumar, en los cordones industriales. Pero del Hospital nadie disparó, ningún obrero tuvo un fusil y era una inmensa trinchera que no fue utilizada. Y el presidente queda solo y moribundo llega al Hospital y mira a Santiago con aire de tristeza. “Era él, pero solo algunos lo vieron”. ¿Sólo algunos lo vieron? –nos preguntamos- ¿Y los otros? ¿Y nosotros? No podemos eludir estas interrogantes.

Y esa enorme estructura de cemento crudo empieza a llenarse de muertos y de vivos. “Allí pupulan, pernoctan y transitan los sin esperanza, los llenos de preguntas, llenos de espera”. Y vienen las protestas. Y desde el Hospital, que se  transforma en una especie de Aleph, “un punto desde  el  cual se ven todos los puntos de la tierra”, aquí se  ven las barricadas, las llamas, el humo de los neumáticos, el saqueo en noches de protestas y hasta el interior de la casa del narrador que vivía, antes de llegar al hospital, con su hermana y su cuñado. Y ven caer a Miguel Enríquez disparando su subametralladora. Y “San Miguel Protesta”, y “el Pueblo dice basta”, son las consignas. Y el tiempo se trastrueca, Llega Allende a ver su obra. Y una multitud de asesinados llega a gritar desde la calle y viene el doctor Jordan (asesinado en la cuarta región por la dictadura y viene Jécar Negme otra víctima del fascismo) Y empiezan las especulaciones. Quieren convertir el Hospital en un centro comercial, en un condominio. “Adentro el tiempo pasa en oleadas y luego se retira” “Aquí todo ocurre en círculo” Y aparecen los narcotraficantes en lucha  de balacera con los ratis. Y aparece el curita André  Jarlan de la Victoria, el cura de los pobres  que murió como murieron tantos. Viene con un mensaje de paz y un círculo rojo en el cuello, “sin salida de proyectil”

Y cuando un día en el Estadio San Miguel, el dictador saludaba a sus esclavos. Un hombre le grita   ¡Asesino! Y si el intrépido no muere de inmediato “era que su tiempo (el del dictador) se estaba acabando” Esa fue la primera señal. La otra fue obra de Rodrigo Rojas el joven fotógrafo quemado por militares. “Entonces empezamos a vivir otra vez la esperanza” y este cuento  magnífico termina  con estas palabras “Quizás un día amanezcan los ascensores funcionando y los jardines tengan flores y lagartijas de colores tomando el sol. Un día cada muro estará lleno de azulejos y mosaicos. Es decir, un día la esperanza de los pobres se hará realidad.   

El segundo cuento del libro es “Fotos de Familia”.  Un cuento que no se olvida. Yo se lo escuché al autor hace muchos años, en la época que ya, para mí, era  Lucho Tamayo, porque éramos colegas en la Universidad Arcis.  La narradora y personaje principal de este cuento reconstruye su vida observando las fotografías de un álbum familiar. Sus viaje juvenil y mochilero al Machu Picchu, la luna de miel en el Río de la Plata, el nacimiento del primer hijo, los cumpleaños, la casa en el condominio de profesionales jóvenes. Y el inefable enano de jardín: “grotesco, grosero, de pantalones azules y gorro rojo”, que era poner a prueba los valores de tolerancia de los vecinos. Pedían que lo sacaran del jardín y como no se hizo, vino el robo del enano y las cartas  lo traen retratado en los más insospechados lugares del planeta:  la Plaza de las Tres Culturas de México, en la puerta del consulado chileno en Berlín, bajo el Arco del Triunfo en París, en la Plaza Roja de Moscú. Un enano trotamundo;  un enano en tierra ajenas, en síntesis, un enano chileno exiliado. Después el quiebre familiar y la separación.

Este cuento reúne las características de los cuentos de Lucho Tamayo. Una huella de nostalgia los recorre internamente de punta a cabo, se leen con  el agrado de la buena literatura. La prosa fluye  natural y sin tropiezos. Al tronco central le crece un vástago tan apasionante como la viga, en este caso: el enano. Para decirlo derechamente: el lector goza leyendo estos cuentos, donde el humor también es generoso y sutil.

Al final del cuento hay una breve explicación: este cuento “fue ganador del concurso de Editorial Alfaguara y Banco de Santiago efectuado el año 2000”. No podía ser de otra manera.

El tercer cuento lleva por título “La cara de Juanano” y es el relato que hace un niño de los allanamientos que los militares practicaban en las poblaciones marginales de Santiago. Los insultos, los disparos, los golpes, los hombres semidesnudos en las canchas de fútbol, el miedo. Todo contado con la ingenuidad del niño, con su lenguaje, su punto de vista,  el tono. Escondido  en el baño de su casa, el niño es testigo de esos allanamientos. “Él (el milico) me miró , pero no me vio. Quizás me vio transparente por el frío o el miedo, o las ganas de ser transparente. Ganas de no hacer bulto, de no existir o de existir como fantasma, no tener peso ni cuerpo. Si no tengo cuerpo no me podrá  llegar una bala”.  Un cuento donde la ternura y la cazurrería infantil del narrador se mezcla con el miedo, con la muerte y con el abuso de los militares con la gente humilde.

Y  este cuento, obtuvo el Primer Lugar del concurso “Chile: 30 años del Golpe de Estado.” También fue publicado en Le Monde Diplomatique de septiembre del 2003. Y ya Luis Alberto Tamayo era para mí, simplemente, Luchito. Me había ganado en varios concursos, y yo me negaba a postular cuando él participaba. “Si está Luchito, me abstengo” –dije muchas veces.

 

El último relato de este magnífico libro de cuentos es  “Cuídate del Paraíso, muchacha”. Y es la historia de un músico chileno que del folklore  pasa a la música mexicana y se convierte en un aficionado al cine y a la cultura ese país. En el año 1946 llega a la Estación Mapocho, Jorge Negrete y nuestro folklorista conoce a una agraciada jovencita que también ha ido a esperar al ídolo azteca. Se llama Esmeralda y nació en Quihuiné, campesina neta. Y aquí empieza un derrotero interesante en la historia: la Esmeralda, con ayuda de don Jorge y otros músicos, inicia una metamorfosis sorprendente. Canta canciones mexicanas, se rebautiza como Guadalupe del Carmen, dice que nació en Chihuahua y dos presidentes de México  que visitan el país en sus respectivos períodos, admirado por el canto de la joven, la invitan a visitar México. Nunca logra ir. Pocos en Chile sabían o saben que Guadalupe del Carmen  era una chilena que había nacido cerca de Chanco, donde hoy se realiza, un festival de la canción mexicana llamado “Guadalupe del Carmen”.

El cuento es, en realidad, una crónica muy bien escrita, muy entretenida. No se puede dejar de leer de principio a fin porque tiene a virtud de los cuentos de Lucho Tamayo, intensidad y tensión que van aguijoneando  el interés del lector por conocer a fondo la historia, y sobre todo significación, es decir, esa condición del buen cuento que hace que una anécdota domestica, particular se abra a una dimensión universal, como pedía para un buen cuento el maestro del género Julio Cortázar. El que sea una crónica no le resta  méritos a lo literario. Bien sabemos que no sólo la ficción es literatura. “A sangre fría”, de Truman Capote no es ficción y es literatura; lo mismo ocurre con “El Relato de un náufrago”, de García Márquez que es literatura y de la buena, pero no ficción. En cambio hay relatos de ficción que no son literatura, como los chistes, los horóscopos, los consultorios sentimentales, etcétera. 

Reitero, Luis Alberto Tamayo es un grande de la literatura chilena y, en especial del género cuento. Construye historias interesantes, tiene fina agudeza para descubrir aspectos  significativos de la vida, de la vida real, de la vida común y corriente, pero sobre todo  sabe penetrar  en el alma de los personajes para develar sus anhelos, sus nostalgias, sus angustias y  sus esperanzas.

Yo, -como todos ustedes-, espero que este Hospital nos cure de la ramplonería ambiente, de la vulgaridad, de la tonteritis televisiva y se lea, se comente, se venda y tenga el lugar que le corresponde en la literatura, en la buena literatura chilena.

Muchas gracias.   

 

Jueves 19 de diciembre 2013.

 

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El hospital, de Luis Alberto Tamayo

Ediciones El Juglar, diciembre de 2013.