Por Juan Mihovilovich
”Los hombres son malvados,” dijo.
“Y lo peor de ellos es lo que son capaces de decir sin que se les borre la sonrisa de la cara,” dije yo. (Pág. 193)
Primero: el entomólogo sale en busca de una bella pieza humana de colección. Segundo: la atrapa y encierra en el sótano de una casa adquirida con el dinero obtenido en la quiniela. Tercero: la obsesión fría centrada en un supuesto amor patológico del coleccionista y la oposición inteligente, desesperada y sensible de la secuestrada tras un opción de huida. He ahí los ingredientes, sucintos y perfectos para hacer de esta novela un drama de penetrante juego sicológico en toda la extensión de dichos términos.
Ferdinand (o Calibán según la denominación de la secuestrada) es un coleccionista de mariposas, un personaje mediocre, entronizado en un empleo burocrático e intrascendente hasta que obtiene un premio de lotería. Criado por un par de tías a quienes ahora ayuda a distancia con parte de la tremenda fortuna alcanzada por azar, su vida ha sido una existencia –justamente- de trastienda. Opaco, deslucido, tímido al extremo, ha desarrollado una especie de terapia de sobrevivencia ante la fobia que le produce el mundo: la entomología. Con “sus mariposas” se siente seguro; puede colocarlas en serie dentro de una vitrina y parcelar la belleza natural para solaz de su observación cotidiana. Sólo que esta forma de ver y pararse frente a la vida cotidiana requiere para dicho personaje un complemento humano: Miranda, una bella joven de veinte años a quien el destino coloca un día cualquiera a su alcance y traslada su inclinación entomológica hacia esa belleza femenina que ha obnubilado su conciencia. Ve a Miranda como el ídolo perfecto a quien adorar desde una cercanía que siempre será distante. Miranda es una mujer de hermosura singular, libre en apariencia, inserta en una familia inglesa de clase media acomodada. La información biográfica de Miranda es, al comienzo, escueta, lo suficiente como para moldear al personaje y hacerlo calzar de forma perfecta en la patología del secuestrador. La espera en una calle apartada luego de estudiar todas sus rutinas, simula un accidente con un perro apelando a la emotividad de Miranda y al cabo, la anestesia y traslada hasta el sótano que ha acondicionado en un inmueble que adquirió en las afueras de Londres, un lugar discreto, oculto, apartado del mundanal ruido, donde se desarrollará un drama sicológico terrible: la obsesión de Ferdinand por hacer que Miranda, la mariposa caída en sus redes, pueda un día amarlo, con esa pureza enfermiza sobre la que él pretende basar sus sentimientos respecto de ella.
Toda la novela se despliega entre la presión absorbente del secuestrador y la lucha tenaz de la secuestrada, primero, por sobrevivir a la peor experiencia a que puede ser sometido un ser humano: la de ser prisionero de otro; y segundo, la de enfrentar al coleccionista con las armas propias de una inteligencia superior para la edad de la protagonista, con una percepción de la belleza que choca de continúo con el secuestrador, quien, a su pesar, va comprobando que la mujer de sus sueños (o pesadillas) posee una voluntad inclaudicable que opone una resistencia tenaz a ser destruida, más que amada.
Narrada en primera persona, desde la perspectiva de Ferdinand, toda la primera parte de la novela, da curso a las emociones contradictorias que Miranda causa en su interior: apego, idolatría, ensoñaciones y fantasías desequilibradas, juego de “dar y tomar” en aras de torcer el destino y barreras de la encerrada. Todo aquello matizado con hacer, además, la voluntad de Miranda, mediante compra exacerbada de sus requerimientos, reales o accesorios, que él adquiere en el comercio tendientes a satisfacerlos. Y la segunda parte, narrada de igual modo, a través de un diario de vida que Miranda ha llevado durante todo el tiempo de su prisión domiciliaria. En esa narración complementaria y contrapuesta, naturalmente, Miranda expone el drama interior de su propia femineidad, de su vida teóricamente conflictiva hasta antes del encierro, de sus relaciones con un pintor maduro a quien admira y cree amar a intermitencias, además de dar cuenta –de modo implícito o explícito según las circunstancias- de las contradicciones de las clases sociales imperantes en Inglaterra, y respecto de las cuales, secuestrador y secuestrada son una consecuencia o forman parte de ellas más allá de sus voluntades.
Un drama moderno que expresa de manera única las situaciones límite a que se ven enfrentados sus personajes, en una confrontación de agudeza intelectual, de culturas diferenciadas y de sexos opuestos inclusive, donde la tensión que se genera a través de todas sus páginas dan cuenta de una novela inolvidable, escrita con un lenguaje preciso, certero, pleno de sentencias y reflexiones profundas, de traspaso al lector de las vívidas emociones de sus protagonistas, que no son otra cosa que el producto natural del innegable e inusual talento de su autor, John Fowles.
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El coleccionista
Autor: John Fowles
(Novela: 291 páginas. Editorial Sexto Piso 2012)
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…