Por Aníbal Ricci Anduaga

Dirigida por Sebastián Lelio

 El director tiene muy clara la película y planificó cada una de las nítidas escenas, acertando en los planos durante todo el metraje, un tremendo mérito, y rematando con un final que sorprende por su honestidad, renunciando siempre al sentimentalismo y sometiendo a Paulina García a un trabajo conmovedor que desborda la pantalla durante exquisitos 110 minutos.

Los encuadres son notables, sobre todo en las escenas sociales, manejando con fluidez la complicidad entre los personajes secundarios, donde casi ninguno tiene nombre, porque Gloria es artífice principal de su vida, que bordea los 60 años, y Lelio se enfoca cien por ciento en el punto de vista de su personaje, lo trata con cariño, con una humanidad que permite el lucimiento de la actriz.

Hay un espesor narrativo interesante en el guión, que podría pasar desapercibido durante el tiempo indefinido en que transcurren los eventos en la vida de Gloria luego de conocer a Rodolfo Fernández, un hombre de su misma edad, en una picada bailable para adultos. Hay un doble discurso, un tanto maniqueísta, que corre paralelo entre las peripecias de Gloria. Por un lado, ella percibe la realidad como si fuera una adolescente, acaso la primera vez que la besaran y la primera vez que le leen un poema (horrible), encontrando fantástico todo lo que provenga de su nueva pareja. Es notable la lírica de las canciones elegidas por el director para interpretar lo que siente Gloria por dentro. Cada vez que se sube al auto, cree ser “…libre, libre…”, como Paloma San Basilio, la cantante. Sin embargo, Lelio escoge una canción de Massiel, otra cantante, cuyo título “Eres” nos da cuenta de la otra faceta que encarna Gloria, una mujer adulta, madura, que no renuncia a su rol de madre, pero que a su vez se permite disfrutar de la vida luego de haber criado a sus hijos. Esta dicotomía es súper interesante, estamos en presencia de una niña-mujer que se siente sola y busca compañía en los lugares menos adecuados para encontrar cariño: la picada cumbianchera, el casino de Viña, y una discoteca con música alienante. Recurre a la marihuana para no escuchar los ruidos del vecino ni a sí misma. De alguna manera no quiere madurar, y se nos muestra como un ser vacío que debe recurrir a la parafernalia juvenil para sentirse viva.

Rodolfo Fernández es un pelotudo redomado. Cualquier hombre que se precie de tal ha hecho sufrir a su mujer mucho más que este sujeto, no dando explicaciones tan pelotudas a cada uno de sus actos, brindándole a la pareja momentos más memorables y siempre compartiendo una sonrisa, y jamás sintiendo esa culpa que le impide siquiera perdonarse a sí mismo.

En suma, Gloria busca en lugares equivocados, y encuentra a los hombres equivocados, una y otra vez, sin embargo, su actitud ante la vida, aunque vacía, posee un piloto automático que la hace despertarse en la playa luego de una tremenda borrachera, y volver al hotel a intentar recomponer el curso para nada normal de los acontecimientos.

La lúcida escena de la peluquería rearma su temple, al punto de articular una venganza contra Rodolfo que la termina haciendo reír de buena gana, debido a que Gloria le gusta disfrutar de la vida a su manera, disfuncional, que la transporta casi sin darse cuenta a una fiesta de matrimonio, bailando sola, porque es mejor estar sola que mal acompañada.  

Gloria es una mujer valiente que se siente y seguirá cada vez más sola con esa filosofía de vida: “…la verdad y la mentira se llaman Gloriaaa…”

La película está cruzada de un patetismo delicioso que no se cómo se encarga de dar alguna esperanza al espectador.

Frase para el bronce: “Las redes sociales (Facebook, Twitter) son como una revolución más espiritual” (reí de veras).

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14 de mayo de 2013