Por Jorge Montealegre

Instalarse a leer esta novela de Juan Mihovilovich es ponerse frente a un ventanal, en la noche, y dejar que la nieve caiga, que pasen los fantasmas.  Hay una melancolía envolvente en ésta, una historia de familia.

Una historia construida con mitos y ritos. Con la memoria selectiva de un niño que puede contar sus propios cuentos, como un viejo. Entre ellos, los inquietantes paseos de la madre, con sus pies desnudos sobre la nieve. Un enigma de las madrugadas, compartido en familia. Un estigma frente a la gente del barrio, que sabía de la descalza mujer que caminaba sobre la nieve… y que rechaza al espectro de su propia locura. Una espina clavada en el corazón del niño, que sufre cada gemido de su madre insana, “doblegándose ante la inexistencia”.

El martirio llama al martirio y busca la ayuda del coronado de espinas, la bondad infinita de Jesús; un Cristo al que ha visto – como a su madre – fantasmal sobre la nieve: bajando por Sarmiento hacia la playa. De ahí en adelante, Cristo es familiar; todos los niños saben que Él puede caminar sobre las olas.  Y Él acude.  La espina es personal, intima. El enigma y el estigma son compartidos con sus hermanos: personajes intensos, impenetrables, de obsesiones solitarias. Protagonistas de ritos alegóricos: Pablito, que todo lo numera; por ejemplo, las gotas de lluvia en los cristales, las hojas caídas del ciruelo; en fin: cuenta por días enteros y todo para él es traducible a números.  A Laura, por otra parte, le obsesiona el color blanco: manteles, delantales; también las estampas, los santos; se rodea de ídolos de yeso… y del color blanco en la nieve.  Nada es más hermoso para ella que ver cuando comienza a nevar y compartir con sus hermanos ese rito. El protagonista mira a hurtadillas y goza encantado con la bailarina de una caja de música, también se fija en la gente que ronda los basurales; esa gente que otros rechazan  – ya no por locos – sino, por su miseria.  Lo marginal atrae la mirada de este protagonista que es, primero persona y primera persona.

Además, un padre silencioso y una bruja habitan en la novela. Pero, dejémosle algunos personajes al lector.

La melancolía se expresa también a través de de los objetos.  Hay madera y tiempo y magia en ellos: roperos, cómodas, baúles…. y esa cajita de música que vive en los niños.

Así, cada detalle potencia una atmósfera melancólica y fantasmal. En ella,    el dolor y la reflexión se expresan en un relato intenso y cautivante.

La intensidad, obviamente, es mérito de la escritura cuidada de esta novela; en ella la historia contada – las cosas que pasan – deja un espacio a la reflexión mayor. En otras palabras: los pies desnudos sobre la nieve dan pie para hilar pensamientos que encierran una sabiduría sobre la vida, la muerte, la trascendencia.  Los temas que nunca dejarán de preocupar al hombre.   Por ello, hay algo didáctico – que no molesta en absoluto – en este libro.

Hay  frases que tienen una construcción autónoma y una precisión que las hace aislables, permanentes. Sin llegar a ser proverbiales ni sentenciosas, son pensamientos.  Vivencias intensas y múltiples que se han acomodado en una frase, en un mundo de palabras donde ya no hay experiencias, porque toda la experiencia está concentrada ahí.  Es un mundo sin tiempo.  La sabiduría frente a sus dos caras: la infancia y la ancianidad.  Por ejemplo, sobre la muerte  nos dice: “Que es la muerte sino quedarnos solos, extraviados fuera de nosotros…”

Sólo quien ha vivido y tocado sus propios fondos puede expresar conclusiones y dudas como las que podemos leer en este libro.  Eso se puede sentir en sus páginas y por ello, creo, tiene la virtud de emocionar.  Es indudable la capacidad poética de este narrador, y únicamente quien convive con la poesía puede hacer esta comparación: “Mi corazón gira como un poema no escrito.”

En el libro hay una reflexión verdadera sobre el mismo hecho de estar escribiéndolo: “Alguien que no descubro repasa mis palabras interiores.”  O,…”he ido quedando aprisionado por  palabras que no entiendo, por gestos que se vienen insinuando desde un lugar lastimero y lúgubre donde todas las cosas acierta a ser lo que no son.”   Las esperanzas de comunión también se expresan, por ejemplo cuando se escribe: “Entonces podemos trasladarnos, como en un dormitar colectivo, al sueño de los demás…”  O desde la nieve: …”esperando el verano para contemplar que el amanecer está presente en nuestros pensamientos.” 

Por último, una clave que ilumina esta percepción de sabiduría verdadera: “Desde el umbral de una ancianidad inevitable, miro mi biografía personal  con un rostro de serena reflexión.”

El autor nos abre una ventana: toda una vida,  en pocas páginas.  Nos deja con el libro en la mano.  Pensando.  Asomados a ese ventanal, esperando que caiga la nieve.  Recordando los fantasmas personales que, seguro, reconoceremos caminando por estas páginas blancas.

Con o sin nieve.  Se acordarán de esta novela de Juan Mihovilovich.

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Novela: Sus desnudos pies sobre la nieve

(Mosquito Comunicaciones. 70 págs.

2012- 2da. Edición)