Por Yosa Vidal
Recuerdo una clase de literatura que tomé hace un par de años, y que trataba comparativamente el tema de la guerra civil española y las dictaduras latinoamericanas. Estos temas se trataban comparativamente pues tenían mucho en común, en términos políticos y estéticos, dado que existió un intercambio activo entre los intelectuales y artistas de la península y los nuestros, intercambio que permitió formas de abordar el dolor y el horror de manera similar.
Leímos ahí una serie de novelas españolas, como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, su versión en película de Fernando Trueba, La voz dormida de Dulce Chacón, El corazón helado de Almudena Grandes, entre otras. Recuerdo esto pues algunos muchos defendían la idea de que “era necesario que pasara por lo menos dos generaciones para poder ficcionalizar las experiencias traumáticas de la dictadura o la guerra civil”. Así, se comprendía este boom post guerra civil en España, kilos de novelas y películas acerca del tema, y la falta de textos, según los académicos “de calidad”, antes de esta generación. Había para todo esto una explicación sociológica del tipo: “los sobrevivientes tienden a los relatos de tipo testimonial” y “la generación posterior (es decir la mía) no tiene ni la cercanía suficiente para el testimonio, ni la distancia política para la ficción”. Con esto, pensé, estamos cagados. Yo y mi generación. Y la generación de mis padres, que estaría condenada al dato histórico, al testimonio, al documental. Por supuesto en su momento la idea me sulfuró lo suficiente como para escribir una novela que, les paso el dato, se lanzará a fines de este mes.
Pues bueno, aquí está Susana Sánchez, La Bruja, testimoniando a través de la ficción y ficcionalizando la realidad, movimientos tan atractivos y simbólicos, tan importantes como lo son la publicación de El Círculo de las Bacantes, una preciosa novela acerca de la amistad, lo femenino, y le experiencia de la dictadura, entre muchas otras cosas.
Así, introduzco a la novela como testimonio y memoria, y les adelanto, los personajes ¡Oh Dios! están en buena parte sentados entre nosotros. Tenga cuidado, que uno de los personajes puede ser usted. Sin ir más lejos, aparece mi padre y otros adoptivos, y para nosotros, los lectores cercanos, el que aparezcan personajes reales en el texto nos mata de curiosidad, y por ejemplo, ¡espero que Grete no se encuentre entre nosotros esta noche! ¡y si está le digo inmediatamente, alemana de mierda! ¡O Richard! ¡Pelotudo! Aunque ese sí me consta que es de carne y hueso, y espero que no haya venido. Y me consta la adopción de María Paz por las bacantes reales, doy fe de que aquí la bondad de muchas y muchos no es mito.
Y hablando de mitos, me permito traer un texto de la antigüedad, que creo que nos dará alguna luces acerca del Círculo de las Bacantes: Fedón o Sobre el alma, que es un diálogo platónico que cuenta las últimas horas de vida de Sócrates, antes de ser ejecutado. Este es un texto sobre la amistad, un círculo de amigos que acompaña a Sócrates durante sus últimas horas, y es un texto sobre la reflexión filosófica que posibilita el morir y el diálogo entre amigos.
El Fedón, de Platón, es el único texto en que Sócrates mira hacia adentro de sí. No es el Sócrates irónico, el de la calle, el que pregunta y que mira y vaga por la ciudad, ese Sócrates insoportable que uno agradece no haberse encontrado, sino que es el Sócrates que se queda con su círculo de amigos, para pensar a la muerte, para pensar a la vida y para morir.
En el Fedón se expresa la muerte como el límite expresivo del discurso y a la vez la condición misma del discurso, es decir, la muerte es la posibilidad de trazar el límite entre el alma y el cuerpo, de fijar este límite y de realizar la separación. Así, Sócrates dice (en mis palabras) filosofando soy sujeto de la muerte, entonces puedo morir. Y sólo puedo filosofar pues tengo interlocutores válidos, que son mis amigos cercanos.
El Fedón se llama así pues es Fedón quien testimonia la muerte de Sócrates, y a través del relato de Fedón es que Platón conserva este diálogo, es decir, el testigo de la muerte, el amigo de la muerte es quien es capaz de transmitirla y el morir de Sócrates es (para nosotros por lo menos lo es) gracias a Fedón, gracias a Platón.
La muerte es desaparecer, es impotencia a la vez pues la muerte es la condición de posibilidad de la filosfía, así se separa el alma con el cuerpo, el cuerpo y lo sensible, cuerpo que no trae ninguna verdad, sólo engaño. Pero, y aquí el punto de contacto y de disonancia con El Círculo de las Bacantes, en el Fedón la única mujer que aparece es la mujer de Sócrates que interrumpe al círculo de los amigos con un grito histérico para llorar la muerte de su marido; entonces, Sócrates ordena que se la lleven para no entorpecer, para no escucharla. La mujer entonces no es sujeto, es el grito que habla por ella, no hay un discurso ni algo parecido al lenguaje filosófico, hay que mandarla a pasear, lo mismo que hay que hacer con el cuerpo para poder filosofar.
Bueno, se caen de maduras las comparaciones, ¿no?
El círculo de la muerte de Sócrates, un espacio tan masculino, es un círculo de bacantes a su vez, pero el cuerpo desaparece, y la mujer desaparece, o más bien se expulsa, aparece como un parásito, al igual que la música, el arte, los gritos, el silencio, el llanto. La única aparición de lo femenino es la propia mujer de Sócrates, que entra gritando, con su ruido, su no lenguaje, su incapacidad de producir discurso, por lo menos filosófico.
No es mi intención hacer una lectura feminista del Fedón, ni menos de El Círculo de las Bacantes, pero creo que es muy clara la relación, intencional o no de la autora, con este texto fundamental de la tradición.
Y en el Círculo de las Bacantes hay llanto muchas veces, pero sobre todo hay celebración, esa es la forma de afrontar la muerte. No está el grito histérico. La primera celebración dentro de la novela de Susana Sánchez fue el día en que encontraron los cuerpos de Fernanda Nieto y Su marido, una pareja de amigos ejecutados y hasta entonces desaparecidos: “Esa noche celebramos por primera vez, agotándonos de tanta risa, recordando cuando Fernanda se le declaró al Damián” dice Ximena, la protagonista. Los personajes lloran a carcajadas, y concertan reuniones de festejo cada vez que una tragedia se asoma, como en la primera página del libro, cuando Pia le dice a Ximena que llame a sus amigas para celebrar la noticia de que María Paz tiene un cáncer terminal.
Vuelvo al Fedón y su comparación con el Círculo de las Bacantes: en ambos casos, la actitud filosófica es posible gracias a la muerte, y a pesar de ella por supuesto, la muerte de la pareja de amigos, la muerte de María Paz, la muerte de un pedazo de ellas mismas, la muerte de una generación, la muerte paseándose entre ellas, apoyada en la cabecera de una cama, en el descanso de una escalera. Y el círculo en torno a María Paz es el que permite que se publique el libro de María Paz, permite que su discurso persista (a todo esto, qué ganas de saber cómo es ese libro). Tanto María Paz como Sócrates, para poder morir filosóficamente deben morir en amistad, a diferencia de la muerte de Inés, un personaje trágico de la novela que, fruto del dolor, la frustración y el alcoholismo, muere trágicamente, sin amistad, en el anonimato y el abandono más cruel, es decir, también hay una muerte de la que no se puede hablar, una desaparición sin retorno, la muerte de la pérdida absoluta.
Y esto es lo que se pone en evidencia primeramente: esta novela es por sobre todo una novela acerca de la amistad, amistad que posibilita el espacio de reflexión, que permite acercarse a la muerte, enfrentarla, conversarle. Y or otra parte, si el Fedón da una explicación filosófica al mito de la muerte como viaje, como separación del alma del cuerpo, el Círculo de las Bacantes es una expresión literaria de un mito similar: basta recordar el comienzo de la novela, que se abre con la aparición de Hermes, “el mensajero de los dioses”, que “le gusta sorprender a los mortales con sus noticias que más parecen sentencias”.
En esta vida la muerte se materializa en el cuerpo, pero el cuerpo es también vida, el cuerpo con olor a pan amasado, el cuerpo ebrio, la vida en el cuerpo y también su desaparición, el espacio vacío, la silla de ruedas que ya no tiene a quién cargar, la habitación que ocupó María Paz después de María Paz. Las premoniciones, las apariciones de la muerte, de los otros internos están constantemente dando vueltas en el texto. El cuerpo enfermo, la vejez, los huesos, la piel, el paso del tiempo, los cuerpos como aparatos fatigados.
El tema del exilio es otro tema abordado en la novela y a mi modo de ver de manera muy inteligente y sutil, presentándose su dos aristas, desde la perspectiva del que se fue y del que se quedó: “tu allá contando viajes, y yo aquí contando muertos” le dice Inés a Ximena, y luego enfatiza: “Ven hasta donde estoy, si te atreves ¿o me vas a seguir mirando desde afuera?” Este adentro era su miseria, su embriaguez, su dolor, y el afuera el estado de bienestar que lograron los exiliados, y me permito tocar este punto pues, en el circulo de la bacantes están las que se quedaron y la protagonista es la retornada. Este momento, a mi juicio, es clave en la novela. La amistad entre Ximena e Inés abren la novela, y esta discusión sin duda es uno de los nudos dramáticos en el argumento, y en el argumento de la historia de Chile, de nuestra historia. No hace falta recordar un sentimiento tantas veces expresado por los de acá, los que se quedaron, del: “con qué derecho opina acerca de Chile si ha vivido toda su vida fuera”, “qué sabe de dolor”, “que sabe de sufrir”.
El problema de Inés, su crisis alcohólica y sus consecuencias, es atribuido no exclusivamente pero sí en gran medida al trauma de vivir en Chile durante estos años, y la distancia que se ha provocado con los que partieron. Viola, otra amiga del Circulo, dice que la entiende, y recuerdo cuando se fue al extranjero sólo tres años con el subterfugio del doctorado y notó “esa actitud comprensiva incrustada de desprecio con que mi entorno de entonces se despidió. Nunca les dije nada. Yo también me despreciaba”. Y Anamadre dice “yo creo que aquí es el odio, el resentimiento que se nos pega para siempre”.
Vuelvo entonces al problema de autoridad para hablar, de quién es el que tiene derecho a hablar de la dictadura, el derecho a hablar de la historia de Chile.
¿Estuviste ahí? ¿Por qué opinas si no estuviste ahí?
Yo por lo menos puedo decir que estuve ahí, nací ahí, heredé las manías de mis padres en la dictadura, me crié con no pocos miedos, otras muchas rabias, tengo derecho a hablar, pero no sólo eso, creo que no es pertinente elaborar el tema de la autoridad si es según la generación que la escribe, estuve también en la Revolución Francesa con Victor Hugo, estuve en la Guerra de Troya, peleando con Aquiles, estuve y estaré con Ximena en su círculo, gracias a la Susana, o como decía anoche en Torencia Cero Fernando Paulsen a Longueira: “si quiere puedo hablar con propiedad también de la segunda guerra mundial, yo no había nacido para ese entonces pero tengo opinión al respecto”.
Hay tantos otros temas que abordar en esta novela, por ejemplo la forma en que se trata la relación entre madre e hija, las tensiones, la rivalidad, los problemas de ego, sin decir el tema de género, o el tema de la soledad, de las formas de enfrentarla, de vivirla, pero en fin, no quiero alargarme más, les dejo espacios vacíos para la curiosidad que deben satisfacer con la lectura misma.
Para concluir, vuelvo al tema generacional y justifico mi invitación como presentadora: sí, este es un libro universal, lo disfruté tanto como podría haberlo disfrutado una de las bacantes o cualquier otro sujeto distante al círculo, sin importar sexo ni edad. A comprarlo, entonces, y a leerlo.
Texto de presentación de la novela de Susana Sánchez el día 6 de mayo de 2013.
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El Círculo de las Bacantes, de Susana Sánchez B.
Asterión Ediciones, 2013.
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…