Por Fernando Jerez

 Rolando Rojo es un escritor que mira a la periferia, un retratista de  aquellos barrios que conservan todavía un par de almacenes y una que otra peluquería de viejos sillones, grandes espejos con el azogue picado y desdentados peines de carey. Escenarios nostálgicos, que nos recuerdan el Santiago antiguo, la ciudad que desaparece ante las arremetidas de las palas mecánicas y el desdén por la memoria.

Sus magníficos cuentos, nos transmiten la voz de quienes, al decir de los políticos, padecen de afonía crónica.  Pero Rolando Rojo afirma lo contrario porque se ha consagrado a escuchar esas voces populares que día a día van conformando el “ser chileno”. Marginales que enfrentados a  las más crueles experiencias —instigadas por la naturaleza o por el hombre—, sacan a flamear banderas embarradas, para decir: soy de este país, y de nuevo me paro aquí mismo, dispuesto a luchar. Son seres que viven sus días en el más absoluto anonimato, pero  que Rojo ha iluminado con indudable admiración en libros como La última apuesta y, en el transcurso de los últimos años, en otra cantidad  de cuentos  y novelas que ojalá sean eficientemente distribuidas y se pongan al alcance del público lector.

En los catorce relatos breves que conforman La última apuesta, no encontraremos una sola línea que invite al aburrimiento. El detalle mínimo, el más inadvertido por la gente es descomprimido por el autor y el incidente se reconstruye en toda su extensión mediante recursos imaginativos poco comunes.

Sus personajes —como he delineado al comienzo—,  se ubican a un costado de la vida institucional. Al margen del orden y de las “familias bien constituidas”. Para ellos la dieta en las comidas es el pan, el pedazo de arrollado o el vaso de vino que encuentran al alcance de la mano. Y, si la salud falla, los médicos les preguntan en el consultorio el nombre de pila para hacer tiempo y, en pocos minutos, ya  están afuera preguntándose si valía la pena levantarse a las tres de la mañana para conseguir un número de “atención”. Si han tenido vida escolar, ésta no ha transcurrido en colegios pagados donde se adquieren las amistades que el día de mañana se constituirán en “pitutos” recíprocos, no importa si faltan las habilidades.

Reflexiones que me motiva la lectura del libro de Rolando Rojo y los mundos de este autor, nunca moldeados en una literatura lastimera puesto que, por el contrario, el escritor se inclina por utilizar el humor y la ironía para sacar entre risas, sus buenas ronchas. Los personajes se esfuerzan por adaptarse lo mejor posible al sistema imperante, y a vivir a su manera.

Sus temas son diversos, van desde el hombre enamorado que se empecina en reponer su honor —porque esta sospechosa virtud es inherente a la condición humana, aún cuando se viva en conventillos—, hasta un velatorio, donde los asistentes se organizan en comisiones: las encargadas del aseo y ornato; los proveedores de líquidos y alimentos para consumir a la luz de las velas; y los encargados de la colecta en el vecindario. Una estructura calcada de la burocracia que se vive en el interior de los partidos políticos.

Lo ocurrido después de 1973 por varios años, es un baldón en la historia de Chile que no podrán olvidar los ciudadanos que vivieron sus  consecuencias en carne propia. La literatura chilena no puede eludir esa dolorosa realidad desde el punto de vista humano, antes que desde el punto de vista político. Esto debe entenderse bien y no caer en la tendencia interesada que pretende instalar la idea del  cansancio que provocaría la literatura que recurre a fuentes  como la experiencia social, los que en definitiva solo desean que se muestre un país más prístino y “hermanable”.

El cuento Y a ti, ¿te gusta el boxeo?, quizás se fundamente en alguna ominosa reminiscencia de la estadía del autor en campos de concentración. Amores y amoríos son también sus temas frecuentes.

Sus personajes podrían ser catalogados también como “perdedores”   consuetudinarios por quienes  todo lo ven desde el prisma de la competencia brutal en pos de sobresalir y deslumbrar. Son zapateros, obreros, humil des artesanos que se deleitarían con una caña de litriado y escupirían el whisky. ¿Podría esta actitud convertirlos en perdedores o infelices?

Rolando Rojo es un escritor al que le sobran habilidades. Su prosa es ágil. No exenta de adornos en  historias siempre sorprendentes y  excepcionales. En este libro, ha hecho de la brevedad una virtud, un ejercicio de victoriosa síntesis.

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 Reseña publicada en Revista Punto Final

 

La última apuesta

Rolando Rojo Redolés

Editorial Mago, Santiago, 2012

92 páginas, Cuentos