m a perezMª Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967). Ha publicado los libros Tratado sobre la geografía del desastre (México, UAM, 1997), La sola materia (Premio Tardor, Alicante, Aguaclara, 1998), Carnalidad del frío (XVIII Premio de Poesía «Ciudad de Badajoz», Sevilla, Algaida, 2000), La ausente (Cáceres, Diputación / Institución Cultural «El Brocense», 2004) y las antologías Libro del arrebato (Plasencia, Alcancía, 2005) y Materia reservada (antología seleccionada por Luis EnriqueBelmonte, Caracas, El perro y la rana, Publicaciones del Ministerio de Cultura de Venezuela, 2007).

También ha publicado las plaquettes El ángel de la ira (Zamora, Lucerna, 1999) y Pasión vertical (Barcelona, Café Central, 2007). En Catorce vidas (Poesía 1995-2009) con prólogo de Eduardo Moga, están recogidos todos sus libros publicados hasta la fecha (Salamanca, Diputación, 2010).

Su poesía está recogida en diversas antologías y ha sido traducida a varios idiomas (inglés, francés, italiano, neerlandés y armenio); también ha sido publicada en numerosas revistas en papel y en formato digital. Ha sido jurado de varios premios literarios, entre otros el Premio «Reina Sofía» de Poesía Iberoamericana 2005 y2009 y el Premio «Miguel de Cervantes» en 2007.

Breve antología hecha por José Ben-Kotel

I

 

tanta flor de espuma

y trinos amarillos para el tiempo

o frutas sugerentes

me izaré sobre tu miedo desplegado

con alas pequeñas de mosca imprescindible

porque llevo comiendo

miles de panes y de peces

desde antes

y me lloran los cestos si tú dejas

las redes destrenzadas en mi ombligo

De Tratado sobre la geografía del desastre (1997)

 I

Mientras llueve,

ahora mientras llueve,

yo no pienso en Machado

ni en la dimensión metafórica del agua

ni que es plancton o fuente de la vida

ni tampoco en que a veces equivale

al semen, a la humedad del útero

donde todo comienza y se desata.

No me pongo a pensar tampoco en su sentido,

su escondido valor en el orden simbólico,

o a qué se corresponde cada pequeña gota:

si es lágrima, ojo, canto o bien melancolía.

Lo que hago mientras llueve es renegar despacio

porque el agua se queda prendida en los cristales

y trae hasta la casa el limo de otros sitios;

porque sé del trabajo de esconder el salitre,

el polvo de la arena molida hasta su hueso

o la sombra de aljibes, de estanques y de fuentes,

del mar que se deslumbra por su propia espesura.

Si, como ahora, llueve,

yo no pienso en Vallejo con su aguacero triste

y menos, casi nada, apenas, en Machado.

Solo en la obligación imperiosa, excitante,

de restaurar el orden que se había hecho añicos

y devolver al vidrio su primera función,

la de mostrar el mundo en su sola materia.

IX

Un día se superpone a otro.

Una tarea a otra.

Un desayuno y su cuchara a otro.

Forman como las capas del hojaldre

o de la gelatina:

no llegan a fundirse,

no se amasan con el sudor del tiempo,

no crecen como el pan repleto de las horas

empeñadas en lograr su perfección esférica

y crujiente.

En la cocina, mientras huelo

el perejil anónimo, la sal

o la leche que hierve

– y que también suspira levemente –,

imagino que todo encuentra su sabor,

la dimensión exacta del gusto requerido,

ese espacio para el pleno desarrollo

de las papilas gustativas

y su redundancia,

de modo que no sean tan iguales

un desayuno y otro,

como no lo son

una cuchara y su gemela,

recuperadas en su perfil,

en la mella individual

e intransferible

del golpe contra la taza o el destino,

de la caída vertical hacia la ausencia.

De La sola materia (1998)

IV

Para Ana Orantes, a quien su exmarido prendió

fuego un 17 de diciembre de 1997.

 

La mirada insolente

es una forma aguda como un clavo en la tierra,

contiene una porción horrible de sí misma

y apenas imagina

la depauperada humillación de estar

como si no,

del cuerpo que se arruga

y se encoge en su nudo primerizo

volviéndose ceniza, haciéndose invisible

materia degradada por el odio,

la paja que se prende con blandura.

La mirada insolente

acompaña a la mano, a la pierna insolentes

para apresar el cuerpo con el garfio del miedo

porque ella está tan sola y ya vencida,

herida de la queja y azotada

con el tizón de espanto que lleva el que es su ángel

del mal o de la ira.

La violencia insolente

hace temblar los márgenes del cuerpo

y en su lenta combustión como de encina

la tinta de las venas escribe ese calvario

cuando era profanado el templo de la carne

y en el aire se anotan garabatos, graffitis

con la voz enfangada y sucia de ese grito

que calcina los labios, las cuerdas de la boca,

“porque yo no sabía hablar

porque yo era analfabeta

porque yo era un bulto

porque yo no valía un duro”.

Oh cuerpo de papel para la hoguera.

De El ángel de la ira (1999)

VII

Por las mañanas marcho a cazar el bisonte,

me cubro con la piel primera de mi mundo,

las flechas son del hombre que acompaña

su sueño y lo acompasa con el mío,

él marcha por su lado y su vereda

para escribir su parte de la historia.

En la mía estoy sola como siempre,

oliendo el miedo atroz y ese reguero

de huellas que conducen al combate.

Esas otras mujeres no cazaban

–las que miran desde antes y sonríen –,

alentaban el fuego y su videncia

ocultas en la sombra de su vientre,

maternas y cubiertas de maíz.

Pero ahora los tiempos son distintos,

la tribu no conoce la memoria,

he aprendido las marcas del venablo

y entonces hago mío el sufrimiento

de atrapar, de arrojar al animal

hasta su muerte escrita desde siempre

y llevarlo arrastrando, desollada,

también yo desteñida de su sangre.

Cuando vuelvo a la tarde me siento a llorar

porque advertí que el miedo es infinito,

y traigo roturadas sobre el rostro

las mías, las heridas de la lucha.

Soy responsable entonces de un pedazo

inmenso del dolor de la contienda,

de que cumplan su plazo algunas leyes

como la universal ferocidad,

de un trozo de la carne y de la lágrima

con que el bisonte sirve mi sustento.

A Flora Salveti

A Mempo Giardinelli

XVIII

Besémonos, cordero, flor de lana,

hagamos, deshagamos la madeja

que va de ombligo a ombligo hasta el comienzo

redondo y empapado de mi vientre,

juguemos a tocarnos como niños.

Prometo no gritar si me embadurnas

la cara y los pezones con el barro

que excretas y alimentas y enrojeces.

No diré que te temo si te escucho

llamarme con voz ronca e imposible

en lengua parecida al esperanto,

no estaré sorprendida de belleza

si te veo tan hermoso cada vez,

haré como si no te conociese,

descubrámonos juntos, iniciemos

el viaje por la noche y sus contornos.

Podemos dibujar sobre la espalda

el mapa del deseo en signos chinos,

que sea la saliva nuestra tinta

para atraer de nuevo a las marcas.

Soñemos sueños de cartografía

orgánica y corpórea en el deshielo.

XXII

Mientras estoy subida sobre ti

y juntos arqueamos la bóveda del cielo

solo puedo escuchar el rumor de mi sangre

golpeando los poros, la pared de la piel,

el tambor de cristal de la sangre bombeando

varios litros espesos por minuto.

Cuando estoy sobre ti no pienso en casi nada,

solo siento una cosa zona de sol que me conduce

al amarillo hueco del calor,

al lugar en que tiemblan las espigas

antes de su recolección para la hoguera.

Porque tiemblo y escucho la pulsión de la sangre

como si fuese tierra que se estuviese haciendo

en el horno inicial del corazón del mundo,

escucho su rumor subiendo de volumen

antes de su erupción en lava y en ceniza

y su anverso es el génesis pero tiene también

transustanciado el rostro de la muerte.

Y es que mientras estoy subida sobre ti

me llegan otros ecos de desastres,

lo del desplome azul de las casas de Oriente

que alguien cuenta en la radio, no le tiembla la boca:

Afganistán es nombre de tristeza

si ha habido un terremoto y no era de placer.

Por eso continúo subiendo por tu pene

y así estoy conjurando la caída del tiempo,

la caída devastada de la gente en Tajar,

la redención – que es falsa – del sufrimiento horrible

porque atrapo un instante nuestra gloria insensata.

De Carnalidad del frío (2000)

III

El mamut que conoce su extinción

se rasca y se despeina sin cuidado,

se lame los rasguños y sonríe

por si el día está lleno de alboroto,

e igual sale a buscar cada mañana

el musgo, el junco tierno y sensitivo

con que vencer al hambre o al glaciar.

Después duerme despacio sobre el suelo

y sueña con los hombres que dibujan

su lomo atravesado en una cueva.

Entonces siente miedo, se cobija

en un pliegue dorado por la tarde

y olvida cualquier sombra de dolor

al llegar la mañana, el apetito.

A ratos, omitido de la especie,

como uno más de entre los animales,

aguarda y se trastorna, se incomoda,

sonríe con cariño, tiene crías

y canta contra el miedo en las tormentas.

También yo me levanto, me persigno

y me abrocho la luz contra la boca

para salir al mundo y entenderlo

si mueren las violetas por el frío

y alguien queda tendido en la memoria

del llanto, su columna vertebral.

También yo me acomodo bajo el sol

y sueño con los hombres que dibujan

las lanzas para el lomo del mamut,

la herida de su sangre transparente 

manchando las paredes de la cueva

como si yo sangrase junto a él

y al hombre muerto en la comisaría

sobre una piedra roja y encerada.

Pero después el día trae el deseo

y vienen la alegría y el antojo,

las hojas diminutas de coraje

y su apetencia herbívora y feliz

para rumiar el tiempo y digerirlo.

VII

El tiempo es una forma de la boca

si descubro aterida que apaciento

un oscuro baúl impredecible

que arrastro de este lado para el otro.

Porque apenas recuerdo su llegada,

la fecha insoportable en la que es mío,

su llave y su candado como espuelas

del corazón y de su espuma roja.

Del baúl salen cosas imposibles

y se golpea la rosa de los vientos.

También salen las cosas personales,

la miga levantándose en el horno

del parentesco vivo y necesario,

alimenticias formas de ternura

o de espanto feroz en el desastre

porque el odio alimenta cada día

igual que la ternura, y envenena

el pan con que la boca se sostiene.

No hay forma de olvidar ese baúl,

de dejarlo tirado en una esquina

ni de perder tampoco ese candado

ni la llave maldita que lo abre,

lo hace un inmenso fardo que nos urge

doblemente como un cadáver sucio

y que es nuestro pasado, nuestro tiempo

en su belleza extraña y condenada.

XVI

no

las palabras

no hacen el amor

hacen la ausencia

si digo agua ¿beberé?

si digo pan ¿comeré?

Alejandra Pizarnik

Cuando sale el aliento desbocado,

febril o presuroso en su caliente

nube de aire que viaja y que regresa

a mojar de rocío las ventanas,

cada palabra es manto y alboroto,

una forma insensata de querernos.

Cada palabra trae su corazón,

su almendra aprisionada por la lengua.

Si digo pan tal vez no me alimente,

el trigo guarda avaro su tesoro

y no sube la masa a acometer

el cielo de la boca, el paladar,

la amarilla planicie del verano

en que hombres y gorriones se desgastan.

Pero si digo agua, viene a mares,

trae su grito feliz hasta la puerta,

arrasa la matriz de la memoria

y sube hasta el recuerdo enrojecido.

Cuando yo digo agua, no estoy diciendo pan

sino comienzo,

y viene desde lejos con su escarcha,

su fiebre y su esplendor, su poderosa

boca para llevarse los terrores.

Si digo agua, inunda el dormitorio,

escala las rodillas y su miedo,

trae légamo y las piedras de las ruinas

de tantos paraísos fracasados.

Arranca la raíz que nos recibe,

nos devuelve hasta el gesto primigenio

de mirar sorprendidos la belleza,

nos atraviesa y llena con su semen,

fermenta nuestro día en pan candeal,

hogaza acariciada por el tiempo.

De La ausente (2004)

IV

La mujer es un pájaro que arrasa

las tardes encendidas por el sol

mientras pinta en su cuerpo la memoria

como una flor de piedra para el aire.

En cada poro exacto, imperceptible

quedan fijados libros y retratos,

el altísimo arco de su entrada

sostiene contra el tiempo y su malogro

las piernas de la atlante que sujeta

las horas y los días, los trabajos

como almirez que canta su trajín.

No hay mayor fijación, mayor anclaje

en la lenta caída hacia la muerte

de los muros, los auges, los vencejos

y a la vez, con su piercing en la lengua,

con su lengua dorada de metal,

la mujer mueve el mundo y lo trastorna,

lo arrastra y conmociona contra sí,

arrasa como un pájaro las tardes

e inventa superficies cariñosas.

con plumas y atavíos muy diversos,

con brújula y castigo del lugar

en que duermen los hombres y las diosas

cuya falda es de jade y de distancia.

De Pasión vertical (2007)

 Silver Spring, abril de 2013