Por Óscar Hahn
Del poder del dinero se ha ocupado la poesía desde tiempos inmemoriales.
Muchos de nosotros pasamos las lentas y calurosas noches del verano mirando la teleserie «Pablo Escobar, el patrón del mal», que cuenta la historia del narcoterrorista colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria. Solía hacerse llamar así, con su nombre completo, como jactándose de su identidad. Un relato estupendamente escenificado, editado y actuado, hasta el punto de producirnos escalofríos y pesadillas. En algún momento nos enteramos de que Escobar había llegado a ser uno de los 10 individuos más ricos en la historia de la humanidad. En billetes, varios miles de millones de dólares; en vidas humanas, más de un millar de cadáveres de hombres, mujeres y niños. Tanto poder, dinero y codicia ¿para qué? El 2 de diciembre de 1993 todo eso se le transformó a Escobar «en humo, en polvo, en sombra, en nada», como diría Góngora. Fue abatido por las balas de la policía, mientras intentaba huir por el tejado de una casa en Medellín, no como el todopoderoso Zar de la cocaína, sino como un vulgar ratero.
Del poder del dinero se ha ocupado la poesía desde tiempos inmemoriales. En la Edad Media española tenemos el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita. Uno de sus poemas, «Enxiemplo de la propiedad que el dinero ha», dice: «Yo he visto a muchos monjes en sus predicaciones/ denostar al dinero, también sus tentaciones,/ pero al fin por dinero otorgan los perdones,/ absuelven los ayunos y ofrecen oraciones». Aquí el Arcipreste denuncia la inconsecuencia que hay entre lo que se predica (en este caso literalmente) y lo que se practica. Los sacerdotes aludidos condenan al dinero de palabra, pero en los hechos se rinden ante él. En el siglo XVII, Francisco de Quevedo escribió una letrilla, cuyos dos primeros versos son muy citados cuando se habla del tema: «Poderoso caballero/ es don Dinero». Es un poema satírico en el que Quevedo parodia la poesía amorosa castellana. La amada le habla a su madre y le confiesa que el objeto de su amor es un caballero muy opulento llamado… oro: «Madre, yo al oro me humillo,/ él es mi amante y mi amado,/ que de puro enamorado/ de continuo anda amarillo».
Después de la pérdida en 1898 de las últimas colonias que tenía España en América, y alarmado por la irrupción de Estados Unidos como nueva potencia continental, Rubén Darío escribe en 1904 su «Oda a Roosevelt». Alude al Presidente Theodore Roosevelt, que acababa de establecer la doctrina del «gran garrote» ( big stick ), como eje de la política exterior de los Estados Unidos. Una de las críticas más demoledoras de Darío surge en este verso que le dirige al país del norte: «Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón». Hércules representa la fuerza; Mammón es el dios del dinero y la avaricia. No se equivocó el poeta. Al año siguiente, Estados Unidos intervendría política y militarmente en la República Dominicana para proteger sus intereses económicos. Dice la Biblia: «Nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y a Mammón». Como declaró el Papa Benedicto XVI el año 2007, en su homilía de Velletri: «Es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos».
El juicio implacable sobre la idolatría del dinero existe en la poesía castellana desde sus orígenes. Varios siglos después, el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz se suma a la condena de los poetas cuando dice lapidariamente: «El dinero es el gran prestidigitador: evapora todo lo que toca. El dinero te vuelve ninguno». El mérito de los estudiantes chilenos el 2012 fue convertir la conciencia crítica sobre el lucro en la bandera de lucha de un movimiento social que terminó permeando a toda la nación. Sus detractores se dedicaron a realizar disquisiciones bizantinas sobre la palabra lucro, en vez de hacerse una pregunta elemental: ¿debe la educación ser considerada una simple mercancía que se pone a la venta para obtener ganancias monetarias? ¿Sí o no? Como dicen en inglés: «Money talks» (el dinero habla). El problema es que cuando el dinero habla, la verdad calla; pero cuando hablan los poetas, la verdad encuentra su voz. Y no hay poderoso caballero que la pueda acallar.
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El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…