Por José Ben-Kotel

 ‘Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio’, escribió García Lorca en una de sus gacelas del Diván del Tamarit. Pero, en el caso de este libro, la claridad sin claroscuros nos hace entrar en la maraña legible de estos poemas que se nos van descubriendo como el cuerpo desnudo en las sombras.

Para asombrarse y venerar la palabra y sus actos fueron escritos; están llenos de sentido y de cuerpo amado, en la tierra y en el légamo que dejan en el lector para que siga reverberando con ellos, vivo en ellos. En estos encontramos una voz que viene de lejos, tan de lejos como los primeros pasos del Ser; y a la vez son de ahora, de este tiempo en que es el amor al sujeto amado nos rescata y nos descubre y nos lleva a estar de cuerpo entero en el cuerpo del poema – el amado –  para vivirlo en plenitud. He ahí el fuego y la fragua de estos poemas.

      Hay un estilo Pérez López en esta poesía; una originalidad de signo y significado, imbricados en la madeja de la poeta que teje sus poemas combinando arte y artesanía. La llaneza de su poética no significa superficie, es profundidad del pensamiento de la médium que es la poeta; camina con acento propio en este bosque de hoy – su poesía – y en los páramos de ayer. La travesía de su habla viene de allá, y de este ahora que la poeta imbrica como una hilandera que continúa perfectamente su trazado desde un tiempo remoto, haciéndolo actual. La arquitectura de este corpus es como si los versos perfectos fueran olas que van y vienen en la construcción de su casa, que es la Casa del Ser, y del sujeto amado: el poema. Eso es lo que hay en Catorce vidas: la libertad de ser amada/o y a la vez vivencia del acto de amar en todas sus consecuencias.

       A éste lo vive, y sobrevive,  –  gozosa  –  la escriba de estas historias y su continuum. Usa, como si fuera médium, el elogio al amor en su obra, para de ese modo encaminarlo a la perfección del verbo y la palabra. En ellas encontramos la consagración de su entrega en cuerpo y alma a la carnalidad del poema y los esposos.

      Ritmo, melodía, connotación, denotación poéticas desde un lenguaje erudito, en apariencia simple, pero – gracias a su clarividencia – alejado de lo académico. Es sabido que cada poeta es su propio estilo; Pérez López se nos sale de ese paradigma; ella es todo estilo posible es… Voz ‘mundana’ en el propio sentido del término, y voz sublime, pero que aparea como los primeros místicos que gozaban en cuerpo y alma el don del otro, de la otra sin vacilaciones ni culpas ni mecanismos de defensa. Es un rasgo esencial en la poesía de Pérez López  descubrir ese hallazgo que nos acera y que nos lleva hacia lo pretérito. Poesía al amor, al acto/coito de amor, amorosa en su rebeldía y revelación de Eros en el ‘paisaje de lo que uno ama’. Poesía de cuerpo, corporal, de la sublimación del poema/cuerpo. Elogio a la vida a través/por medio del cuerpo del poema: verbo y carne son unánime en  Pérez López. Éste tiene su aire, llega al corazón, al cuerpo de lo amado, al epicentro del lector: sin lectores el poema no tiene vida, y sin poesía el Ser se queda sin hálito vital.

      He ahí el quid de la poesía de Pérez López, nos da vida cual madre/amada generosa, como nos la sigue dando Gabriela Mistral; en ambas poetas hay una poesía de la tierra y para el polvo, el enamorado y el que nos cubre. La poeta le descubre al lector el sentido de la vida: amar y ser amados en toda su belleza y consecuencias, cotidianas y de las otras.

      En los fluidos del poema  –  de estos poemas  –  van los fluidos del Ser, del cuerpo hecho poema transgrediendo la noción del decir religioso. La religión que hay en la poesía de Pérez López es la del cuerpo amado, de la mujer que ama con todas sus consecuencias sin caer en el abismo de la separación de género. Ninguno está sobre el otro. Su poesía/poema es una cópula perfecta en contenido y forma, en texto y contexto, en textura y tesitura. Hay situación binaria en ellos y a la vez cosmogónica, o fractal.

      Catorce vidas es una aventura, y ventura, que es permanente. En ellos hay una ‘revolución permanente’ que va más allá de esa ‘totalidad’ porque el poema sobrepasa cualquier red que lo atrape. En Pérez López la poesía no es un reflejo del poeta sino su consecuencia. Me explico, no es su Yo el que existe en éstos; va más allá de la individualidad: la poeta es voz tribal, por lo que la copulación, lo copulario es de todos: supervivencia de la especie, del poema. Una iluminación con luz y discurso propio. Su poesía es un poema de amor al Uno, al Todo: es la ‘Casa del Ser’.

      Memoria de ahora, no de ayer. El amor se vive en la poeta en presente, en ‘cuerpo presente’. No como religión sino como geografía y gramática y morfología. Convierte, subvierte, ‘pervierte’ el signo de la lengua y a la lengua la vuelve signo; es decir, transgresión.

      Una poesía que no tiene adjetivo; ningún poema debe tenerlo, si es que no le da vida a éste. Huidobro siempre tiene que estar cerca. O es poema, o no lo es.

      Catorce vidas que son siete – doblemente felinas – la posteridad y un unánime palpitar.

      “He leído el cuerpo de su poesía”, le habré dicho en algún momento a la poeta.

      Ahora os invito a leer las Catorce vidas, de María Ángeles Pérez López, en cuerpo y alma. Hay misterio en ellos, claridad, magisterio. Viajes a la semilla.

 

Silver Spring, marzo 2013