Pájaros debajo de la piel y cerveza, un micromundo en el estilo de David Lynch
Por Gabriela Aguilera V.
En la línea de las películas de David Lynch está el libro de Araceli Otamendi, titulado “Pájaros debajo de la piel y cerveza”, publicado en 1994. Estos pájaros llegaron a mí directamente de las manos de su autora. Lo leí en el avión de regreso de las jornadas de mujeres escritoras en Brasil y juro que no sentí las 4 horas de vuelo, lo que no significa que sea una novela liviana.
Araceli Otamendi se esmera en construir, con manejo de elementos psicológicos, un entramado de seres oscuros, pasando por encima de las buenas intenciones que cada uno de ellos pudiese tener. Los personajes son de una factura sólida e interesante. Tanto, que al final el lector no se detiene a considerar el desenlace de la historia porque estos personajes tan fuertes quedan gravitando, cada uno perfectamente diferenciable, creando una atmósfera esperpéntica en la que, tal como ocurre con las películas de David Lynch, la perversidad deviene en abismo seductor.
La trama es aparentemente sencilla: un millonario contrata a un detective argentino para que investigue el asesinato de su hija ocurrido en un pueblo alemán. El millonario dice no confiar en los detectives alemanes ni tampoco en el procedimiento investigativo que pudiesen desarrollar. En lo que en realidad no confía es en el sistema de justicia pero a diferencia de los personajes del hard boiled que dejan en evidencia la corrupción del sistema total y la inutilidad de su lucha contra él, este millonario no confía porque tiene cosas que esconder y sabe que sólo así podrá torcerle la mano a la dama de la espada y la balanza en lo que concierne a sus faltas. El detective viaja a Alemania en calidad de encubierto y así se introduce en el pequeño universo pueblerino para iniciar el proceso de investigación. Y se va encontrando con estos personajes que enmarañan la historia con sus propias historias enmarañadas. El detective también trae lo suyo y entonces se le cruza la ex esposa que aparentemente llega a desbaratar el precario equilibrio que el detective ha conseguido establecer en su vida. Sin embargo no hay tal y es acá donde la intención feminista de la autora se escapa por la acción del personaje ex esposa, muy latinoamericana, esa mujer capaz de todos los sacrificios por evitar el desmoronamiento de los suyos aunque sea realizando la pantomima de que algo es acción o idea del esposo cuando en realidad lo es de ella.
El desenlace es sorprendente y sin embargo, esperado. Las piezas se ajustan en el rompecabezas pero al mismo tiempo despiertan la inquietud acerca de cómo los policías alemanes no se dieron cuenta de la solución del caso cuando era tan obvia. Bueno, quizás las soluciones de los grandes casos sean tan obvias que por eso nadie las ve y Otamendi parece apuntar en esa dirección.
Otro plus de la novela es constituirse en una muestra antropológica de un estilo de vida, de una forma de hacer las cosas, de ese murmullo pueblerino que lleva consigo la maldad más profunda, escalofriante y que nos deja con insomnio, entre pescados fritos y cerveza, mucha cerveza. Similar a aquellos ambientes de las historias de Miss Marple, en que todos parecían de los más inocentes cuando en realidad tenían un cadáver en descomposición en su clóset. En este caso, esos cadáveres están en los cerebros y las almas y son liberados durante la lectura en cada una de las perversiones o filias que presentan.
Otamendi también demuestra un feroz rasgo de perversidad al develar magistrales juegos de maldad, como es el caso de las acciones de la mujer que cocina strudels y otros pastelillos exquisitos y que por otro lado, es capaz de destazar a sus vecinos con los chismes y las habladurías. O el del viejo que vive con dos mujeres que violentan sexualmente al detective al mismo tiempo en un admirable jugueteo de manos bajo la mesa. Estas son dos de las notables escenas perversas construidas por Otamendi, que se disfrutan de principio a fin y que dejan en evidencia que las escritoras de género negro traspasan los límites con salvajismo y delicadeza, sin detenerse en convenciones políticamente correctas.
Con un lenguaje directo y rescatando ciertos términos tanto alemanes como porteños, la historia se sigue con fluidez. Vale la pena leer esta novela. Al cerrarla, nos queda la inquietud y el deseo: la inquietud que provocan David Lynch y Araceli Otamendi al mostrar valientemente un vislumbre de maldad, y el deseo de querer seguir ahondando en aquellos siniestros y seductores recovecos de la mente y la emoción que todos los seres humanos llevamos dentro.
Santiago de Chile, Agosto, 2012
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.