Por Patricia Espinosa

Es común ligar la infancia con la pureza y la inocencia,  un estado asociado al mito del paraíso, donde predominan el equilibrio y la armonía. Una torsión al mito de una infancia feliz en El ladrón de cerezas, una novela sobre la niñez como un lugar ajeno a la felicidad, en el que todo resulta turbio, perverso, sin atisbo de tiempo maravilloso donde pueda descansar el protagonista, un particular niño con características psicóticas.

Este libro de Max Valdés Avilés explora el proceso de formación de Ramiro Aldea, un niño y luego adolescente desvinculado de la imagen que proyecta,  que no es otra que la de un ser extraño, raro, que parece indiferente al entorno y emocionalmente ajeno a los terremotos familiares en los que está inserto. Sin embargo, interiormente es un personaje torturado, siempre alerta, imbuido de rabia y rencor. Su pasividad es solo aparente, porque logra adentrase  en el trasfondo de violencia y traición de su familia.

Un narrador adulto, el propio Ramiro cercano ya a los cincuenta años, rememora su infancia mediante un habla que no demuestra mayor distancia respecto al niño que fue. Más bien, el Ramiro de los ochenta y el del presente son exactamente iguales; pequeños detalles lo muestran interactuando con los otros de la misma manera fría y distante que en el pasado.

La madre de Ramiro muere tempranamente, y el padre, un tipo violento y desagradable, se encarga de reemplazarla de inmediato. El niño observa su contexto  con una mirada trágica y decadentista, intensificando su repulsión hacia el padre y la madrastra, volviéndose insensible al dolor de los que lo rodean. Es entonces cuando surge el Ramiro psycho, el niño que arma una pequeña sala de torturas en el sótano, que desprecia a las mujeres, que intoxica  a la reemplazante de su madre, traiciona a su mejor amigo y planifica acabar con todo.

La perspectiva que Max Valdés propone resulta muy seductora: presentarnos a un niño aprisionado en su rol menor, dependiente, sometido, como sucede en cualquier niño, pero que en este caso tiende a reaccionar como un adulto.

Un aspecto a destacar estilísticamente es la propensión del narrador a detallar desde un punto de vista repulsivo no sólo las formas de descomposición del cuerpo humano, sino también la sexualidad e incluso el embarazo.

El proceso por medio del cual un niño común se convierte en un ser perverso es la provechosa veta que explora Max Valdés Avilés en esta novela que se entromete en el lado más tortuoso de la infancia, logrando con ello configurar una valiosa mirada en torno al origen del mal.

 

En: Las últimas noticias, 4 de enero de 2013.

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El ladrón de cerezas, de Max Valdés A.

Simplemente Editores, 2012

136 páginas