crimenPor Miguel de Loyola

La novela Crimen de semana santa se inscribe en el llamado género policial. No hay dudas que Antonio Rojas Gómez, su autor, domina el género, lo trabaja a la manera de los grandes, sin saltarse un solo paso de los artilugios que configuran el también llamado Género Negro.

Una pluma ágil y certera, introduce al lector en el centro gravitacional del asunto, sin caer en divagaciones innecesarias en que otros autores se pierden. Aquí vamos directo a los hechos, en busca del asesino y sus motivos, aunque lo que realmente importa, como ocurre en estas obras narrativas, no sea precisamente eso, sino la crítica social que surge  a partir de quienes esgrimen las armas de la justicia para combatir el crimen. La clave, o diferencia entre las obras de este género, parece estar en la configuración del personaje que viene a devolver el orden al mundo, mediante el restablecimiento de la justicia.

En Crimen de semana santa, Pepe Ortega, el periodista, y Mauricio Mandiola el detective, principiantes en su carrera, son los héroes creados por la ingeniería novelesca de Antonio Rojas para dilucidar un crimen acaecido en Semana Santa, ambos se constituyen en una dupla competente para desatar el nudo policial y cazar al asesino. El detective, por cierto, responde al estereotipo clásico de la novela policial, pero el periodista, proyectado por la pluma de Antonio Rojas Gómez, viene a marcar en su obra la diferencia, por cuanto encarna al joven idealista de todos los tiempos, que luchará, desde un escenario completamente distinto al del policía,  vehementemente por el esclarecimiento de la verdad, a esa verdad que responde a una ética virtuosa y definida, generada al interior de una cultura para la sana convivencia entre los individuos. Es decir, hay aquí por cierto, una clara exposición y defensa de tesis referida al periodismo investigativo, propuesta como aporte invalorable en el mundo moderno a la hora de la búsqueda y el esclarecimiento de la verdad. Hacia allá confluye el interés y acaso el mensaje del autor, en la necesidad de un periodismo transparente, marcado por una ética intachable,  que permita abrir el camino a la verdad. Será, en este caso, la insistencia de Pepe Ortega, en definitiva, la que dará pie a una nueva investigación para a dar con el verdadero asesino de un caso que -a juicio de la policía- estaba policialmente resuelto.

Pepe Ortega es capaz de captar y aclarar las diferencia entre un interrogatorio y una entrevista, como medios de búsqueda de la verdad. La primera, es una herramienta del detective, la segunda, claro está, corresponde al accionar propio del periodista. Y la novela deja en claro que una entrevista permite llegar más lejos en su exploración, por cuanto es capaz de generar un grado de intimidad que el interrogatorio no alcanza, trabado por esa relación necesariamente vertical entre interrogador – interrogado. Por el contrario, genera dudas, como efectivamente ocurre en la novela, tras los interrogatorios de los policías a los presuntos culpables del homicidio de la viuda Candelaria Maturana.

Habría que destacar también en esta novela, el uso impecable del idioma, exento  de garabatos y de esas expresiones estereotipadas que algunos cultores del género usan de muletillas. Aquí enfrentamos una prosa libre de tales abusos y facilismos. La prosa es transparente como la ética de sus protagonistas. No hay ambigüedades idiomáticas, pero si un uso medido de la ironía,  ingrediente o característica infaltable en la novela policial. Lo curioso es que aquí no está en manos de los investigadores, acaso porque todavía son principiantes, sino en el jefe de redacción del diario donde trabaja Pepe Ortega y en los colegas del detective, sobre quienes pesa o descansa la experiencia y los años de servicio.

Ta vez los juicios y prejuicios de doña Carmen Prado, resulten hoy en día extemporáneos, y remitan más bien a un siglo extinguido en el imaginario del lector actual. Y aunque permiten tomar conocimiento de las relaciones existentes entre la iglesia católica y la clase dominante de antaño, suena algo exagerada la exposición por parte de la entrevistada, o bien demasiado explicativa. Allí faltó, tal vez, mayor protagonismo al periodista.

 

Miguel de Loyola – El Quisco – Noviembre del 2012