a ricciPor Aníbal Ricci

Pedimos otra ronda de cervezas. Nos dicen que están cerrando y ella me acerca la cuenta. Le digo que no me queda dinero y se enfurece. Es como si estuviera en medio de una obra de teatro.

«¿Cómo son las alucinaciones?…

Extrañas, increíbles, enfermizas, maravillosas…

Eso provocará que el mundo cambie de perspectiva»

David Cronenberg  (Videodrome)

 

El pasillo es extremadamente largo y angosto. El pitcher de cerveza está vacío y la jarrita apenas me permite un último sorbo. Ya no hay color en este escondite al fondo del local. La cuenta aparece por arte de magia y saco unos billetes arrugados de uno de mis bolsillos. Dejo atrás “El Cuervo” haciendo una venia al mesero y de pronto me encuentro con la noche encendida de Plaza Italia. Quiero caminar y mi celular altera la paz. Aprieto el botón para contestar y un delincuente lo arrebata de mis manos. Lo agradezco y enfilo en dirección al Patio Bellavista. Estoy en medio de restoranes lujosos y sólo tengo ochocientos pesos. Pido unas monedas a un grupo de chicas que se reirán de mi aspecto. Me encuentro simpático y completo la cantidad necesaria para acudir al sector pobre del barrio. Aterrizo en un asiento al lado de unos traficantes que apenas se hacen entender. Supongo que desconfían de mi presencia y por eso no hablan mucho. Estoy en una pocilga que sólo sirve cervezas de a litro y en donde se mezclan unos sujetos de ropas holgadas con algunas mujeres desafiantes. Converso con la única chica que parece ser dueña de sí misma, sentada en la mesa central del boliche. Hace tres días que no he parado de beber y mis deseos no tienen ningún ánimo de poseer ni siquiera a esta mujer de hermosas trencitas. Me parece peligroso aventurarse en una conversación que traspase los oídos del matón sentado a su lado. Se nota que todos están drogados aunque controlan muy bien sus emociones. Parecen veteranos y las trencitas me invitan a navegar por aguas turbias. Cuando los invito a la única cerveza que me alcanza, beben conmigo y sigo bebiendo pasado la medianoche. La morena es la articuladora de estos iletrados. Apenas balbucean en medio de sus reflexiones de si soy de aquí o soy de allá. Sigo la conversación debido a sus labios hipnóticos y su timbre de voz grave me hace perder la consciencia. Varias veces me encuentro sentado en su mesa mientras alguno de su séquito me acerca un vaso; otras estoy sentado en un rincón víctima de monosílabos de seres que entienden el mundo de forma retorcida.

Un hombre de pie me sacude y dice que están cerrando. Soy el único personaje entre mesas vacías y retorno por el camino a Plaza Italia. Cruzo el puente y el río resuena oscuro bajo la ciudad. Miro los letreros luminosos que renuevan mis ansias de caminar. Recorro varias cuadras de parque y me interno bajo los túneles de unos edificios viejos. Me detengo en un paradero de buses y espero mareado a que el frío me despierte de madrugada. Abro los ojos y una mujer con medias caladas está sentada a mi lado.

            -¿Estás arriba de la pelota?

            -Un poco menos lúcido.

            -¿Quieres un jale?

            -No tengo dinero –le respondo y me convida un par de puntas.

            -¿Tienes tarjeta de crédito?

            -Supongo que me las robaron –miento (las dejo en casa para no agotar sus saldos).

            -Prueba una línea entonces.

            -Te repito que no tengo ni uno –no parece creerme y me levanta y comenzamos a caminar y me da de beber de su petaca de whisky.

Supongo que ha de ser atractiva, sin embargo sólo la presiento como un cuerpo acogedor. La tomo de la mano y le digo que me invite un trago en la Plaza Italia. Sin darme cuenta he recorrido más de diez cuadras y estoy en medio de Providencia, ahora de regreso voy inspirado por la próxima cerveza. Nos sentamos en unas mesas que dan a Vicuña Mackenna. Ella pide dos shops y me observa con cierta ternura.

            -Eres una buena persona.

            -Tú eres muy linda –surge de mis labios como un rezo.

            -Deberías irte a tu casa a descansar.

            -Lo estoy pasando bien.

            -¿Busquemos un cajero automático?

            -¿Vas a sacar plata? –le respondo y se larga a reír.

            -Eres simpático.

Pedimos otra ronda de cervezas. Nos dicen que están cerrando y ella me acerca la cuenta. Le digo que no me queda dinero y se enfurece. Es como si estuviera en medio de una obra de teatro.

            -Tú te quieres aprovechar de mí.

            -No tengo dinero, ya te lo dije.

            Se acerca el camarero y presencia nuestra discusión. Ella comienza a gritar y se vuelve una mujer histérica.

            -Si no tienes dinero entonces ándate y no me hagas perder el tiempo.

Camino hacia Plaza Italia y por primera vez en varios días me siento cansado. Los gritos me alteran y me quitan energía. Me recuesto en el paradero a esperar que pase cualquier micro. Se demora una enormidad. Le digo al conductor que perdí mi billetera y no tengo tarjeta para pagar el pasaje. Al parecer mi estado es deplorable y me cierra la puerta en la nariz. Esta vez espero sentado y despierto al lado de unas medias caladas. Parece la misma mujer pero ésta resulta mucho más acogedora. Recorre mis bolsillos y me invita a un motel.

            -No tengo dinero.

Me sube a un taxi y nos bajamos frente a una puerta rodeada de vidrios transparentes. Las escaleras son interminables y nos hacen esperar en un rincón con cortinas. El cuerpo a mi lado es una mujer de curvas contundentes. Cierran la puerta de la habitación y la chica pasa unos billetes por la ventanilla de madera. Se trepa al respaldo de la cama y fija la mirada entre sus piernas. Obedezco sus órdenes y le quito sus zapatos y su minifalda. Me queda sólo su diminuta prenda de color negro y desnudar su pubis magnético sin idioma. Le beso su carne y me embriago en su olor húmedo. Sus labios se funden con mi lengua en un ritual desquiciador que no acaba nunca. Imagino sus movimientos pero no me interesa observarlos. Quiero conectarme a su matriz y olvidarme de las bacterias y los virus. Supongo que a esto me trajo. No a jugar al macho recio que acaba en sus propios pensamientos sino a intentar unirme a su corazón vacío de sentimientos.

            -¿Por qué sigues tomando?

            -Para cubrir los vacíos.

            -Agradécele a Dios tus inseguridades.

            -Tengo un buen trabajo y hermosos hijos.

            -Tu alma es inquieta. Agradécelo.

            -Estoy harto de responder llamados en mi iPhone y de estar siempre conectado.

            -No le respondas a nadie. Sólo agradece.

            -Tengo una casa, un automóvil y estoy atiborrado de muebles con compartimentos que nunca he abierto.

            -Estás repleto de cosas. Disfruta de unas pocas.

            -¿Para qué me trajiste a este cuarto?

            -Estoy cansada de los hombres.

            -Pero yo soy uno.

            -No serás un estropajo que busca aniquilarse con licor para matar el tiempo.

            -Siempre me roban los relojes.

            -Ahora estás conmigo.

            -Mañana tengo que recoger las camisas del lavaseco.

            -Disfruta de la ropa que llevas puesta.

            -Parto en un nuevo trabajo la otra semana.

-La noche es joven. Quédate conmigo.

            -Eso querría.

            -¿Tienes miedo a defraudar a tu familia?

            -¿Quién no?

            -Tu miedo te salva… las grietas de tu personalidad te hacen despertar.

            -Soy poco confiable.

            -Eso fue lo que me gustó cuando te vi.

            -Mi mujer aguanta todas mis pendejadas.

            -Por tu chispa… por tu miedo… porque te rebelas.

            -Me siento un poco vacío.

            -Apenas comienza tu camino.

            -Tengo cuarenta años.

            -Debes llenarte de vacío y dejar de temer.

            -Quiero besar tu pubis toda la noche.

            -¿Otro whisky?

            -No quiero volver a casa.

Vivo huyendo y perpetuando esta fantasía de Cronenberg. Sólo quiero esta humedad en medio de la oscuridad. Sentir la energía vital que emana de esta mujer para volver a meterme en su útero. Atenea me cobija esta noche cubriéndome bajo el manto de su sabiduría. Deseo volver a ser parte del universo y “nunca más”, repito como un cuervo, volveré a salir de casa.