Por Gabriel Canihuante*
Vargas Llosa y Eco, cada uno en su estilo, con sus mundos reales e imaginados, nos muestran caminos creativos propios y ajenos.
Hay mucha gente a la que le gusta dictar cátedra sobre cualquier tema sin tener dedos para el piano -qué manera de empezar un texto-, pero en especial en literatura pareciera que sobran los que creen saber más de lo que realmente saben. Con unas pocas lecturas y un par de libros publicados andan por ahí realizando talleres, dando charlas, organizando eventos, incluso fuera de Chile. Allá ellos.
La verdad en todo caso es que siempre hay personas ávidas de consejos para transformarse en escritores. Jóvenes y no tan jóvenes son atraídos por el bichito de la escritura –de poesía y prosa- y sienten que tienen algo de talento e ideas pero les falta técnica para llegar a ser lo que quieren. Buscan instructores, orientadores, maestros…
A este tipo de lectores -en especial a los prosistas- recomiendo un par de libros que se relacionan más allá de los títulos. Mario Vargas Llosa publicó en 1997, con una reedición en 2011, “Cartas a un joven novelista” (Alfaguara) y Umberto Eco tuvo en 2011 la primera edición de “Confesiones de un joven novelista” (Lumen).
El Nobel de 2010 aclara en su prólogo que no escribió “un manual para aprender a escribir, algo que los verdaderos escritores aprenden por sí mismos”, pero, a mi juicio, asume abiertamente su rol de consejero y en el formato de cartas se dirige a un joven cuya única identidad es querer ser novelista. En sus 12 misivas Vargas Llosa entrega notables lecciones como la importancia crucial del poder de la persuasión (III); los tipos de narradores (V) e ilustra sobre técnicas como la caja china o muñeca rusa (IX).
El ex candidato a la presidencia de Perú escribe para otros basado en su experiencia, en su conocimiento, en su trayectoria, pero sin perder de vista a sus lectores. Eso da gusto, uno se siente bien, como si las cartas estuviesen dirigidas a uno, es bueno ser considerado, incluido.
Leer este libro del autor de “La ciudad y los perros” es mejor –mucho mejor- que asistir a talleres para incautos, charlas de expertos en “yo-yo” y a mediocres eventos.
En el libro de Eco el “joven novelista” es él mismo. Como su primera novela (El nombre de la rosa) la publicó hace 30 años, entonces se asume como un joven de esa edad. Al escribir su ensayo pareciera que da respuesta a preguntas impertinentes o desagradables que le han hecho a lo largo de su vida: “¿Cómo ha escrito usted sus novelas? De izquierda a derecha…”
Quizás es inevitable desde Latinoamérica sentirse algo ajeno a la escritura del italiano, pero no por eso deja de ser atractiva su obra. Son sólo cuatro capítulos, en 221 páginas de un texto cargado de erudición, con 88 notas bibliográficas, una buena parte de ellas referidas a sus libros o a textos en los que se habla de su literatura.
Por cierto, Eco responde a la pregunta ¿Cómo ha escrito usted sus novelas? de modo más que satisfactorio. Mediante sus novelas (“El nombre…”; “El péndulo de Foucault”; “La isla del día de antes”; “Baudolino”; “La misteriosa llama de la reina Loana” y “El cementerio de Praga”) nos habla de sus procesos creativos, del origen de sus personajes, de la coincidencia de sus escenarios con el mundo real, de cómo construye sus mundos imaginados a partir de su conocimiento de la vida real.
Con la maestría que se le conoce, Eco nos da clases sobre lectores y autores modelos y empíricos. Esta teorización es parte de sus confesiones muy personales, pero ayudan a cualquier candidato a escritor a situarse mejor en la siempre rica y compleja relación entre ellos.
Me llamó la atención que hasta la página 153 no hubiese ninguna referencia a autores latinoamericanos. Rusos, franceses, alemanes, ingleses, italianos y otros de diversas nacionalidades son citados con sus obras tanto en el capítulo 3 (Algunas observaciones sobre los personajes de ficción) como en el 4 (Mis listas). Y llama la atención no por mero latinoamericanismo sino porque sabemos que la obra de este subcontinente está entre las mejores del mundo, ya instalada como tal a nivel universal.
Pero, en la página 154, dice Eco textual: “Por último, vislumbramos el lugar de lugares: el universo. En su relato El Aleph, Borges lo contempla a través de una pequeña grieta…” Y dos páginas adelante reconoce: “Sin duda bajo la influencia de Borges intenté componer una geografía imaginaria…”. Basta con un escritor en su larga lista para que América Latina se sienta bien representada en el universo de Eco.
Vargas Llosa y Eco, cada uno en su estilo, con sus mundos reales e imaginados, nos muestran caminos creativos propios y ajenos. Son lecciones de dos muy buenos maestros, uno lo hace con epístolas, el otro con lecciones. Ambos merecen ser leídos, más de una vez, si fuera necesario para la mejor comprensión de estas clases de literatura, relativamente baratas (entre $ 10 y $15 mil cada libro), con una metodología flexible, adaptable a las necesidades de cada aprendiz. Y si anda corto de plata, sepa usted que puede leer ambos libros desde Internet; es cuestión de buscarlos.
Ahora bien, si usted no tiene ninguna pretensión escritural pero es un buen lector, por supuesto que ambas obras son también recomendables. Pasará momentos de placer, se sentirá a gusto aunque no conozca a todos los autores, deseará que le quede mucho tiempo de vida para alcanzar a leer todo lo que quisiera. Aproveche los días de invierno de este hemisferio y lea a rienda suelta.
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Periodista, cuentista, académico y editor independiente de todo tipo de textos, residente en La Serena, Chile. E.mail: canimau@hotmail.com
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…