Por Andrés Morales Milohnić
A la memoria de mi madre, exiliada croata, Višnja Milohnić Roje.
A la memoria de mis abuelos, exiliados croatas, Mihovil Milohnić Bogović y Ljubica Roje Kapetanić.
La antorcha de la poesía, aquella prometeica que heredamos de los griegos a través de los españoles -primeros habitantes europeos en nuestro territorio- ha brillado en Chile desde la llegada de Alonso de Ercilla en el siglo XVI y la publicación de su extraordinaria obra La Araucana, poema épico fundador del imaginario creativo de esa tierra extrema, estrecha y larga, “loca en su geografía”, al decir del gran novelista Benjamín Subercaseaux, a veces grata y dulce; a veces muy árida y amarga, aunque siempre hospitalaria con los miles y miles de emigrantes y exiliados de todas partes del mundo que han construido su carácter de pueblo, de nación y hasta de estado: multiétnico, pluricultural, indígena y europeo, español, palestino, italiano, británico, italiano, francés, alemán y, entre otros muchos más, por supuesto, croata. Las migraciones económicas y políticas, los trágicos y continuos avatares de Europa y Oriente Medio han forjado un país que no puede arrogarse la condición de ser algo cohesionado (como todos los países del Nuevo Continente), monolítico o que, incluso, posea una identidad única y definida exactamente por los parámetros de una etnia, de una religión o de una lengua. Chile es el fruto de la diversidad de los pueblos indígenas que lo habitaron (y aún lo habitan) antes de la llegada de los españoles y, también, es el fruto de las incesantes corrientes de emigración que cristalizaron los sueños, los esfuerzos y las ambiciones de una república que hoy ya celebra su bicentenario.
La, tantas veces cuestionada, discutida (y hasta negada) “identidad chilena” no es otra cosa más que la identidad de todos los pueblos que han sembrado su tierra cosechando los frutos agridulces que entre los vientos australes y el sudor del salitre; en la pampa del norte y en la austral Patagonia; entre esa cordillera fundamental llamada de Los Andes y el no tan Pacífico Océano, han ido, poco a poco, construyendo un espacio, un territorio, una pequeña parcela poblada de sueños, inquietudes y certezas, de miedos, luchas y alegrías, y que, con el paso del tiempo, han llamado primero, porvenir; luego, hogar y, finalmente, patria.
En ese territorio de los sueños y de las batallas cotidianas, en medio de la más dura de las supervivencias y del dolor nostálgico por la tierra que alguna vez tuvieron que dejar, allí, casi como un milagro o por arte de magia, floreció la poesía como una compañera insoslayable de las penurias y de la felicidad. La poesía que en Chile se ha prodigado, fundamentalmente desde el siglo XIX, en una forma increíble y hasta inusitada para un país de tan escasa población (al igual que Croacia), contribuyendo a la gran tradición poética de la lengua castellana con autores tan esenciales como Gabriela Mistral y Pablo Neruda (ambos Premios Nobel de Literatura); Vicente Huidobro y Pablo de Rokha; Nicanor Parra y Gonzalo Rojas; Oscar Hahn y tantos otros que sería casi utópico e inútil tratar de enumerar en estas páginas. De igual manera, ya sea con la viveza del espíritu eslavo del Mar Adriático o felizmente subyugados con esa fuerza telúrica que en Chile llamamos “poesía” y que estremece hasta sus mismas fronteras, los croatas y sus descendientes se adentraron en las fuentes de la palabra para escribir una gran literatura que puede señalarse como central dentro de la producción artística chilena y que cruza varias generaciones hasta llegar a las más jóvenes y actuales promociones poéticas que ya empiezan a ser reconocidas tanto en Chile como en el extranjero.
Desde luego hay nombres en la narrativa, el teatro y el ensayo que también deben ser objeto de otros estudios: Antonio Skarmeta, Juan Mihovilović, Ágata Gligo o Ramón Díaz Eterović en el cuento, la novela y el género biográfico. Los grandes maestros y académicos Raimundo Kupareo, Cedomil Goić, Jerko Ljubetić o Ernesto Livačić en el ensayo. Domingo Tessier (Mihovilović), Fernando Josseau Eterović, Sergio Vodanović y Alejandro Goić Jerez entre los dramaturgos. La lista de literatos chilenos de origen croata (naturales o descendientes) es muy larga y fecunda, pero, además, de gran calidad. Muchos de los ya señalados son auténticos pioneros en su disciplina (indiscutiblemente el caso del Profesor Cedomil Goić quien es un referente obligado para el estudio de la novela y la poesía hispanoamericana), o renovadores en su género particularmente ingeniosos (Fernando Josseau Eterović y Alejandro Goić Jerez) o, sin duda alguna, reconocidos y traducidos a lo largo y ancho del mundo (Antonio Skarmeta y Ramón Díaz Eterović). Pero hoy y aquí, nos referiremos a aquellos que quizás han conectado con lo más hondo del paisaje natural y humano, con las fuentes mismas de la fundación del imaginario chileno (recuérdese a don Alonso de Ercilla), con el género más cultivado y el que más destaca en la tradición literaria chilena (mal que le pese a la escasa y hasta mezquina crítica chilena): la poesía.
Aunque ya en el siglo XIX existen algunos poetas de origen croata (Antonio Rendić, Ivo Serge, etc.), es en el siglo XX cuando verdaderamente es posible hablar de voces que trascienden el testimonio y el relato personal para avanzar hacia una poesía más cuidada y con una estética propia. Roque Esteban Scarpa (1914-1996), quien fuera Director la Academia Chilena de la Lengua, es, quizás, el primer poeta de renombre que aparece en el escenario nacional, tanto como estudioso de la literatura, antólogo y como escritor. Su poesía (fina, delicada, influenciada por los clásicos) es una obra que debe ser revisitada y estudiada con mayor ahínco. Su libro Mortal mantenimiento (1942) es quizás uno de los más destacado de su generación (la de 1938 o 1942, según se prefiera). Por otra parte su labor como director del taller de poesía “El joven Laurel” constituyó un hito para la literatura chilena, pues desde allí salieron buena parte de los poetas de la generación siguiente (conocida como generación de 1957 o “del cincuenta”).
Sólo unos versos de su poema “Dejo que esta mano te llore” testifican la grandeza de una poesía importante que, insisto, debe ser revisada y reeditada:
“Hoy no he pensado en ti. No estoy pensando.
Esta mano te escribe como si sus dedos llovieran,
como nube consagrada a su taciturno oficio
de asear las hojas nonatas de los árboles.
Retraído, camino por corredores de fatiga,
miro entre lacias celosías que transparentan el tedio,
sobrevivo al herrumbre del día macilento
(…)”
Otros nombres se van sumando a la lista de poetas de origen croata: David Valjalo (gran gestor de la importante revista “Literatura chilena del exilio” que cumplió un papel más que fundamental durante la dictadura militar), Fernando Lamberg Carcović (uno de los primeros biógrafos del gran poeta Pablo de Rokha), Boris Tocigl Sega, Nicolo Gligo Viel, Dinko Pavlov Miranda, (recientemente fallecido) y Ástrid Fugellie Gezan (1948). Esta última, una de las voces más trascendentes de la actual poesía chilena escrita por mujeres y perteneciente a la generación de 1972. Sus libros Una casa en la lluvia (1975), Chile enlutado (1987), Los círculos (1988) o Dioses del sueño (1992), entre muchos otros, la convierten en la exponente femenina más relevante de la lírica chilena de origen croata. Con una fuerte preocupación por lo étnico, por la tragedia de los pueblos indígenas de Magallanes y de Chile entero, su obra se alza como un grito desgarrado donde la poeta asume el dolor colectivo para dolerse descarnadamente por su tierra herida. Transcribo uno de sus poemas más conmovedores:
Raulina Yagán Yagán
“Raulina Yagán Yagán, la última yámana de Tekenica y de Ukika, poblados de nutrias y sembraderos vecinos a la crueldad de las redes y el mar, murió un diez y siete de abril de mil novecientos ochenta y siete.
Raulina Yagán Yagán no dejó más descendencia que uno que otro tejido a telar, que la infeliz, hubo de aprender para sobrevivir, porque el mínimo empleo repelió su oficio de entrelazadora de canastos y canoas en miniatura.
Y así, Raulina Yagán Yagán, la última yámana de Tekenica y de Ukika subió a los cielos donde Pedro, en nombre del Dios Padre Todo Poderoso la recibió:
¿Tu nombre?
Raulina Yagán Yagán, repuso la indígena con la cabeza gacha, y luego agregó, Annu lalayala…
¿Qué dices?, interrogó el Blanco Santo.
¡Los he dejado!, ¡Ya los he dejado!, ¿Dónde puedo encontrar a mi padre dios yámana?
¿Tu padre dios yámana?, ¿Te refieres al dios padre de los yaganes?, insistió algo desconcertado el bueno de Pedro.
¡Sí!, si, sí, se esperanzó Raulina Yagán Yagán.
Murió, Raulina, tu padre dios murió el diez y siete de abril de mil novecientos ochenta y siete, en la tarde.”
Pero Ástrid es una poeta que no ha olvidado sus orígenes europeos, en un escrito que le solicité, especialmente para este congreso, la autora señala:
“Referida a mi trans-orígen, mi transculturización eslava se remite al tiempo remoto y ontológicamente presente de mi niñez, en una Provincia helada, de invierno perenne no obstante, la pasada intermitente por el día calendario de las cuatro estaciones del año (…). Aldea brillante, pulcra, contradictoria Punta Arenas mía, a la que nombro, inmemoriablemente, «Una especie de país des-poseído». Hasta sus tierras llegaron entonces, mis yugoslavos pioneros de esos lares: Allí están mi madre y mi abuela Francisca, Matriarcas fascinantes en mi despertar ingenuo. De estas adorables mujeres heredé el asombro y mi pasión por la belleza. No casual entonces, mi vocación de «hacer hogar», mi deleite por los aromas, los perfumes, las plantas, la buena y santa mesa, en fin, el amor por la vida y la muerte como en uno solo y advéntico milagro. Mis primeras incursiones a la poesía nacieron de los labios de mi madre quién, sentada en su «sillón infinito», solía leérnosla por las tardes. Mi capacidad de trabajadora tenaz e incansable, mi espíritu acogedor y enamorado, mi risa fácil brotada del alma, mi cabida innata de mofarme de mí misma, (tan sanante como autorreguladora), la cogí de mi abuela Francisca. La estética arraigante de mi lejana Croacia la viví en los jardines y en las quintas, en los sótanos habitados de arlequines y fantasmas tanto, en la casa materna, en la estancia paterna como, en aquella fascinante morada de mi abuela. Ya pasada buena parte de vivir, me declaro agradecida de mis genes eslavos porque, ellos han colaborado en buena parte, a hacerme integridad única, irrepetible, intransferible-transferida que, no teme a la adversidad no obstante, sufrirla intensamente: a la manera de los Croatas«.
Como es posible ver, los temas de cada poeta son propios, únicos, distintos, pero el origen no se pierde. La memoria consigue “rebuscar” hasta que, en el fondo, la raíz de todo aparece allí: “en el país de la infancia” como diría Rilke, la verdadera patria del poeta. Otro autor muy relevante, perteneciente a la generación de 1987 (conocida como de 1980 y donde me incluyo) es Óscar Barrientos Bradasić (1962). Sus poemas nos hablan de una presencia permanente de Croacia que juega en su memoria de niño y en la nostalgia por una nación que no quiere perder y que permanece viva en distintos momentos de su existencia. Valga como ejemplo este poema que traza un arco bellísimo entre Split y Punta Arenas:
Avenida Bulnes
“Los techos de Punta Arenas
son rojos como los de Split.
La inmigración es una enciclopedia
olvidada en medio del parque.
No olviden el imperio del oleaje que los trajo hasta aquí
ni la promesa del paraíso terrenal,
ambas pertenecen a la emboscada del silencio
que padece la ciudad que yace más al sur.”
“La inmigración es una enciclopedia/olvidada en medio del parque”, es como si la distancia se anulara y tanto Punta Arenas como Split estuviesen unidas por un pasado común: “ambas pertenecen a la emboscada del silencio”. Ese doloroso silencio de quienes ya no están, pero comparten un origen común y una forma de entender la existencia que, por decir lo menos, es muy particular.
Otro poeta singular perteneciente a la generación del 1980 es Niki Kuscević Ramírez, amante de los faros (notabilísimo es su libro Metalenguajes sobre “El fantasma del faro Evangelistas”) autor de libros estremecedores como Cadáver lírico o Estudio de una imagen, construye una sólida poesía donde también, de una u otra forma, la inmigración croata está representada ampliamente. Con un hálito de historiador y, desde luego, de poeta, Kuscević ha logrado forjarse un lugar indispensable en la poesía chilena actual.
Renovando la poesía chilena y con una forma más que particular de vislumbrar el mundo, Christian Formoso Bavić (1971) es uno de los poetas más interesantes que han aparecido en el horizonte lírico chileno del último tiempo. Autor de El Odio o la Ciudad Invertida (1997) y Puerto de Hambre (2005) entre otros textos es el más reciente ganador del importante Premio Nacional de Poesía Pablo Neruda, Formoso Bavić es un poeta sólido que con un extenso libro (El cementerio más hermoso de Chile, 2008) estremece el panorama de la poesía chilena más nueva. En un escrito que le solicité a propósito de esta intervención en Zagreb, Christian me escribe:
“(…) Como verás [estos poemas], no hablan directamente de Croacia o Yugoslavia, sino a través de nombres. Los dos primeros aparecen en tumbas de cementerios rurales. Distinto es el caso de mi abuelo -Miguel Bavić- en que hay una voz que traspasa épocas haciendo evidente un extrañamiento. Su manera creo que va de una gramática algo quebrada hacia algo bastante más fluido e informal (…)”
Formoso Bavić es un autor “de tomo y lomo” que, como lo hiciera en su tiempo el poeta norteamericano Edgar Lee Masters fabrica historias y, más que eso, crea una mitología en torno a la existencia de distintos personajes. Léase, por ejemplo este pequeño, pero intenso texto:
TUMBA SECCIÓN RÍO GRANDE
Cercado de madera mal conservado 3X3 m. Contiene inscripción grabada sobre una cruz:
“EUJENIO MARIONELICh
MUERTO AhOGAO
EL DIA 4/10/1915
NACIO EL AÑO 1897.”
O este otro que habla de su abuelo Miguel:
MIGUEL BAVIC
† 9 – V – 1955
Día a día el oído afino
y el ojo se aja
y estremece la carne.
Día a día
el tiempo entra y sale
de mi carne y del río
y del mar amarillo
y del mundo
y del monte
reventando de tanto muerto
porque algo se levanta
cuando todo debiera
usted sabe
hundirse.
Recuerdo, hay un barco
que tomamos, decías
que lo que importa
qué importa
es el viaje
dime ahora cómo
se dice yo, decías.
¿Y el pájaro muerto
suspendido en los ojos
cuando llamaba la noche
en un silbo negro?
Te preguntaba porque quería
ser el doble del mundo
y el corazón, también.
Botón gris, luz amarga, miel
alimento sin fulgor, tú
oh, Padre mudo
sangre de mi tarde
te busco en la cima
en lo oscuro
en la vegetación terrestre
la floración encendida
en el aire y el agua
y el pie de la ceniza.
A esto entrego los días, el oído
y el ojo afino
mientras una avalancha de sangre
en el cielo
recoge la llama de todos
que se humillan y hablan
sin saber.
Porque caro
es el precio de la conciencia
bufo
el de la muerte.
Tal y como anunciaba al comienzo de este escrito, los croatas no sólo han dejado una huella en la construcción de Chile como una nación soberana y multiétnica. Sus aportes, desde la medicina a las letras, desde la historiografía a la lingüística, han forjado una forma de ver el mundo y de hacer las cosas que tienen que ver con el rigor y con la energía, con la pasión y la razón. Esa lejana república, ese Chile hermoso que se sitúa en el “finis terrae” no sería el mismo sin el aporte de los croatas y sin estas voces que hoy he mencionado y que, sin duda alguna, han contribuido a que nuestras letras consigan un lugar especial en el ámbito latinoamericano e internacional.
***
Ponencia presentada en el II Congreso Internacional de Estudios Croatas, Zagreb, Croacia, septiembre de 2011.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…