basta 1Por Lorena Díaz Meza

¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género, reúne cien microficciones pertenecientes a distintas escritoras chilenas residentes en el país (y excepcionalmente en el extranjero), compiladas por la escritora Pía Barros.

El libro entrega una amplia mirada, a través de la diversidad, de la violencia de género, hoy. En la antología se encuentran narradoras y poetas que en breves líneas logran mostrar su versión ‘literaria’ de la actualidad, expresando los distintos contextos culturales, pasionales, económicos e históricos que nos reflejan como sociedad.

El libro, publicado por Asterión Ediciones, cuenta con 115 páginas, en las que cien escritoras de distintas edades y estilos, se hacen presentes para develar en pocas palabras, una de las tantas aristas de la violencia ejercida contra las mujeres, desde el pasado a la actualidad.

Este trabajo pretende abordar la lectura de la obra a partir de la polifonía de voces simultáneas que van haciéndose presentes, donde cada una expresa una idea distinta pero que a través de la violencia forman, en conjunto, un todo armónico. En base a esta polifonía se verá también cómo todas coinciden en la violencia que más ha perdurado a lo largo del tiempo y que para la mayoría de las escritoras sigue siendo un imperativo a la hora de escribir: la sexualidad. En base a estas dos grandes áreas, muy conectadas entre sí, se verá también una panorámica general de los aspectos culturales y de la intimidad, así como también su presencia en la microficción femenina.

La microficción es el espacio ideal para crear una antología fractal como ¡Basta!, donde las características de la brevedad de lo posmoderno que menciona Zavala en su texto La microficción bajo el microscopio, se hacen presente en su totalidad: metaficción, estilo carnavalesco y polifonía. Además están presentes la ironía y un lenguaje literal que muchas veces termina en una alegoría de la realidad o crea fuertes lazos con la intertextualidad. Los cuentos compilados por Barros son breves, —no superan las 150 palabras—, pero el trasfondo que contienen es tan amplio como las distintas etapas que han pasado las mujeres a lo largo de su historia, y en el que, pese a la evolución social, se siguen dando las mismas situaciones: abandono, agresión física y abuso de poder, entre otras formas de violencia.

Al contar con cien voces distintas, no es apresurado decir que toda mujer podría identificarse con alguno de los microcuentos, incluso cuando no hubiese sido nunca violentada, pues el abanico de miradas conduce a un contacto directo con la realidad, no sólo la propia, sino también la de nuestro entorno. Por lo mismo, es fácil reconocer entre los textos la propia vida o la vivencia de la amiga, de la vecina o de la mujer que nos saluda en la fila de algún banco o se queda conversando en la oficina o en el almacén de su barrio, dilatando el momento de llegar a su casa.

La intertextualidad que se presenta en algunos textos, como en el caso de “¿Te acostaste con César Vallejos?” de Andrea Jeftanovic, además de dar una visión que ‘va más allá’, provoca una constante ironía, ya sea través de los finales epifánicos y anafóricos como también de los constantes juegos de palabras, como es el caso de “Presente imperfecto”, de Silvia Guajardo.

Las posibilidades de reescritura y relectura se amplían al tratarse de un fractal polifónico, donde surge la posibilidad de ver la antología a modo de caleidoscopio, diversa y cambiante. ¡Basta!, es un fiel ejemplo de la escritura breve posmoderna, actual y nacional, donde no sólo se deja constancia de la realidad del país, sino también de la realidad hispanoamericana, de la mujer y su ‘enfrentamiento’ con el entorno.

La polifonía, como se mencionaba anteriormente, se da en la multiplicidad de voces, tanto en las de las narradoras como en las de los personajes. Hay mujeres malvadas que pese a su condición de mujeres, —vistas desde la fragilidad errónea del género—, sacan fuerzas y llevan a cabo una venganza determinante para sus vidas. En estas mujeres hay una crudeza que no siempre se relaciona con la victimización sufrida, sino más bien con una reacción límite frente a la violencia, que corta de raíz con el causante del mal. Un ejemplo es el cuento de Lilian Elphick, llamado “Legítima defensa”:

 

“Veintisiete huesos dentro de mí (…) tu dedo índice sermoneándome mientras se deshace, el anular perdido para siempre. No estoy arrepentida (…) aunque tenga la (…) mandíbula como la de una boa. (…) Tu sangre tiñó mis muelas y se está coagulando en mis encías. (…) Y a la jueza le diré la verdad y nada más que la verdad: que tenías la mano dura.” (40)

 

Otras mujeres adoptan una conducta resignada o ven la violencia como algo normal, que está dentro del actuar cotidiano de la sociedad chilena. Mujeres que no denuncian la agresión y que ven esta intimidación sólo en los golpes, como ocurre en el caso del microcuento “Herencias”, de Hilda Carrera, en el que se aceptan estas conductas por un asunto de herencia social, como lo menciona su título: la mujer busca, dentro de lo malo que debe vivir, lo mejor, lo que le cause menos miedo, y con eso se siente conforme: “Sí comadre. Es cierto que me grita harto, pero al menos no me pega. Mi viejo le sacaba la cresta a mi mamá. (…) Yo creo que mi cuñado también le pega a mi hermana. (…) me atrasé y no alcancé a tener la comida lista. Me gritó puta y salió dando un portazo…y eso que no sabe que un par de veces lo hice. Cobré poco eso sí. Estaba chica todavía” (26). Otro cuento con estas mismas características es el de Mariana Marini, titulado “Constelaciones familiares”, donde la mujer comienza cargando con esta herencia familiar: “A mí me pasó lo mismo que a mi madre y a ella, lo mismo que a la abuela. La abuela no dijo nada, mi madre no dijo nada y yo no dije nada” (59). En este cuento se constata además el paso del tiempo sobre la misma conducta, sin que exista una mujer que rompa con el molde, como se veía en la voz anterior, reflejada por Elphick.

La intimidación se hace presente en la relación amorosa y en las relaciones familiares, donde la violencia la ejerce el hombre y también la mujer sobre su mismo género, (como sucede entre una madre y su hija o entre amigas), ya sea por un asunto pasional, por un asunto de poder o porque alguna osó romper con el canon establecido por la sociedad para la conducta femenina. Es decir, la mujer, según el mito mariano, debe actuar de una manera determinada para ser aceptada socialmente, por lo tanto, si esa conducta es subvertida, son las mismas mujeres las que castigan a sus pares por no ser buenas dueñas de casa, madres o no cumplir con sus ‘deberes de esposa’. Al mismo tiempo, vemos cómo la mujer solidariza con sus pares mientras las ve en una situación de vulnerabilidad y ella misma puede ayudar a una congénere a salir adelante y defenderse, mientras que si una mujer en estado de vulnerabilidad se atreve a salir adelante sola, es castigada dejando en evidencia que al interior del mismo género existe una suerte de depredación. En la antología existen al menos tres textos coincidentes en este punto: el de Ana Crivelli, titulado “Mamachismo”, en el que se señala: “mamá me dio una cachetada porque le dije machista. Ella se oponía a que entrara a la universidad (…) Papá (…) se levantó del sillón, (…) esbozó una leve sonrisa y me dijo: “Mañana, bien temprano, salimos juntos y te vas a inscribir”” (33); el deLuz Orfanoz, titulado “Filial” y en el que la propia hija es quien le quita la vida a su madre para quedarse con sus pertenencias: “Mientras ustedes buscan yo saco la almohada, la pongo sobre su cara y me siento en ella” (80); y el de Jessica Bustos, titulado “Juntas” en el que las peleas entre la madre y la hija las llevan a ambas a desearse la muerte y a criar el odio que les impide “ver” la relación filial.

Voces curiosas que surgen haciéndose un espacio dentro de esta polifonía, son la de la mujer sufriente, la de la independencia fragilizante, la voz del silencio, las voces que abusan o son abusadas por el poder. Existen mujeres que ironizan frente a la relación amorosa y su violencia, como ocurre en el texto “Divorcio”, de Andrea Avaria u “Opciones”, de Gabriela Aguilera, que además de cargar con cierta ironía también contiene una gran ambigüedad que produce la sensación de que tanto hombres como mujeres pueden ejercer la misma violencia o ser igualmente víctimas, ya que sus personajes no se identifican en cuanto al género, sino que se limitan a identificarse como agresor(a) y agredido(a): “Se dijo que tal vez hubiese sido mejor el divorcio (…) tenía poco tiempo para deshacerse del cuerpo.” (8)

En esta polifonía hay voces que se basan en la estructura narrativa para exponer las distintas formas que toma la violencia, como es el caso de Guajardo que se mencionaba anteriormente o el poema de Ivonne Coñuecar. Ambos hacen un recorrido social e histórico por la violencia, sin valerse de un único personaje, lo que significa colectivizar este flagelo social y no individualizarlo es un estereotipo único.

Para finalizar con el sinfín de voces y modos de abarcar el mismo tema, se propone ver el cuento “Estado”, de Susana Sánchez. Aquí, la autora hace un resumen intraliterario de otra cantidad polifónica de señales, donde en el vestidor de una piscina municipal un grupo de mujeres muestran las cicatrices de su cuerpo y cuentan cómo llegaron a tenerlas. Este cuento tiene varios significados: por una parte está la exposición del cuerpo desnudo y por otra, las cicatrices físicas y emocionales de cada una. Tiene también un trasfondo social y por último, las múltiples formas de agresión física y los distintos actores en cada situación: hijos, padres, jefes, esposos, dictaduras: “La del vientre quemado, (…) la del pecho mutilado (…), la del meñique faltante (…), la de la pierna tiesa (…) la última (…) Parrilla eléctrica, cinco años presa, golpeada y violada” (94).

La violencia, como se ha podido ver a lo largo del libro, se da de muchas maneras, siendo la agresión física la más evidente. Esto supone una explicación que se ve reflejada dentro de la misma obra; muchos de los otros tipos de violencia no se ven como tales por las mujeres encarnadas en los personajes: es normal el grito, la descalificación y la burla. A su vez, este tipo de maltrato va muy ligado a la sexualidad, que si bien se focaliza en lo femenino, da claras luces de lo que es la sexualidad masculina en la sociedad actual según el prisma por el que ven la realidad las mujeres, representadas por las escritoras antologadas.

La sexualidad se puede ver desde dos grandes áreas: el aspecto cultural y el de intimidad. La cultura, desde mucho antes del mito mariano, ha consolidado a la mujer como algo ‘anexo’ al hombre, donde el rol principal del ente femenino es acompañar, ‘estar ahí’ para cuando se le necesite. Con esta convicción se ha crecido durante generaciones y generaciones, trasladando a la mujer al ámbito privado, guardándola hasta hace un par de años atrás, cuando ella, utilizando sus propias armas, ha logrado hacerse un espacio en la sociedad actual como mujer profesional, pasional, académica, entre otras. Un grave error, tanto de hombres como de mujeres, es confundir la igualdad de derechos con la identidad. Como señala Patricia Politzer en su libro Mujeres: La sexualidad secreta, somos distintos: tenemos los mismos derechos sociales y ciudadanos pero somos distintos biológicamente y por lo tanto conductualmente. Acá recordamos, por ejemplo, el término Virgen demoniaca que usó Gabriela Mistral y también lo señala Sonia Montecinos en su libro Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno: la mujer estaba echa para ser madre y cuando no lo era, cumplía con su labor de virgen, (acogedora, protectora, pilar de la familia), pero a la vez, resultaba demoníaca pues su fin principal, que era ser madre, no era cumplido.

Por otra parte, la intimidad hace alusión a la relación sexual y al contacto físico. En ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género, hay un concepto muy marcado a lo largo de los textos, ( que también usa Politzer), y que es ‘el sexo oculto’. Politzer determina que “la idea de que los hombres tienen sexo y ellas no, se apodera de las mujeres desde muy pequeñas” (22). El sexo oculto, en una primera instancia, se refiere a lo fisiológico: los hombres tienen algo que mostrar mientras que los órganos sexuales de ellas están escondidos. Lo mismo ha sido traspasado al actuar íntimo y social de las mujeres, reprimiendo o escondiendo su sexualidad. Esto impone una conducta de agresión o de no-importancia de lo que la mujer quiere o necesita, aun cuando la participación de la mujer en el terreno de la sexualidad está dando frutos positivos en los últimos años. Es así como la mayoría de los cuentos que aparecen en la antología y que tocan el tema de la sexualidad, lo hacen a partir de la violencia, de la agresión o del abuso de poder. Se pueden ver simultáneas voces provenientes de hijos violados, empleadas abusadas, mujeres agredidas en la intimidad, entre muchas otras experiencias que forman estas aristas sociales.

La gracia de la antología compuesta por Barros es, en cierto modo, romper con lo que Politzer señalaba: “Son muy pocas las novelas sobre la sexualidad de las mujeres escritas por mujeres. No se ha desarrollado, por tanto, un lenguaje consistente para describirla, para detallar sus fantasías, sus placeres, su sensualidad”(42).

Es cierto que hay muchos relatos femeninos que rescatan el erotismo femenino, pero en esta oportunidad el lector se ve enfrentado no sólo a las fantasías sexuales, sino a la agresión, al dolor y a la rabia vistos desde la perspectiva sexual, temas que aunque presentes, no han construido un vocabulario amplio para referirse a dichos asuntos sin caer en lo sicológico, científico o soez. Acá se logra ‘decir la verdad’ de lo que está pasando sin temor, sin ser exhibicionista ni caer en las exageraciones. En ¡Basta! hay personajes reales que, como se decía anteriormente, es fácil encontrar a nuestro alrededor. Fanny Guzmán, por ejemplo, en su texto “Condimento perfecto” comienza diciendo: “Gorda, fea, no sirves ni para la cama, como pude meterme contigo” (48).

La descalificación en el ámbito de la sexualidad es otro de los temas recurrentes. Por ejemplo, “Escarmientos”, de Alejandra Wolleter, hace referencia al maltrato de un travesti, pero la agresión, más que al hombre vestido de mujer, va dirigida a la trabajadora sexual: “me quedé atrás cuando apareció, taconeando, la maraca. Salieron volando su peluca, sus zapatos y su cartera (…) comenzó a afanarse en la cara de la huevona con el bate, la reventamos” (110). Magdalena Rosas también deja en evidencia el maltrato a las mujeres que trabajan en la calle, a la prostituta, a la callejera, a la liberal. En su texto, “Avenida Bustamante”, no sólo sitúa al lector en plena ciudad, sino que también entrega un lugar reconocible al que todos sabemos llegar y que podemos verificar: “‘La Negra’ parada en una esquina con la mirada perdida (…) imaginó la lluvia mojándole el pelo, al mismo tiempo que don Jorge le diseminaba sus líquidos en la cara de niña pintada, para esconder el desconcierto.” (91)

El abuso a menores también está dado y no como una denuncia sino como una constancia de lo que ha estado ocurriendo desde tiempos remotos hasta la actualidad, pero como decía Politzer, en la sexualidad oculta de las mujeres. Solange Ordax lo deja claro con el título de su texto: “Los delitos sexuales no prescriben”. Lorena Saavedra con su microcuento “Error de percepción”, lo ejemplifica desde una panorámica general al señalar que: “La gente es mal pensada. Me enamoré de ella (…) Si hasta dejé a mi mujer. Y ya casi tiene doce”(92). En “Caricias”, de Farha Nasra,  el abuso se presenta en una historia macabra que usa elementos implícitos que desnudan el horror de la situación: “´´Mamá no debe saber. Toma, compra el juguete que desees. Mañana tendrás que esmerarte más´´ le dijo el padre mientras se subía el cierre del pantalón” (74).

En las relaciones de pareja, un texto que ejemplifica lo que se decía anteriormente, es el de Claudia Farah llamado “Silenciosa”: “Mete la mano bajo tu falda, aprieta tu sexo (…) Te miras como perra, la que se aparea con otro macho, uno mejor Macho que te montó como perra… y te gustó” (42).

La sexualidad está presente en todos los textos. La polivalencia de las palabras así como el juego textual ayudan a reforzar las ideas. A su vez la polifonía nos da cuenta que no hay sólo una manera de ver la violencia, sino muchas y que a su vez cada aspecto de ésta,—el abuso sexual, el maltrato verbal, los golpes—, está dividida en tantas visiones como mujeres tomen el lápiz y quieran escribirlo o contarlo.

En resumen, ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género es la punta del iceberg de la violencia de género y un espejo de la sociedad actual y su evolución, ( o paso del tiempo, si se prefiere), en la sociedad chilena. Esta realidad, pese a reflejar el contexto nacional, bien podría ser un retrato de la realidad hispanoamericana. Otro de sus grandes valores.

Al ser un reflejo de la sociedad y de las formas de escritura, variadas y significativas de las mujeres chilenas, las palabras de Pía Barros toman un gran sentido cuando señalan que: “No fue difícil encontrar cien escritoras que quisieran enfrentarse al desafío (…) Esto (…) deja en evidencia otra forma de la violencia de género: la invisibilización  de la creatividad de mujeres” (5).

En nuestra sociedad, las mujeres han ido develando la violencia de género, con mejores o peores resultados; han dado el primer paso: atreverse. Hoy, las escritoras que reúne la antología ¡Basta!, toman el lápiz y enfrentan la violencia desde un ámbito literario, artístico y polifónico. Porque es desde ese coro de voces de distintas latitudes, de distintos estratos sociales, políticos económicos y académicos, desde donde alzan la voz y crean, bocetean las relaciones de los géneros del futuro.

Bibliografía:

Barros, Pía. Comp. Basta: Cien mujeres contra la violencia de género. Santiago: Asterión, 2011, 1° edición.

Montecinos, Sonia. Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno. Santiago: Editorial Catalonia,

Politzer, Patricia, Eugenia Weinstein. Mujeres: La sexualidad secreta. Santiago: Editorial Sudamericana, 4° edición.

Vidal, Virginia, Ana Vasquez – Bronfman. Crimenes de mujeres chilenas. Santiago: Editorial Catalonia.

Zavala, Lauro. La microficción bajo el microscopio. México: Universidad Pedagógica Nacional, 2005.

 Lorena Díaz Meza

Nació en Santiago de Chile. Licenciada en Letras, gestora cultural y monitora de talleres literarios. Su primer libro fue Existe (cuentos), luego ha participado en numerosas antologías como ¡Basta! cien mujeres contra la violencia de género y los libros álbum del taller Ergo Sum, donde ha participado los últimos años. Ganó dos años consecutivos el primer lugar en el concurso literario organizado por Gendarmería de Chile y varias menciones honrosas en otros certámenes literarios. Actualmente realiza talleres literarios en la cárcel de Puente Alto y en la Municipalidad de Maipú. Es miembro de Letras de Chile.

 

Díaz Meza, Lorena

Licenciada en Letras.

Universidad Andrés Bello.

Microficción

01 de septiembre del 2011