Por Edmundo Moure

“Los que no hemos nacido viejos, ponemos nuestra esperanza en la nueva juventud, la que no se doblega.”

El sembrador sembró la aurora;

su brazo abarcaba el mar.

El pan de cada día llegará a cada boca

porque hemos venido a sembrarlo

no para un hombre, sino para todos…

Citar un buen texto es reavivar el fuego de la memoria, para apoyarnos en imágenes o sensaciones o ideas que podemos empatizar con las nuestras. Si el propósito, además, es compartirlas [1]con otros, tomaremos en cuenta la procedencia de la cita y su autor. Se suele rechazar, en el inevitable prejuicio, a quien no es de nuestra ideología, como si eso inhabilitara su pensamiento. Ocurre más a menudo –es mi experiencia- que los hombres de derecha o conservadores ultramontanos o fundamentalistas a la violeta descalifiquen a priori a quienes consideran sus “equivocados enemigos”.

En el caso de hoy, espigo en un notable texto ensayístico sobre Gabriela Mistral, “Gabriela pública y secreta”, algo que viene muy apropiado para lo que vivimos en el presente de Chile, esta franja de isleños pretenciosos e ignaros, donde a la pobreza física se suma la ideológica. Gabriela está “limpia de militancia”, no contaminada por adherencia a partidos, grupos o sectas; si de algún fundamentalismo puede acusársela, es de su fidelidad desgarradora por la Palabra.

Dios y los pobres

Radomiro Tomic, en 1952, responde a una petición de Gabriela solicitando su afiliación a la Falange Nacional chilena, que de ningún modo puede confundirse con la Falange Española: “No debe dar usted ese paso. No habría otra persona en el mundo –explica Tomic-, entonces presidente de su partido- que nos honrara y ayudara tanto como ella con su incorporación. Pero sabíamos que ella pertenecía a todos los chilenos y Chile necesitaba un símbolo de unidad”. (¿Podríamos encontrar en el Chile fracturado de hoy un gesto así, hecho palabra ecuánime y certera?).

El estalinismo asusta a Gabriela (más bien le repugna). Le arranca condenas terminantes.

Fue una revolucionaria personalísima. Expresaba su opinión muchas veces a gritos, sin eufemismos, recurriendo al adjetivo grueso, que aplicaba a los que cargan culpas sin atenuantes. No le cuesta nada recurrir a la palabra “horror”. Salta ella con frecuencia de sus labios mirando la indigencia de la minoría, que ensombrece la luz de la vida desde México hasta Chile. Se siente también responsable. Su alma tal vez ya está condenada por no haber hablado más alto y actuado con energía duplicada. Remover el horror es tarea colectiva. El hecho que ésta no se organice ni ponga manos a la obra la hace “pasar sucesivamente por la pena, la irritación, la indignación y al fin por una especie de oscuro estado mental. Nuestro pecado tiene algo de infinito y dudoso perdón”.

Vuelve como una obsesa al leitmotiv que la taladra; la avergüenza, la subleva  la miseria de Chile, tan de norte a sur. (Le duele Chile como a Unamuno le dolía España). Por las noches piensa en las cárceles abarrotadas. Ella, cristiana de cabeza a pies, se rebela contra la religión que es puro bisbiseo gutural de oraciones sin mística, con un rosario en la mano moviendo mecánicamente las cuentas. “Este catolicismo criollo-español es fatal para la raza entera”.

Se llama “cristiana de terrón primitivo” y le duele el “divorcio absoluto entre las masas populares y la religión (católica), mejor dicho, democracia y cristianismo”. Advierte que los cristianos deberán acostumbrarse al nuevo comportamiento de la gente pobre si no la quieren perder para Dios. Su tono ruge, impreca con el trueno de las admoniciones de apóstoles contemporáneos”:

“… A los egoístas más empedernidos, será bueno decirles que, con nosotros o sin nosotros, el pueblo hará sus reformas, y que ha de salir (irse sin regreso), en el último caso, lo que estamos viendo: la democracia jacobina, horrible como una Euménide y brutal como una horda tártara…”

Heredamos de la dictadura un Chile escindido, injusto hasta la náusea, hijo del miedo y vástago del abuso… En veinte años de “concertación” no avanzamos en democratizar la patria de Gabriela ni  menos en procurar mayor equidad. Pinochet, zafio y cazurro, recomendó “cuidar a los ricos”. (Su familia carnal y sus viudas se lo agradecen). Lagos y compañía cumplieron bien su consejo servil. Piñera y los suyos no necesitan recomendaciones para ello.

Alguien me dice que la Izquierda (¡vaya izquierda!) robó a destajo. Le digo que es cierto, y que en todos los gobiernos se cuecen habas… El problema de la Derecha es que el robo, o la explotación del hombre por el hombre, o la expoliación de los desamparados, o la plusvalía mercantil del trabajo ajeno, es su filosofía y móvil esencial.

Setenta años tienen las palabras de Gabriela, pero, en verdad, suenan intemporales en este trance que vivimos, como la condición humana.

Los que no hemos nacido viejos, ponemos nuestra esperanza en la nueva juventud, la que no se doblega.


[1] Ensayo de Volodia Teitelboim (sí conflictivo).