tan lejosImaginemos unos segundos a la sociedad como una representación del cuerpo humano.

Lo que nos convoca hoy al alero de estos muros llenos de historia es el lanzamiento del libro Tan lejos. Tan cerca, de Aníbal Ricci. El tema principal es el poder expresado a través de su multiplicidad de formas. Muchas veces durante nuestras vidas estaremos tan cerca de aplastar la voluntad de otras personas pero a la vez tan lejos de gobernar nuestro destino.

Me gusta ponerle nombre y apellido a las cosas como una manera de sentirse identificado con lo que se designa. Haremos un breve recorrido por las partes del cuerpo y llamaremos cerebro a la cúspide de nuestra pirámide. Sus neuronas especializadas se encargan de encandilar al resto de su generación. Sortea en sólo cuatro años las complejidades de la enseñanza y emigra fuera de nuestras fronteras. Vuelve renovado y al poco tiempo redescubre la pólvora de las tarjetas bancarias. Esa que habla del dinero proveniente de las máquinas. Mal que mal, nuestro cuerpo es una máquina.

Con el tiempo se transforma en un empresario prominente. Alcanza a manejar diversos negocios y luego se aburre pensando que no es suficiente ser un exitoso empresario al sur del mundo. Hay demasiadas familias adineradas y eso lo desconcierta. Un inmenso vacío lo embarga. No se siente satisfecho con las acciones de sus sociedades anónimas. Ahora tendrá que depositar su fe en la búsqueda del poder verdadero, no del dinero, sino de los contactos futuros. El dinero es mal mirado en cambio el prestigio no tiene precio. Necesita una red de amigos (dendritas) que lo eleven a las cumbres de la cordillera de Los Andes.

Las sinapsis son similares en las esferas de mando. La misma estrategia de dirección funciona para múltiples negocios. La repetición de órdenes lo hace creerse el cuento. Su voz transita desde una carretera de ideas ambiciosas a otra francamente megalómana. Siente que interpreta la voz del pueblo y que ha llegado el momento de cumplir con su compromiso social. Ser el líder de todos los ciudadanos, desde aquellos que apenas obtienen para su sustento hasta empresarios que desean conducir el futuro del resto.

Su sistema nervioso debe ocuparse de nunca quedar mal con nadie. Difícil tarea la de agradar a todos y a la vez a sí mismo. Su discurso es curioso al proclamar educación de calidad para todos. Aunque se da cuenta que sus conocimientos lo han colocado en una posición de privilegio, de todas maneras insiste en dejar escapar parte de su poder. A pesar de su intelecto, no tiene idea del trasfondo de sus propias acciones, sin embargo “educación para todos” suena bien como eslogan.

Le gusta la teoría del chorreo. Si el país produce más glóbulos rojos, blancos, amarillos y azules ¿por qué no?, vamos a hinchar las arterias de nuestra democracia y llegaremos hasta la vena capilar más humilde. La educación permite que todos accedan de mejor forma a la información intravenosa. Pero el cerebro no es incauto. Procede brillantemente a esconder su grupo sanguíneo. Nos informa que para alcanzar el desarrollo, nuestro país necesita más energía. A la gente no parece importarle “para qué” sino simplemente alcanzar una meta que se disfraza bajo el rótulo de desarrollo. Tampoco es relevante “para quién” va destinado ese desarrollo, mejor responder que es para mejorar la calidad de vida.

Calidad de vida consiste en tener dos corazones, cuatro pulmones y cinco represas hidroeléctricas. Mejor más que menos, así podremos guardar una de repuesto. ¿No será que alguien quiere aumentar o disminuir artificialmente la presión de nuestros ríos? Al fin y al cabo, nuestros ciudadanos también querrían tener tres casas, cuatro autos y una lancha. ¿No debería el estado tener una visión más amplia que la de un simple votante? Si la mayor parte de la energía eléctrica la consumen los hogares y las famosas pymes, entonces quizás habría que generar incentivos para que esos actores hagan un uso más eficiente de esa energía. Menos plasmas y LCD, preferir las ampolletas de bajo consumo y dejar ingresar al país sólo los electrodomésticos más eficientes. Lo anterior sirve para disminuir el consumo familiar, y en el caso de las empresas, quizás habría que otorgar un subsidio a las que consumen menos (mediante iluminación con sensores de movimiento, maquinaria de última generación u otras tecnologías). ¿Cuál será la razón de fondo por la que el gobierno quiere generar más energía? El tan manido desarrollo no pareciera ser una respuesta muy convincente. ¿Habrá otros intereses involucrados? Si suponemos, por otro lado, que el gobierno ha hecho todos los estudios pertinentes. ¿Cuál será la razón para no publicitar esos estudios? De inmediato aparece alguna autoridad, que en cosa de segundos responde que se trata de aspectos muy técnicos para discutirlos con la ciudadanía. En definitiva algo huele mal, pero por último el gobierno debería ser más transparente y establecer los límites a ese famoso desarrollo. ¿Hay acaso un límite?

La solución estaría en la creación de órganos más pequeños: empresas de menor tamaño que creen innumerables nuevos trabajos. Nuestro corazón es la minería. Nuestro hígado son las viñas repartidas por el país. Nuestro estómago lo llenamos de fruta de exportación. En fin, los órganos principales estarían haciendo su labor de manera eficiente.

Las grandes empresas parecen estar bien reguladas. El estado posee los anticuerpos para evitar que se desbanden. El intercambio de nutrientes (insumos) tiene por lo general leyes para impedir monopolios. ¿Pero que pasa cuando una empresa enorme de retail construye un mall en La Calera e irrumpe con toda su fuerza en un pueblito con habitantes que nadie considera? Dicen que traerán el desarrollo a la zona, que crearán nuevos empleos y toda la misma cantinela de siempre. Sin embargo, la realidad es completamente diferente. Sobreviene el colapso de los pequeños almacenes y fuentes de soda, y a esos ex comerciantes se les ofrece trabajar en el mall y terminan almorzando en sus patios de comida.

El cerebro repite hasta el hartazgo que la creación de nuevos trabajos depende del surgimiento de pequeñas y medianas empresas. ¡Con más pymes se soluciona todo! Tendremos más empleos y alcanzaremos el desarrollo el próximo decenio.

Las pymes son entidades perfectas para eludir las obligaciones laborales. Se puede contratar a profesionales jóvenes y convencerlos de que la única forma de administrar es mantener a los trabajadores sin contrato. Siempre temiendo que la inspección del trabajo les impida llevar a cabo sus actividades. A veces apartando dineros para supuestas asesorías. Acuden a los bancos en busca de financiamiento y los ejecutivos los endeudan, por sobre sus capacidades de pago, a tasas máximas convencionales. El pequeño empresario está atado de manos, no puede patalear demasiado y debe agachar la cabeza. Ni siquiera se les ocurre agruparse por gremios para acceder a créditos más convenientes. No les queda otra que despedir a aquellos que solicitan aumento de sueldo. Si alguien se dispara demasiado del salario mínimo, siempre habrá un nuevo sujeto dispuesto a trabajar por unos pocos pesos.

En realidad no son esclavos. Sólo deben cumplir un horario y asumir muchas más obligaciones de las acordadas originalmente. El dueño de la empresa les dice medio en broma y medio en serio que los puede despedir cuando quiera. Que la alimentación de sus hijos depende exclusivamente de su estado de ánimo. ¿Quién se va a preocupar de fiscalizar a una empresa tan pequeña? Sólo debemos preocuparnos de sobrevivir. Somos un virus tan insignificante que si dejamos de funcionar no provocamos daño.

El cerebro comunica que las pymes van aumentando en número y que las familias que dependen de ellas tienen más oportunidades. No interesa que sean dignos sus trabajos, ni que sus dueños sean unos resentidos alegando por su falta de oportunidades. Somos simples seres humanos dispuestos a ganarle al sistema, a toda costa, dispuestos a extraer hasta la última gota del sufrimiento ajeno. Al final, si nadie se preocupa de observarlos, pueden realizar las transacciones más aberrantes con tal de maximizar sus utilidades. Es mejor tener tres casas, cuatro autos y una lancha.

Su hermano rebelde es la neurona descarriada de la familia. No hace más que asistir a fiestas y carretear hasta el fin de los días. Pero no es tan revolucionario. De manera silenciosa, como aquella otra revolución, se dedica a crear pubs y discotecas. Está bien pasarlo bien pero no hay que exagerar. Mejor nos vamos enriqueciendo a costa de la euforia de la gente. Todos están borrachos tratando de disimular sus vidas sin objetivos. Las metas son para los de mayores recursos y al resto no le queda otra que gastar en ropa y comida rápida. Es la única forma de socializar con los privilegiados que a veces se dignan a salir de sus barrios apartados. En los patios de comida se reencuentran los diferentes mundos, aquellos que se intercalan en las filas de las mesas de votación.   

La neurona loca era dueño de la discoteca Zoológico. En sus jaulas bailoteaban un par de chicas traídas desde los barrios bajos. El polvo blanco les permitía olvidar la diferencia de clases sociales. Lengüeteaban los barrotes en la subasta a la que asistían los hijos del dinero. Pujaban sobre los autos de sus padres y apostaban sus almas y su valentía. 

Al detentar una posición de poder adhieres al pensamiento de un grupo social. En la novela que presentamos hoy se vislumbran numerosos ámbitos que a veces se confunden y se potencian. Lo religioso muchas veces dictará normas sobre los poderes político y económico, sin embargo cuando un personaje concentra autoridad en diferentes planos, este podrá trastocar dicho orden. El pertenecer a una determinada raza puede hacer surgir a una persona, en términos económicos por ejemplo, pero a su vez podría ponerla en una posición desventajosa en el transcurso de la historia. La novela acentúa el aspecto efímero del poder, que depende de la confluencia de aspectos religiosos, económicos y entre otros de la cambiante opinión pública. Es la razón por la que un personaje tan importante como David Rabinovich sucumbe al paso del tiempo, debido a que su campo de acción (el económico) se sitúa por debajo del universo que encarna Carolina Bernal. Ella depende de sí misma y de sus conocimientos, en cambio, Rabinovich ejerce un influjo mediatizado a través del dinero. Bernal se desmarca de lo que opina el resto y sus logros terminan primando a través del tiempo. En el relato subyacente, el conocimiento (y la cultura) subsisten en los libros que perduran. Bernal trasciende el espacio temporal al igual que algunos personajes literarios que menciona la novela. Benjamín Ackerman (protagonista) tiene más posibilidades de pasar a la posteridad como pintor (mediante la creación individual) que al mando de una empresa que persigue el dinero como fin último. El poder diferenciador del dinero muchas veces consiste en aparentar tener más cosas que el vecino. Benjamín ni siquiera vende un producto tangible, vende artículos de marketing que son engañosos por sí mismos. Mientras más intangible el poder, menor es la posibilidad de sustentarlo en el tiempo. El verdadero poder emana del desarrollo de las capacidades individuales, y que mejor que perseguir la propia vocación (voz interior) para encontrar un lugar en el mundo.

Los traficantes buscan incansablemente ser aceptados por la sociedad. Compran tres casas, cuatro autos, pero les da vergüenza comprarse una lancha. Se hacen acompañar de chicas que podrían aparecer en televisión. Se preguntan por qué los discriminan si no hacen más que administrar un buen negocio. Se divierten de la misma manera que lo hacen los famosos, sin embargo los verdaderos empresarios repiten que su aporte a la sociedad no es real, que su dinero es distinto al que persigue la gente de bien.

¿Se busca la felicidad o el desarrollo? Tener más cosas o desarrollar aspiraciones propias. Compartir fines de semana junto a la familia o convertirse en la familia modelo que envidien los demás. La de mejor casa y con más millas acumuladas que busca en el extranjero el paraíso que no encuentra en su tierra.

El dinero no puede ser el fin último. Esclavizar a los trabajadores no vale otra casa. No habla bien de ti que luches por mayor flexibilidad laboral o un estado con menos poder fiscalizador. Los ministerios y dependencias fiscales siempre deberán tener un tamaño suficiente para impedir abusos. El empleado público debería estar mejor remunerado para lograr defender intereses mayores. Debe ser una persona orgullosa de su trabajo, representante de valores más nobles. Mientras el gobierno rebaja los impuestos a los atribulados empresarios, la gente común convive con la tristeza de no poder ir al cine. Deben conformarse con ver esa otra realidad desde sus casas. Las imágenes televisivas hacen que los padres se sientan aún más derrotados frente a sus hijos. Si se atreven a pedir un aumento de sueldo, se enfrentan al miedo de perder sus trabajos o en último caso a una cínica negativa. La respuesta siempre es la misma: la empresa todavía no ha estabilizado sus finanzas.

El trabajador capaz logrará independizarse de sus patrones pero con la lección bien aprendida: convencer a otros para que trabajen para mí por unas migajas. La clave está en tratarlos como esclavos. No me importa la dignidad de sus familias en tanto la mía pueda veranear tranquila.

Nos estamos convirtiendo en un país de esclavos.

En algún punto debe corregirse el rumbo. Velar por nuestras familias y más tarde por nuestra familia mayor. Lo primero es disminuir la violencia con que tratamos a nuestra mujer e hijos. Preocuparse genuinamente por sus intereses y disfrutar su compañía. Tratarlos con respeto, teniendo especial cuidado en nuestras palabras. Alentarlos cuando están derrotados y empujarlos a ser mejores. Convencerlos férreamente de confiar en sus talentos. Lo segundo, lo que rompe con la inercia despiadada, es reconocer que detrás de cada trabajador hay una familia.

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Tan lejos. Tan cerca, de Aníbal Ricci

Simplemente Editores, Santiago de Chile, 2011.