dinosaurio monterrosoMaría Isabel Quintana

 

Ha publicado El último dinosaurio y otros cuentos(Editorial Entremilenios, 2008, segunda edición). Ha sido antologada en Cien Microcuentos Chilenos (selección a cargo de Juan A. Epple), Santiago: Cuarto Propio, 2002.

El último dinosaurio

a R.O.

Fue necesario un solo corte. El cuchillo era grande y afilado.

Lorena, desde pequeña supo que existían, y conocerlos fue inevitable. La primera exhibición de un dinosaurio le fue hecha por su padre adoptivo. Pronto vinieron otros y otros  más. A corto plazo fue una jauría de ellos que la acosaban a toda hora y en cualquier lugar. Lorena odiaba los ridículos animalejos de cuello largo que habían convertido su vida en un eterno huir.

Decidió que esta vez sería el último y con la fuerza que le daba la furia fue necesario un solo y certero corte.

El hombre con los ojos desorbitados, por el dolor y el ultraje, no vio cómo ella sonreía con inocencia al pensar, que al fin y al cabo, los dinosaurios  eran una especie en extinción.

Prohibiciones

Llego a la consulta médica con un neura galopante. En la puerta me asalta el primer letrero: por favor tocar una sola vez. Visiblemente molesta miro a la secretaria como si fuera transparente y me fijo en un nuevo aviso de letras negras sobre papel blanco: Se  ruega a los pacientes no abrir la puerta ni contestar el teléfono. Ingreso a la sala de espera tiene una gran pared de vidrio y el consabido anuncio: Se ruega a los pacientes no acercarse a la ventana.    Estoy sola, un tabique me aísla de la secretaria. Cruzo las piernas, las descruzo, trato de no morderme las uñas, me levanto, me acerco al letrero pero no lo miro. Busco árboles pero sólo encuentro techos que se elevan pintando de óxido las nubes.

El chirrido del teléfono me sobresalta. La estridencia del timbre me estremece. Quiero irme. Alguien llega y parlotea con la secretaria. El volumen de la música es insoportable. Huyo como loca, me resbalo en el inmaculado parquet. Con los nervios destrozados, vomito sobre el último letrero: se ruega no manchar el piso.

Autorretrato

A Consuelo Saavedra

Sobre la mesa de trabajo torsos descabezados, figuras en bloque, pequeñas madres acogiendo a sus hijos, maternidades incompletas, todo meticulosamente limpio y ordenado.

Sentada en medio, la escultora parece lejana. La mirada verde esmeralda hurgando más allá en el tiempo.

Yo, fragante a tierra húmeda, reposo entre sus manos, convertida en un ovillo.

Un gesto convulso sacude su cuerpo, me aprisiona, me retuerce, intenta modelarme. Vencida, me convierte en una pelota y me lanza al fondo de la mesa. Resbalo entre espátulas, rodillos y miembros fragmentados. Una madre partida en dos detiene mi caída. Me oculto temporalmente en el hueco de su vientre.

La artista, deja caer la cabeza entre los brazos y permanece inmóvil por un instante. Resuelta se levanta y se observa frente al espejo. Ensaya algunas posturas, estira el cuello, inclina la cabeza, entreabre los labios, revuelve el cabello. No logra dar con la imagen apropiada.

Ahora se observa de nuevo, en forma estática, con una mirada sin contornos. Quedan apenas encendidos los ojos verde esmeralda que buscan más allá, quizás hasta el amasijo de su propia arcilla.

 Me recoge sin prisa, me acaricia. Sus  hábiles manos me esculpen, modelan belleza. Sus yemas afinan mi perfil. ¡Con qué gracia entreabre mis labios en actitud de espera! El aire parece escapar entre ellos y de manera instintiva alborota su cabello. Ensortija el mío, rizo a rizo, rizo a rizo. El roce de sus uñas horada mis ojos, sus lágrimas tibias humedecen los bordes de mis cuencas vacías. La nuca emerge grácil y altiva con una leve inclinación, copia fiel de su imagen, me observa fascinada.

¡Por fin estoy completa! Hay exaltación en sus ojos, la luz verde esmeralda me ilumina, me baña entera y en sublime acto de creación mis ojos vacíos se apoderan de su brillo. Quisiera parpadear, me observo en el espejo de sus ojos pero no encuentro la luz. Ella, en dimensión estática, no creo que aquilate la complejidad del milagro. En el nombre del Padre me bautizo Consuelo, y tú no eres más que arcilla y en polvo te convertirás.

 

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 Microcuentos leídos en el III Encuentro Chileno de Minificción “Sea breve, por favor”. Valparaíso, junio del 2011.