Ana Crivelli

Ana Crivelli

Argentina, radicada en Chile desde 1967. Después de 30 años como académica e investigadora estadística, ingresa a los talleres literarios de Pía Barros en 1998. Sus cuentos breves han sido publicados en varias antologías de Chile y España.

Entrada final

La última vez que Amalia entró a la casa del Señor, fue para orar por sus pecados. Por los del Señor, claro está; por los suyos había expiado ya lo suficiente.

La carta

Me gustaría que supieras que estoy recostada, desnuda, en el sillón rojo que compramos para esos momentos de pasión que no nos daban tiempo a llegar al dormitorio.

Ya he leído incontables veces la carta que me trajo el cartero esta mañana. Imagino que tú no la conoces. También tengo en mi mano el revólver que compraste para que me sintiera más segura cuando salías en viaje de negocios.

Ahora sé que lo hacías en compañía de tu indispensable secretaria, la que escribió la carta pidiéndome que renuncie a ti, porque en su vientre crece un hijo tuyo, ese hijo que durante más de diez años me negaste a mí.

Había pensado dispararte directo al corazón en cuanto entraras a la casa. Pero no, quiero que vivas pudriéndote en tus infamias.

Acabo de descubrir lo placentero que puede ser una pistola, con su largo cañón, acariciando mis pechos, los pezones erectos, el vientre curvado de placer y, ahora, entrando y saliendo de mí. Entrando y saliendo. Pronto llegaremos juntos, en un orgasmo pleno, salvaje, el revólver y yo. Está a punto de eyacular su espermio de plomo que atravesará mi corazón, no el tuyo, que se secará de dolor y de culpa.

Dedospalpiano

En el colegio me iba muy bien. A todos les gustaba estudiar conmigo para las pruebas, pero yo siempre sacaba mejores notas. En una oportunidad uno de ellos me preguntó por qué él tenía un rojo si habíamos estudiado juntos. “Es que tú no tienes dedos pal piano”, le contesté. Desde entonces me gané el apodo dedospalpiano y hasta el día de hoy me llaman así.

Estudié odontología, pero al hacer la práctica me di cuenta de que me asqueaba ver las bocas abiertas mostrando sus caries, el sarro y restos de comida entre los dientes. Lo peor de todo fue que nunca soporté el mal aliento.  Volví a la universidad para estudiar otra carrera. Entré a medicina, me gradué, terminé la especialización,  con las excelentes notas de siempre, y aquí estoy, feliz; realizado. La proctología es totalmente otra cosa.

***

 Microcuentos leídos en el III Encuentro Chileno de Minificción “Sea breve, por favor”. Valparaíso, junio del 2011.