Por Miguel de Loyola

Mucho se habla, se discute y se predica acerca de la cultura en Chile, pero poco se consigue. El Estado ha invertido sumas impresionantes en dinero en efectivo para salvaguardarla, pero los resultados no son proporcionales a la inversión efectuada durante los últimos veinte años. Podemos preguntarnos dónde han ido a parar esas sumas millonarias otorgadas por el Consejo de las Artes y la Cultura, sin saber, por cierto, de su real destino en pro de la cultura.

A estas alturas, cuando han pasado cerca de dos décadas de repartición anual de fondos públicos en bienes culturales, debiera, por cierto, notarse alguna diferencia. Sin embargo, el panorama cultural continúa siendo el mismo.

¿Se han invertido mal esos dineros? Es la pregunta que no puede dejar de hacerse cuando se toma conciencia de la situación, cuando un escritor, por ejemplo, no encuentra los canales para hacer pública su obra y se pierde en el anonimato. En los últimos años no ha surgido ninguna propuesta editorial tendiente a rescatar las obras de tantos escritores abandonados a su suerte. Y si las hay, éstas se han vinculado a los círculos de poder transformándose prácticamente en sanguijuelas para sacarle dinero a un Estado subsidiario, benefactor de los “artistas”, entre comillas, por cierto. Porque a la hora de postular a dichos beneficios, bien sabemos muchos cuáles han sido los principales requisitos exigidos a los postulantes.

 

Aquí, en Chile, no hay vitrinas, no hay escaparates para las obras de los autores desconocidos. La desaparición de las revistas, es un hecho demasiado sorprendente para pasar desapercibido en un país donde, durante la dictadura, proliferaban las revistas de opinión, y en las cuales, al menos existía un espacio para una columna referida a los libros. Y, sin embargo, nadie parece alzar la voz frente a tales evidencias. Este silencio por parte de los escritores a ese respecto, lleva derecho a pensar que la gran mayoría se conforma con ganar o recibir anualmente las famosas becas otorgadas por el Fondo del Libro. Y en eso, y sólo eso, podría traducirse su real interés por la cultura. Porque no hay acciones, ni organismos importantes tendientes a alzar la voz frente a esta ignominia del silencio más rotundo. Dónde se ha visto, cuando los artistas son los llamados a encender las luces de alerta, cuando los artistas son los ayer llamados profetas de este mundo para advertir la necedades de su tiempo. Aquí algo no está funcionando, aquí alguien ha comprado hábilmente la voz de los artistas mediante una política subsidiaria que más bien viene a sepultar los sueños que ha revivirlos.

 

Existen en Chile algunas instituciones que debieran tomar cartas en el asunto. Pero tampoco lo hacen, porque han caído en manos de agentes inoperantes que sólo buscan el beneficio individual y no el colectivo. O bien están contaminadas por partidos políticos cuyos intereses no son precisamente culturales, sino claramente ideológicos, aunque el tema de las ideologías ya esté superado en el mundo como la gran solución de los problemas sociales. Hoy día existen los medios y la tecnología que no contaban nuestros antepasados. Y, sin embargo, eran capaces de plantearse una propuesta cultural en medio de una precariedad hoy prácticamente inconcebible. Estoy pensando en todas esas revistas que circulaban en chile sin contar con los medios que hoy existen para producirlas. Estoy pensando en la época de Gabriela Mistral, Neruda, Huidobro, Parra, Rojas, cuando los artistas se las ingeniaban de uno y otro modo para hacer oír sus voces. Estoy pensando en una época donde producir un libro costaba bastante más dinero que en la actualidad.

 

 Es probable entonces que el problema no pase por una cuestión de medios, sino de mentes, mentes capaces de crear de la nada, capaces de sobreponerse a las dificultades, de enfrentar la realidad desde una perspectiva positiva, sin culpar –esa es la cuestión- sin culpar a nadie de nuestra propia mediocridad. Estoy pensando en escritores como Oscar Castro, por ejemplo, cuyas raíces no pueden haber sido más precarias, y, sin embargo…

 

 El punto es cómo revertir la situación, cómo conseguir penetrar el llamado campo intelectual desde la periferia, de donde, normalmente, surgen el arte y la cultura de los pueblos. Los esfuerzos gubernamentales no han sido pocos, pero falta la contraparte. Es decir, el interés real de los propios artistas por sacar adelante un proyecto cultural serio, alejado –todo lo posible- de los intereses ideológicos que perturban el quehacer artístico. La prueba más contundente está en las asociaciones gremiales de artistas que terminan transformadas en verdaderos antros, gracias a los beneficios económicos otorgados por el Estado.

 

Chile necesita abrir tribunas de opinión, fuentes de discusión, agentes culturales competentes y audaces para incrustar nuevas propuestas culturales. Nada de eso será posible sin el esfuerzo de los propios escritores. Sin el esfuerzo de los interesados, quiero decir, nada es posible.

 

 

 

Miguel de Loyola – El Quisco – Mayo del 2011