“Esa vieja nostalgia”, de Miguel de Loyola

Por Ramiro Rivas

Esa vieja nostalgia (Bravo y Allende Editores, 2010), nuevo libro de relatos de Miguel de Loyola, resulta, por su temática levemente costumbrista, un caso atípico en la actual narrativa nacional. Son muy pocos los escritores que se atreven a incursionar en este tipo de anécdotas ambientadas en las zonas rurales. En este caso, la región del Maule.

El título ya predispone al lector a retroceder en el tiempo y revivir un pasado irremediablemente perdido. Muchos de estos textos parecieran recrear la infancia en un territorio idílico y que la experiencia actual se ha encargado de desmitificar. Nada es igual a como fue. A pesar de la pervivencia de algunas casonas de adobe, de las calles polvorientas o los paisajes rurales inalterables. Un mundo que el narrador, el adulto de hoy, trata de reproducir, describiéndonos ambientes, villorrios a punto de extinción, vestigios de seres que ya no existen.

Se afirma – Jordi Gracia – “que el realismo no es la imitación de la realidad, sino una representación de la experiencia de la realidad”. Es decir, que puede apropiarse de un número de elementos o artificios semejantes a la vida misma y llevarlos a la escritura como objetos verificables de la realidad, no obstante su transfiguración artística. Por tanto, vida y literatura se confunden y logran crear una representatividad creíble. Y esto es lo que sucede en estos relatos, signados por esa realidad ficticia, no exenta de verdad.

Miguel de Loyola emplea una prosa apropiada para este tipo de escritura, mediante una convincente objetividad expositiva, un lenguaje sencillo, por momentos poético, pecando, en ciertos párrafos, de un abusivo uso metafórico. Las voces narrativas se adecúan a las anécdotas al emplear diversos tiempos verbales que aproximan o alejan la mirada a los personajes o los escenarios descritos.

El autor recrea con propiedad la realidad aparencial de un mundo extinguido, de un mundo idealizado por los recuerdos de infancia. Paisajes, protagonistas y situaciones marcados por la sensibilidad del narrador que va develando las transformaciones sufridas por la evocación y la realidad del tiempo presente. Cuentos en donde la recurrencia de la añoranza funciona como leitmotiv argumental, desarrollando con sutileza y autenticidad. Una suerte de homenaje nostálgico, de apología a una forma de vida condenada a la desaparición.

El primer cuento, Recapitulación, es un logrado texto rememorativo del hogar de veraneo en el sur, de la inolvidable Nina y sus sueños contados al atardecer, “con una naturalidad y candidez que hacía creíble hasta lo increíble, no sólo en los niños, sino también en los adultos”. Lo objetivo y lo subjetivo se amalgaman, creando una hermandad diáfana y armónica. Algo similar sucede con El despertar, con un desenlace más emotivo y ambiguo. Pero también encontramos relatos que escapan  a esta especie de costumbrismo narrativo, exponiendo con realismo acontecimientos urbanos muy de nuestro tiempo, como el drama del joven mapuche que se traslada a Santiago en busca de mejores expectativas de vida y finaliza derrotado y consumido por la gran ciudad. O la tragedia que sufren los viejos almaceneros de barrio que mueren lentamente ante la modernidad y el avance destructor de los grandes centros comerciales. Son historias que hurgan en el pasado, apelando a la nostalgia, sin caer en sentimentalismos. Sólo se expone una realidad que muchos de nosotros no deseamos percibir o sencillamente no somos capaces de ver.

Asimismo el autor experimenta con elementos facticios, situaciones ambivalentes entre lo real o imaginario, como en Primero de noviembre, al recurrir a estados que no sabemos si son reales o imaginarios. En este tipo de textos no es necesario exigir finales plausibles, cuando la anécdota ofrece las claves pertinentes para que el lector dilucide la incógnita. No es el caso de cuentos como Premio hincha del año, elaborado con un tratamiento realista que se mantiene a lo largo del relato.

La temática del doble ha obsesionado a muchos autores de prestigio mundial, plasmándolo en obras que han perdurado en el tiempo. Vladimir Nabokov y Fedor Dostoiewski son dos de ellos, por mencionar los más representativos. Por tanto, es un tema delicado de afrontar, por la inevitable confrontación. Miguel de Loyola se arriesga en Muerte en la playa y, creemos, logra estructurar una historia sugerente, con una progresión narrativa bien llevada hacia el clímax que cierra con un desenlace imprevisto, recurso cada vez menos empleado en el cuento actual. Este procedimiento se repite en la última historia de este volumen , La montaña, que narra la aventura de un par de niños en los inaccesibles bosques sureños, alcanzando una atmósfera de terror que finaliza en sorpresa.

Esta  variedad temática otorga al conjunto una grata experiencia lectora, sustentada por una prosa límpida, sin alardes experimentales, privilegiando la anécdota a cualquier intento de renovación formal. Quince relatos que nos transportan, sin exabruptos ni disquisiciones extemporáneas, a un pasado reciente, a los reducidos mundos provincianos que día a día van desapareciendo para dar paso  a la modernidad y el exitismo de nuestro tiempo. Miguel de Loyola – según reza en la contraportada – “nos devuelve en estos cuentos la magia de soñar y repensar el mundo en que vivimos”.

( 25/ 03 / 2011 )