Mi biblioteca de libros de microrrelatos

Por Fernando Valls

El microrrelato es un texto narrativo brevísimo que cuenta una historia. Y no es, en cambio, un poema en prosa, ni un cuento, ni una fábula; aunque a veces se valga de alguna de las características de estos géneros literarios consolidados por la tradición.

La conciencia por parte de los escritores de que posee más intensidad y precisión aún que el cuento, y más narratividad que la del poema en prosa, junto con el hecho de que todo ello podría dar lugar a un género literario distinto es reciente, pues sólo ha aparecido y adquirido pleno desarrollo en las últimas décadas. Así, han surgido libros exclusivamente de microrrelatos, antologías del género, y se han empezado a delimitar sus peculiaridades distintivas, a trazar su historia que no es la propia del cuento, ni tampoco la del poema en prosa, quizá sus parientes cercanos. Hoy en día, por fin, puede decirse que numerosos escritores de las dos orillas del Atlántico tienen plena conciencia de estar cultivando una forma literaria distinta, un género narrativo nuevo.

Cuando a comienzos de los años noventa del pasado siglo empecé a interesarme por la historia del microrrelato español, apenas si se había trabajado nada al respecto, entre nosotros. Conocíamos mejor, sin duda, el hispanoamericano, quizá debido al interés que venía suscitando la obra de Augusto Monterroso. Empezó a despertar mi curiosidad la antología de Antonio Fernández Ferrer, La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas (1990); los volúmenes de Javier Tomeo, Historias mínimas (1988), donde convivía la narrativa con el teatro brevísimo, y de Luis Mateo Díez, Los males menores (1993), compuesto por cuentos y microrrelatos; así como los primeros trabajos de investigación, de Irene Andres-Suárez, publicados en 1994, a los que luego se añadieron, aunque fueran anteriores en el tiempo, los que la profesora Francisca Noguerol venía dedicándole al microrrelato hispanoamericano.

Pero quizá debió de ser en abril del 2002, a raíz del II Congreso Internacional de Minificción, celebrado en Salamanca, cuando pude conocer y tratar a numerosos escritores e investigadores interesados en el género, como los argentinos Ana María Shua, David Lagmanovich y Raúl Brasca, el mexicano Guillermo Samperio, el chileno Juan Armando Epple, y los venezolanos Gabriel Jiménez Emán y Armando José Sequera, entre otros. La amistad con el mexicano Lauro Zavala viene de antes. A ellos habría que añadir los invitados españoles, como Julia Otxoa y Andrés Neuman, por no repetir otros nombres ya citados. De este trato surgirían, en los años siguientes, un sinfín de colaboraciones; acogidas, primero, en la revista Quimera, en los años en que fui su responsable (2001-2006), antologadas en Ciempiés. Los microrrelatos de `Quimera´ (2005), volumen que llevé a cabo en colaboración con Neus Rotger; luego en dos colecciones de la editorial Menoscuarto; en mi bitácora La nave de los locos, que ha propiciado la aparición de la antología Velas al viento. Los microrrelatos de `La nave de los locos´ (2010); y, por último, en el libro Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español (2008).

En lo que llevamos de siglo, el microrrelato ha recorrido un largo trecho, pues ya empezamos a tener una cierta idea sobre la historia del género, de modo que los autores pueden alimentarse de una fecunda tradición que arranca, por lo que sabemos hasta ahora, con la evolución del poema en prosa, en las postrimerías del Romanticismo, y empieza a desarrollarse durante el Modernismo, para llegar crecida hasta nuestros días, donde destacan nombres, además de los ya recordados, y ahora me limito a los españoles, como Luciano G. Egido (Cuentos del lejano oeste, 2003), José María Merino (La glorieta de los fugitivos, 2007), Juan Pedro Aparicio (La mitad del diablo, 2006), Pedro Ugarte (Materiales para una expedición, 2002), Julia Otxoa (Un extraño envío, 2006), Hipólito G. Navarro (Los últimos percances, 2005), Ángel Olgoso (La máquina de languidecer, 2009), Rubén Abella (No habría sido igual sin la lluvia, 2008), Juan Gracia Armendáriz (Cuentos del jíbaro, 2008) y Andrés Neuman, quien baraja en sus libros cuentos y microrrelatos y que junto a José María Merino, son los que han teorizado sobre el tema con especial lucidez. Pero en la red puede rastrearse asimismo la aparición de numerosos nuevos narradores que han apreciado en el género algunos de los valores que comparte con la poesía y el cuento, tales como la intensidad, la precisión y las posibilidades de experimentación que propicia su brevedad.

1. De entre las varias antologías de que disponemos sobre las formas narrativas brevísimas, destacaría cuatro. Cito siempre la fecha de la primera edición. La pionera de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Cuentos breves y extraordinarios, de 1955, sin distinción de épocas, ni países, en la que conviven el texto completo con el fragmento, el aforismo y la fábula con el microrrelato, y donde se recoge el seminal “El sueño de Chuang Tzu”. La antología del mexicano Edmundo Valadés (El libro de la imaginación, 1970), cuyas características son similares a la anterior, aunque se halle organizada por temas y motivos. La recopilación del argentino David Lagmanovich, La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (2005), el primero y más completo panorama histórico, de Rubén Darío hasta nuestros días, por lo que se refiere a los cultivadores del género en castellano. Mientras que las dos primeras citadas nos alertaron sobre la singularidad y el valor de las formas breves; la tercera contribuyó a sintetizar la tradición, poniendo énfasis en los autores y libros más destacados. Por último, quiero recordar tres compilaciones singulares. Primero, la del mexicano Lauro Zavala, El dinosaurio anotado (2002), en la que se recogen numerosas variantes del celebérrimo texto de Monterroso, además de su historia y los mejores estudios que se le han dedicado. En segundo lugar, la del chileno Juan Armando Epple, MicroQuijotes (2005), que compila lúcidas relecturas de distintos episodios de la novela de Cervantes. Y, por último, la de Enrique Turpin, Fábula rasa (2005), centrada en el género de la fábula, que a menudo adopta la dimensión y las hechuras propias del microrrelato, arrancando con Rubén Darío para concluir con una pieza de la argentina Ana María Shua. Por lo que se refiere tanto a la reflexión teórica como a la trayectoria histórica de esta narrativa brevísima, existe un libro imprescindible de David Lagmanovich, El microrrelato. Teoría e historia (2006).

2. Si nos centramos en los clásicos españoles que han cultivado el género, habría que leer los siguientes libros y autores: Cuentos largos y otras prosas narrativas breves (2008), de Juan Ramón Jiménez; Disparates y otros caprichos (2005), de Ramón Gómez de la Serna; Pez, astro y gafas. Prosa narrativa breve (2007), de Federico García Lorca; Los niños tontos (1956), de Ana María Matute; Crímenes ejemplares (1957), de Max Aub; y Neutral corner (1962), de Ignacio Aldecoa.

3. La fértil tradición mexicana comienza en una fecha temprana, con Julio Torri (Ensayos y poemas, 1917), pero tiene sus eslabones principales en Juan José Arreola (Confabulario, 1952), y Augusto Monterroso (Obras completas (y otros cuentos), 1959; y La Oveja negra y demás fábulas, 1969). Otros nombres también importantes serían los de Edmundo Valadés (Sólo los sueños y los deseos son inmortales, Palomita, 1986), fundador de la prestigiosa revista El cuento. Revista de imaginación (1939 y 1964-1999), que tanto hizo por la difusión inicial del género, y René Avilés Fabila. Con todo, para hacerse una idea de conjunto sobre lo que ha sido y es el microrrelato mexicano deben leerse las antologías de Lauro Zavala (Minificción mexicana, 2003) y Javier Perucho (El cuento jíbaro, 2006).

4. No menos rica resulta la tradición argentina, que cuenta entre sus autores más destacados con Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, quienes lo cultivarían esporádicamente, si bien dejándonos piezas de grandísima calidad. O Enrique Anderson Imbert y Marco Denevi, cuyo libro Falsificaciones (1966) sigue siendo uno de los grandes clásicos del género. El volumen de Laura Pollastri, El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo (2007), nos proporciona, en este sentido, un panorama de los autores más recientes.

5. Disponemos también de antologías de microrrelatos por países, como son las de Henry González (La minificción en Colombia, 2002), Enrique Jaramillo Levi (La minificción en Panamá, 2003) y Violeta Rojo (La minificción en Venezuela, 2004), todas ellas publicadas en Bogotá, por la Universidad Pedagógica Nacional, y la de Víctor Manuel Ramos (La minificción en Honduras, 2007). Hay otras peruanas, como la de Giovanna Minardi (Breves, brevísimos. Antología de la minificción peruana, 2006 ), guatemaltecas, nicaragüenses.

6. Respecto a la fortuna del microrrelato en nuestros días, digamos que en lo relativo a las dos últimas décadas, es necesario recordar los siguientes autores y obras: los españoles, evito repetir a los ya citados, Antonio F. Molina (Las huellas del equilibrista, 2005), Rafael Pérez Estrada (La sombra del obelisco, 1993; y El domador, 1995), José Jiménez Lozano (Un dedo en los labios, 1996) y José de la Colina (Portarrelatos, 2007); los mexicanos Guillermo Samperio (La cochinilla y otras ficciones breves, 1999) y Rogelio Guedea (Cruce de vías, 2010); los argentinos Luisa Valenzuela (Juego de villanos, 2008), Ana María Shua (Cazadores de letras, 2009), David Lagmanovich (Los cuatro elementos, 2007, y Por elección ajena, 2010) y Raúl Brasca (Todo tiempo futuro fue peor, 2004); los venezolanos Luis Britto García (Andanada, 2004) y Gabriel Jiménez Emán (El hombre de los pies perdidos, 2005); y los chilenos Pía Barros (Llamadas perdidas, 2006), Juan Armando Epple (Con tinta sangre, 2004), Diego Muñoz Valenzuela (Ángeles y verdugos, 2002) y Lilian Elphick (Ojo travieso, 2007). Al mismo Epple le debemos también dos antolologías no menos imprescindibles: Brevísima relación. Nueva antología del microcuento hispanoamericano (1999) y Cien microrrelatos chilenos (2002), así como la coordinación de un monográfico temprano de la Revista Interamericana de Bibliografía (XLVI, 1-4, 1996), editada por la OEA.

Si usted ha hecho gran parte de estas lecturas, podrá presumir de ser un experto en el microrrelato hispánico, un género que han cultivado con fortuna autores tan imprescindibles como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Huidobro, Federico García Lorca, Max Aub, Macedonio Fernández, Juan José Arreola, Adolfo Bioy Casares, Marco Denevi, Augusto Monterroso y Luis Mateo Díez.

* Este trabajo fue un encargo de la revista El Ciervo (LX, 720, marzo del 2011, pp. 40 y 41) , en la que que acaba de aparecer con el título de “Lectores y lecturas. Fernando Valls. Mi biblioteca de libros de microrrelatos”. En la foto aparece Augusto Monterroso.

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Fernando Valls (Almería, 1954) es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus últimos libros son «Soplando vidrio y otros ensayos sobre el microrrelato español» (2008), “En verde veronés. (Entradas del blog La nave de los locos)” (2011) y las antologías «Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos» (2010) y, con Gemma Pellicer, «Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual» (2010). Ha dirigido la revista «Quimera» (2001-2006) y es responsable de las colecciones de la editorial Menoscuarto dedicadas al ensayo y la narrativa breve.