Conversaciones con Isidora Aguirre, de Andrea Jeftanovic
De Diario de vida
10 de mayo, 1945
Tener que seguir siempre alerta cuando es tan tentador dormir. Con el deseo de ser de pronto sólo como una más de aquellas personas anónimas que llenan las calles y que han de tener pequeñas metas diarias que cumplir.
Alguien sin tantas dudas y tantas preguntas sin respuestas. En un tramo de mi vida, me dormí durante cuatro años y siempre había sol, bebés, una acequia al final del parrón, con más zancudos que peces, y una lagartija reina con su coronita en la frente, dormida al sol sobre una piedra. Había tiempo para estudiar a esa lagartija, para saborear las uvas en la viña, para salir en las tardes a “cazar” los espárragos que sólo asoman su puntita y echarlos a la olla en una cocina a leña. Tiempo para escuchar el zumbido de los insectos. El sopor, la paz (mi barriga con una nueva vida formándose). Todo era sencillo y éramos felices Gerardo y yo. O creíamos que la felicidad era eso, el matrimonio, un bebé por venir, otro en la cuna, mutuo apoyo, la seguridad algo que se anunciaba como permanente. Y empezó esa «cosa». Poco a poco. Primero, una leve irritación, luego la inquietud que nos roe por dentro, la misma de la adolescencia cuando sentía el impulso de hacer algo, sin saber qué, y la paz fue perturbada. Desde entonces vivo siempre alerta.
De Diario de vida (1954)
21 de abril, 1954
Repaso mi estado de ánimo de este año: fuerza, entusiasmo, vitalidad, muchas interrogantes, temor a no saber resolver nada, eterna búsqueda. Presentir, sin embargo, que hay algo grande que está ahí, difícil de alcanzar pero que, de algún modo, nos aguarda. El equilibrio perdido que, sólo al caminar por las calles de París, se me fue infiltrando poros adentro (¿la armonía arquitectónica de la ciudad y al equilibrio del espíritu francés?).
Tengo mucho trabajo, las traducciones con que mantengo la casa desde que nos separamos con Gerardo. Pasé a ser marido de mí misma, padre y madre de las hijas. Para escribir teatro le robo tiempo al tiempo. Con tesón y paciencia, trato de realizarlo en la mejor forma.
Del Diario de Micaela, carta-diario a una nieta recién nacida
13 de diciembre, 1985
Querida Micaela, no estuve contigo el día que naciste porque, aunque soy de izquierda y levemente comunista, andaba en Concepción pagando una “manda” a San Sebastián, un santo muy milagrero. ¡San Sebastián me estaba sugiriendo entrar como personaje en mi obra! En su historia hay coincidencias con la de los desaparecidos hallados en Yumbel, y también la estatua del santo con las flechas del martirio fue enterrada y desenterrada más de una vez, tal como esos “desaparecidos”, los personajes de mi obra. Este es un mundo, el de hoy, al que —por imposible que parezca la empresa— nos empeñamos en transformar: Con el presidente Allende, al que derrocaron los militares, se dio un paso adelante que nos llenó de alegría, por ser un gobierno que pedía la justicia; suprimir, por ejemplo, que nazcan niños en chozas desamparadas, hijos de padres pobres, que no tendrán lo que tú, un buen pasar y cuidada educación. … Lo importante es que el tema de la obra, más que los desaparecidos, es, en verdad, el amor, el único remedio contra la crueldad (por ser lo opuesto). Los 19 fusilados del 73 aparecieron seis años después en el cementerio del pueblito de Yumbel. Conversé con el sepulturero, el mismo que estaba ahí cuando fueron a tirar a los que sacaron del bosque de pinos donde primero los enterraron. Me contó que a él lo encerraron en su casucha mientras lo hacían, pero luego él vio que bajo un sauce estaba removida la tierra y ahí estaban los cuerpos. No ha sido fácil escribir esta obra. Al comienzo escondí al fondo de un closet la documentación que traje de Concepción. Sólo cuando aparecieron muertos los tres profesores que quedaron con ese feo apelativo de “los degollados”, a quienes conocía, decidí escribir la obra y dedicarla especialmente a José Manuel Parada, de quien fui amiga, así como de sus padres, Roberto Parada y María Maluenda. En lo que llevo escrito hay unos actores que van representando episodios de la vida de San Sebastián, en la plaza de Yumbel, el día de su celebración, y que también han sido perseguidos. Al final llegan los peregrinos y termina la obra con un ambiente alegre, y cantan una canción que dice: “¡Entre la tierra y el cielo / la injusticia es un flagelo / y su remedio el amor!”.
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En: Conversaciones con Isidora Aguirre, de Andrea Jeftanovic. Editorial Frontera del Sur, 2009, Santiago de Chile.
Fragmentos reproducidos con permiso de su autora.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…