Oscar Castro, Llampo de sangre

Por Miguel de Loyola

 En Llampo de sangre, Oscar Castro recrea el mundo minero. La historia se concentra primero en los sueños, en la codicia incubada en la mente del minero por hallar la veta anhelada, alimentada por viejos mitos y leyendas que corren de boca en boca desde tiempos remotos, para luego, tras el hallazgo siempre milagroso del yacimiento, dar paso a la recreación concreta de la explotación rutinaria, donde se consume y chamusca el cuerpo del piquetero, pero no así sus sueños

Un narrador omnisciente conduce al lector por las venturas y desventuras de los mineros de El Encanto, focalizando la narración en un grupo de personajes representativos y característicos de éstos seres que llevan en la sangre tal vocación, como parece definir el narrador la relación existente entre el minero y el filón Un lazo indisoluble, un destino inexorable al que se vuelve una y otra vez cuando se lleva en la sangre el estigma.  “Eran hombres ilusionados, llenos los ojos de esperanza, incapaces de apartarse del brillo de la leyenda que los encandilaba como luz a la mariposa nocturna.”

Sorprende la pericia narrativa, la estructura compacta y precisa de la novela, y por sobre todo, la mirada desprejuiciada del autor para proyectar este mundo socialmente muy complejo, libre de interpretaciones ideológicas tendientes a mirar el lado más oscuro de la condición social del minero, apropiada para infiltrar esa cosmovisión de la ayer llamada lucha de clases. Oscar Castro libera su literatura de tales asuntos y pretensiones más ideológicas que literarias, y concentra su atención en el misterio universal del hombre, más allá de cualquier ideología, en el hombre tocado por sueños propios, intransferibles. Si alguien tiene la culpa de mi destino, ese soy yo mismo, parece ser el mensaje soterrado de este autor oriundo de Rancagua, ciudad chilena que acoge a una población minera de uno de los yacimientos de cobre más grandes del mundo. “Désele al minero la mejor veta del mundo y siempre seguirá en pos de otras, porque el verdadero mineral que busca eludirá todo cateo. No está en los montes, ni en la tierra, ni en el agua: está en su propia sangre. Muestras, filones, colpas, llampos de sangre. Es un riqueza que ningún ser humano podrá medir jamás.”

La estructura de la novela responde a lo que Joseph Campbell definió como viaje del héroe, y podría estudiarse y colegir cada uno de los pasos descritos por este pensador norteamericano experto en mitos. Descripción del mundo ordinario, la llamada de la aventura, el rechazo de la llamada, el encuentro con el mentor, la travesía del primer umbral, las pruebas, los aliados, los enemigos, etc. Pasos claramente perfilados en el relato de Oscar Castro, quien, sabemos, fuera ávido lector de la literatura universal, como para llegar a estructurar sus novelas de la manera magistral como tan tempranamente lo hace. Oscar Castro muere a los 37 años de edad, dejando un legado invalorable para su época, todavía marcada por un criollismo ya con clara tendencia arcaizante. Sus novelas salen de los márgenes de aquel mundo regional y logran mayor universalidad, ya por el uso cuidado del lenguaje, sin caer en regionalismos ininteligibles, y por el decurso narrativo de sus relatos, donde impera, como dijimos, el cursor clásico de la novela universal,  y donde el narrador libera al lector de sus juicios de valor, dejándolo en libertad para juzgar por sí mismo los mundos descritos. 

Oscar Castro recrea en esta novela los prototipos más clásicos del hombre chileno, siguiendo un derrotero semejante al de Joaquín Edwards Bello en El Roto (1918), pero liberados de esa mirada compasiva que se advierte en la obra de Edwards Bello, cual clásica relación vertical entre empleado y patrón, y los colma con la plenitud de los héroes anónimos, dispuestos a enfrentar su destino, sea este feliz o desgraciado. Así, Ricardo Robles en Llampo de Sangre, encontrará también el suyo, en la esperanza del hijo de Emilia, mientras oculto en las cavernas de la mina, huyendo de sus captores, dispone del tiempo suficiente para caer en reflexiones de este tipo. Armando Escalona, enfrentará su condena con la esperanza de volver a encontrar a su amigo cuando consiga la libertad. La libertad está para ser perdida y para volverla a recuperar. La frase pertenece a Sartre, y se ajusta o refleja muy bien los arquetipos recreados por Oscar Castro en esta novela de profundas raíces chilenas, dando cuenta de una actividad que ha sido vital para el desarrollo económico del país y de sus habitantes. Tal vez no existan en Chile hombres que no hayan soñado alguna vez con el hallazgo de una veta capaz de cambiar su destino, y la novela de Oscar Castro se hace voz para narrar sueños y penurias de nuestro inconsciente colectivo.  

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – septiembre de 2010