Por Miguel de Loyola

Ya es un lugar común. Nadie queda conforme en Chile con el Premio Nacional de Literatura. Es hora de tomar esto con humor, humor británico si fuera posible. Es ya una inveterada tradición, una costumbre.

Los egos no permiten el reconocimiento de nadie. Una lástima. Somos un pueblo resentido. Cabe preguntarse de dónde proviene tal cantidad de resentimientos acumulados a lo largo de la historia. Producimos toneladas cada minuto. No somos capaces de alabar a nadie, menos aún a quienes vemos resolver mejor que nosotros su vida. En España, por ejemplo, es un gusto ver cómo se maravillan los jóvenes de su historia, del tesoro real, de sus palacios, por ejemplo. Es precioso, dicen… En Chile, se odia hasta el vecino porque tiene un auto mejor que el nuestro. ¿Hasta cuándo? Joaquín Edwards Bello hacía esta misma denuncia en sus crónicas hace más de medio siglo. Queda claro que no estoy diciendo nada nuevo, por cierto. Sin embargo, es preciso repetirlo. Basta de ofensas gratuitas, necesitamos desprendernos de ese veneno mortal.

Hoy, tras el resultado del Premio Nacional de Literatura, los estallidos críticos asombran al más impertérrito. Cualquiera hace gárgaras con el resultado, cualquier  escritorcillo se echa la literatura de Isabel Allende al bolsillo, esgrimiendo argumentos supuestamente de intelectual erudito. Ninguno de estos tinterillos ha leído a Balzac, vapuleado en su época acaso por las mismas o parecidas razones por las que algunos descalifican a la ganadora del Premio Nacional de Literatura. Tal vez el problema sea la escasez de premios literarios, como postulan otros, pero eso no justifica la mala leche, la envidia, el rencor, esos fermentos letales del alma nacional. Si existe tal discordia frente al Premio, si no nos ponemos nunca de acuerdo respecto de los criterios y de los elegidos, nunca conseguiremos la unidad suficiente para que dicho Premio se otorgue anualmente. Necesitamos aprender de los políticos, quienes siempre suelen estar en desacuerdo con sus antagonistas frente a las cámaras, pero a la hora de fijar sus estipendios la unanimidad la consiguen en un minuto. Para el Estado chileno, generoso benefactor de un sinnúmero de obras artísticas en los últimos años, otorgar tal Premio todos los años no significaría mucho más de lo que anualmente invierte en cultura. Sin embargo, dada la falta de espíritu comunitario, o de lealtad frente a quienes persiguen o pretenden fines semejantes a los nuestros, será imposible aunar las fuerzas necesarias para conseguirlo.