El dilema de la TV: PENSAR O NO PENSAR

Por Francisco Huneeus

Mirar TV es una actividad totalmente pasiva, no hay posibilidad alguna de una construcción mental, y menos aún  de una reflexión. Leer, en cambio, es una acción enteramente constructiva. La TV ha trastocado los hábitos de tal forma que creo no exagerar al afirmar que es ese medio, precisamente, el primer y mayor impedimento al desarrollo integral de los ciudadanos que hacen el país.

Todos estamos inquietos por las señales de deterioro intelectual en que vivimos. Los  políticos y empresarios han comenzado a hablar  de la “edad del conocimiento”, de “innovación”, de “desarrollo”, cosas por el estilo, muy rimbombantes -por cierto-, y que tienen significados muy diversos. Lamentablemente estas  ideas vienen muy cargadas, creo yo, de un pensamiento economicista, como si la economía y las arcas fiscales y privadas fuera lo único  que sustenta el bienestar.

No se escuchan voces provenientes de las áreas intelectuales y humanistas que reflexionen y discutan críticamente el violento vuelco hacia la vida teconlogizada a la que hemos sido arrastrados; y lo que es peor, seguimos en buena medida, deslumbrados por las maravillas de los aparatejos con que nos inunda el mundo así llamado “desarrollado”. En breve, no entendemos nada de lo que nos está pasando.

 

Esto que escribo es una reflexión sobre la vida con una maquinita electrónica que se ha introducido en nuestras vidas y en nuestros dormitorios. Y para ello tengo que comenzar por cosas muy sencillas, y en realidad toda esta reflexión se basa en cosas que seguramente son también parte de su propia experiencia.

 

Para comenzar me gustaría referirme a lo que usted y yo entendemos por “conocimiento” y que es, posiblemente, el más próximo a nuestra experiencia cotidiana y cuya falta es la más notoria. Cada vez que se habla de “conocimiento” echo de menos un diagnóstico o al menos, una reflexión más psicológica e histórica de la noción del concepto, sobre todo ahora que estamos supuestamente  en la “sociedad del conocimiento” y hay gente que se llena la boca con esa frase, como si fuese un gran descubrimiento o una gran innovación, cuando en realidad más parece un slogan para hacernos partícipes de su obsesión con la electrónica y sus derivados.

Soy de la  anticuada opinión que el conocimiento, el verdadero saber surge de la interacción, desde muy temprano en la vida, del sujeto con el mundo; no es un acto meramente cognitivo intelectual, sino que es algo también somático, que involucra a todo el sujeto, vale decir su cuerpo y su accionar sobre las cosas y los efectos de ellas.  Si hacemos una deconstrucción  muy sencilla vemos que los bebés comienzan su exploración del mundo langüeteando todo lo que está a su alcance. Luego vienen otras experiencias sensoriales, para finalmente llegar al lenguaje que abre mundos que no están ni en tiempo presente ni al alcance inmediato de los sentidos. Y el lenguaje es el pensamiento o por lo menos su soporte comunicable. Este es el modo que todos los humanos tenemos para expresarnos.

 

Luego aparece la escritura que permite la extensión en el espacio y en el tiempo del pensamiento. Un proceso muy complejo y cuya adquisición comienza muy al principio de la vida y el crecimiento. La  comprensión de la lectura requiere de una construcción mental, cada palabra y cada frase debe imaginarse o representarse,  y  transversalizarse de alguna manera para poder entenderse. Este proceso constructivo de la mente se desarrolla mediante el uso, como casi todas las funciones humanas. Y así fue como nos formamos desde pequeños, explorando, experimentando, leyendo  y fantaseando.

 

ATRAPADOS POR LA TV y la pornografía consumista

 

¿Pero qué pasó en los últimos 30 a 40 años? Con el terror del golpe militar la gente dejó de leer, se impuso el IVA a los libros, censura a las editoriales, autocensura a las librerías y el mundo intelectual decayó enormemente.

 

Pero la mente humana, no puede dejar de funcionar y se obsesionó con la TV, una pantalla con imágenes y voces que resultó demasiado atractiva; más de lo presupuestado. Las mentes se llenaron de contenidos provenientes de los directores de emisoras -censurados y autocensurados – y el afán de explorar, experimentar, soñar y crear y ese anhelo de la mente  reemplazado por  canales de TV, que empezaron a pensar por nosotros. Y ese pensamiento que transmiten es por necesidad banal, porque quienes financian los medios masivos son los  avisadores mediante esa pornografía consumista llamada publicidad, sólo interesados en captar la atención para vender sus productos.

 

Demás está decir que  los libros, a su vez, resultaron demasiado trabajosos para los menores de hoy, y de hace treinta a cuarenta años también. Las  aficiones durante la infancia –tenues al comienzo– los experimentos caseros con alambres, fierros, motorcitos, radios galena, bichos, animalitos, plantas, etcétera – quedaron para otra etapa del desarrollo, si es que no desaparecieron del todo. La posibilidad de profundizar y desarrollar este tipo de aficiones, hoy  se pierde en la bulla de la educación escolar tradicional (¡basta recordar que  el anterior Ministro de Educación propalaba a los cuatro vientos la barbaridad de  que la educación debe ser inglés y computación!). Una gran parte del tiempo libre de los niños en casa, lo pasan mirando TV. . . La realidad fue suplantada por las pantallas y las vitrinas.

LA “CALIFORNICACIÓN” DE CHILE – o el gran disparate

 

Cuando se lee, la mente trabaja.  Las personas que miran TV pierden esa afición, y además abandonan su capacidad de crítica y raciocinio traspasándose éstas a los directores de programación. Y no disimulo mi desazón con ese medio, que creo con dificultad se le puede encontrar un solo beneficio, y sinceramente creo que la única «norma» de la TV que valdría la pena implantar, precisamente por el deterioro mental que ha creado  y sigue creando, además del sobre-endeudamiento por consumismo banal, la americanización de nuestros estilos de vida ( o mejor aún “californicación de Chile”  ganial término acuñado por Roberto Matta ),  sería volver al sistema blanco y negro  (para horror de publicistas y “retailers”).

 

Obviamente me refiero a la TV abierta o “gratuita”. Y hay que decirlo; tampoco es  gratuita  porque se financia con publicidad, la que funciona eficazmente haciendo que los televidentes, la financian con su consumo. A esto tendría que agregar la sospecha de  que es que en buena medida  responsable de los altos índices de déficit atencional e hiperkinesis que se detecta en nuestra juventud. Esto lo digo porque los niños como buenos primates, son copiones por naturaleza y mirando desde muy pequeños esa pantalla en que las imágenes jamás se detienen, y continuamente  se interrumpen, no hay que ser un genio para concluir que sus mentes se van a acostumbrar y van a aprender a funcionar de la misma manera.

 

Mirar TV es una actividad totalmente pasiva, no hay posibilidad alguna de una construcción mental, y menos aún  de una reflexión.  Hay sólo una percepción pasiva de acciones y situaciones, sin intervención alguna del sujeto excepto claro, sentimientos afectivos de agrado o desagrado, deseo o rechazo.  A lo más se «sienten» cosas y se “entretiene” la mente con contenidos hechos a propósito para tener la mente ocupada en “entretenerse”, el mejor amigo de la flojera mental y  el mayor enemigo de la adquisición de conocimiento.

 

El leer, en cambio, es una actividad enteramente constructiva. Para entender lo que se lee, hay que imaginarse cada palabra, cada frase, palabra por palabra. La TV ha trastocado los hábitos de tal forma que creo no exagerar al afirmar que es ese medio precisamente el primer y mayor impedimento al desarrollo integral de los ciudadanos que hacen el país.

 

No sin razón, el Presidente Jorge Alessandri se oponía tenazmente a la introducción de la TV a color. El color en sí es un atributo que aumenta impresionantemente su persuasión, aunque no afecta para nada su contenido.

 

El presente esfuerzo de cambio a TV digital u otro sistema más moderno con mayor definición y más opciones, en discusión en este momento, será otro paso  certero encaminado hacia el deterioro de la cultura, la intelectualidad, la crítica y, por cierto, la comprensión de la lectura, de la edad del conocimiento, de la  inventiva y de la muy necesaria capacidad de innovación.   

 

 

*Capítulo I, del libro:  El Cerebrocidio   de Francisco Huneeus.