Por Fernando Jerez
La historia mundial registra varios nombres de médicos (o estudiantes de medicina durante algún tiempo) que construyeron su fama en la literatura: Chéjov, Arthur Conan Doyle, Celine, Pío Baroja, etcétera. Entre los chilenos, recordamos a Luis Alberto Heiremans, fallecido prematuramente en 1964.
Pero Francisco Rivas ha ido más lejos todavía, porque ha destacado de manera importante en varios frentes: en medicina, como neurocirujano y profesor; en política, como secretario nacional de la Asamblea de la Civilidad, la recordada agrupación que participó activamente en las movilizaciones contra el régimen dictatorial de Pinochet; también es licenciado en filosofía y fue embajador en Canadá. Pero la actividad más importante la ha consagrado a escribir cuentos y novelas. Como escritor se dio a conocer, paradojalmente, en el más oscuro anonimato: por temor a fatales represiones, durante la dictadura publicó sus libros bajo el seudónimo de Francisco Simón. Ni sus más cercanos sabían que aquel nombre ocultaba el suyo.
Su vida parece tan interesante, llena de nervio y aventura como la de Juan Igual, el protagonista de su novela El fabricante de ausencias (Planeta-Casamérica, 2009). Juan Igual es un hombre modesto, criado por su abuelo campesino con pocas posibilidades de acceder a educación. Desde pequeño lo inquieta una curiosidad, escrutar cómo funcionan los seres vivientes. Empieza a indagar en insectos y pájaros la mecánica del aparato locomotor, así como la energía y flexibilidad de los órganos de impulso, desplazamiento y sostén en diversos animales. Con los años -él es un rengo al que poco le importa la ausencia de su pierna derecha-, llega a conocer como nadie las complejas estructuras de la fisiología humana y ha comprobado en solitarias prácticas que es posible sustituir con éxito -mediante ingeniosos aparatos que él mismo fabrica, o con injertos de elementos que extrae de otros seres vivos o muertos-, las piezas faltantes de los cuerpos. Esta habilidad lo hace famoso en su entorno y luego, más allá de las fronteras de ese país «marginal» que es Chile.
Juan Igual es un aficionado autodidacta que le plantea retos a la ciencia, razón más que suficiente para que Francisco Rivas lo presente siempre acompañado por algún médico de profesión. De esta forma, realiza un extenso periplo mundial, verdadera sucesión de aventuras, llevando a cabo hechos quirúrgicos que asombrarán al lector. Sin duda esta novela rebasa con mucho los límites de la realidad pero, ¿acaso los prodigiosos avances de la medicina y los auxilios de la mecánica y la cibernética no traspasan con mucho la noción que poseemos de la realidad?
Francisco Rivas induce a Juan Igual a codearse con médicos y personalidades que en la historia mundial efectivamente fueron pioneros de los avances más significativos que ha experimentado la ciencia y la medicina, método que le sirve para rendir tributo a sus maestros y a los pensadores de la ciencia, especialmente a John Hunter, el célebre cirujano y anatomista escocés (1728-1793) que parece ser el inspirador de Rivas.
Llama la atención en esta novela que el léxico amplísimo y raro que el escritor utiliza -al parecer es su forma natural- con profusión de términos y palabras poco recurrentes no sólo en el habla común sino en la literatura, en nada opaque o frene la admirable dinámica de la prosa.
En la novela cada página es un descubrimiento y una invitación a admitir que el ingenio humano no avizora todavía el límite de su capacidad creadora. Francisco Rivas, quien ya antes había publicado celebradas novelas tales como Los mapas secretos de América Latina, El banquete, Todos los días un circo, Martes tristes, tiene el legítimo derecho de reclamar para El fabricante de ausencias una clamorosa consagración.
En Revista Punto Final
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…