Tenemos la oportunidad de conocer dos poemas inéditos de Martín Espada, uno de los poetas latinos actuales con mayor reconocimiento en Estados Unidos. Los poemas fueron traducidos por Oscar Sarmiento, poeta y profesor chileno radicado en Estados Unidos. Agradecemos a Oscar Sarmiento y Martín Espada por esta posibilidad de acceder a material inédito.
Letanía en la tumba de Frederick Douglass
Cementerio Mount Hope, Rochester, Nueva York
7 de Noviembre, 2008
Esta es la longitud y la latitud de lo imposible,
este es el epicentro de lo impensable,
esta es la encrucijada de lo inimaginable:
la tumba de Frederick Douglass, tres días antes de la elección.
Este es el mundo desprendiéndose de la gravedad de siglos,
donde la sepultura de un esclavo fugitivo se ha transformado en altar.
Esta es la tumba de un hombre que nació en calidad de posesión, que aprendió a leer en secreto,
raspando las letras de su nombre con tiza en la madera; ahora en la piedra aplanada por el yunque
un distintivo de la campaña llena la O de Douglas. La insignia dice: Obama.
Esta es la tumba de un hombre encadenado, que dejó sus huellas
en la garganta del negrero para que su látigo nunca esculpiera su espalda de nuevo;
ahora una camiseta de un sindicato se desdobla sobre la piedra: la ofrenda
de una enfermera, un conserje, un chofer de micro. Un adhesivo en la manga dice: Yo Voté Hoy.
Esta es la tumba de un hombre que sacó su llamado a la acción en la prensa,
escrutando por espejuelos el titular abolicionista; ahora un periódico
se despliega más arriba de la fecha de su nacimiento y muerte. El titular dice: Gana Obama.
Esta es la quietud en el corazón de la tormenta que comenzó en el cuerpo
del primer esclavo, arrastrado en el primer barco a America. Hojas amarillas
descienden en olas y el periódico se agita sobre la tumba, como las velas
que Douglass vio en la bahía, como los ojos cerrándose de un esclavo que se ve
escapar con la marea. Los que creen en espíritus verían las páginas temblando
sobre la piedra y dirían: mira como el muchacho esclavo aprende solo a leer.
Yo digo una oración, la primera en años: que aquí enterremos lo que llamamos
imposible, impensable, inimaginable, ahora y para siempre. Amén.
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La piscina de Villa Grimaldi
Santiago, Chile
Más allá del portón donde las caravanas derramaban su cargamento
de prisioneros vendados y las celdas demasiado estrechas para recostarse
y los cuartos donde la electricidad convulsionaba el cuerpo
amarrado a la parrilla hasta que los huesos se rompían
y el estacionamiento donde los interrogadores rodaban camionetas
sobre las piernas de los subversivos que no hablaban
y la torre donde los condenados escuchaban por el muro
la canción de otro preso la mañana de la ejecución,
hay una piscina en Villa Grimaldi.
Aquí los guardias y oficiales reunían familias
para los asados. El interrogador entrenaba a su hijo:
patalea. Gira la cabeza para respirar.
Las manos del torturador sujetaban el vientre de la hija
aprendiendo a flotar, debatiéndose en la lección.
Aquí el chapuzón de los niños, ojos rojos
con demasiado cloro, subía para alcanzar
a los presos en la torre. La policía secreta
hacía desfilar a las mujeres de las celdas desde la piscina,
diciéndoles: Bailen para mí. Aquí el anfitrión
servía galletas de chocolate y Coca-Cola
al prisionero que permitía que los nombres de sus compañeros
sangraran por su mentón, y los pulmones del prisionero
que se rehusaba a decir una palabra se inflaban
de agua, cabeza abajo al final de la soga.
Cuando un disidente tirado del pelo de una cubeta
con orina y excrementos clamaba por Dios y su clamor
acribillaba las hojas, los nadadores se sumergían bajo la superficie,
tocando el fondo de un silencioso mundo azul.
Desde la escalera a la orilla de la piscina podían mirar
a los prisioneros marchando vendados por el paisaje,
una mano en el hombro del próximo, camino
a la comida de mediodía y de regreso. Los vecinos
colgaban sábanas en las ventanas para mantener los fantasmas a raya.
Hay una piscina en pleno centro de Villa Grimaldi,
escalones blancos, azulejos blancos, donde seres humanos
se zambullían y chapoteaban hasta que en ellos lo humano
para siempre se había disuelto, desvanecido como los prisioneros
arrojados de helicópteros al océano por la policía secreta,
los vientres rebanados para que los cuerpos no pudieran flotar.
Martín Espada (Brooklyn, Nueva York, 1957) es uno de los poetas latinos más reconocidos del momento en los Estados Unidos. Su último libro, The Republic of Poetry (Norton, 2006), recibió el Premio Paterson al logro literario sostenido y fue finalista del premio Pulitzer. Este libro incluye una sección completa de poemas que Espada escribió en Chile. La antología Alabanza. New and Selected Poems 1982-2002 (Norton, 2003) reúne gran parte de los poemas que Espada ha escrito. El poeta es profesor de creación literaria y traducción en la Universidad de Massachusetts en Amherst.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…