Cuentos de Rosario León

Desprenderse

Me desprendo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, lo último que toca tu piel. Frío. El aire comienza a correr entre nosotros, se me eriza la piel. El viento me traspasa y te sigo mirando, percibiendo cada milímetro que nos vamos alejando. Intento ahogarme con lo que va quedando de tu olor. Exhalo.

Tu imagen se me va perdiendo mientras intento voltearme, se confunde con el girar con el movimiento circular de mis pensamientos que se me pegan a los ojos todos a un mismo tiempo, todo… me arrepiento, no sé muy bien de qué, pero algo… algo en algún momento de todos los que se revuelven en mí en este instante. Me congela el horror de terminar de dar la vuelta, con esa determinación irreversible que me mueve, como si en verdad estuviese preparada, como si en verdad lo quisiese, pero sigo el movimiento cerrando los ojos. Negro. Sé que todavía estás ahí y abro los ojos para verte por última vez, borroso, mientras giro, casi indistinguible por el haz de luz repentino, difuso en los colores que se desprenden de tu figura, sólo un instante antes de desaparecer del campo de mi vista y vuelvo a cerrarlos como si quisiera caer dormida aquí mismo perdida en la confusión de pensamientos al adormecerse, comienzo a perder la estabilidad. Me desprendo.

Perder

Perdí todo lo perdible. Perdí la casa, la calle y el camino. Perdí un trabajo, mi pase escolar, mi credencial de la universidad, un anillo de mi mamá, cientos de lápices, una carpeta naranja con un trabajo de poesía adentro, un estuche, maquillajes. Perdí una chaqueta olvidada en una micro, un poster de Jim Morrison, un paquete de marihuana, un collar centroamericano dentro del bolsillo de un pantalón masacrado por la lavadora, calcetines por montón (el misterio de los calcetines huachos), siempre pierdo mis pinches del pelo, perdí la clave de alguna tarjeta, mi disco favorito de Radiohead, perdí mis frenillos al tirarlos a la basura por equivocación, perdí a mi conejo. Perdí una foto donde salíamos todos, perdí el recuerdo del sonido de la voz de mi papá. Perdí la desfachatez y el desenfado, perdí el talento, la vocación y la certeza. Perdí a una amiga, palabras y tiempo.

Tarde

Agua, dedos, saliva, pasto, tierra, piedras, manos, muslos, caderas, sudor. Las ramas de un sauce se hunden en el agua, en el correr del agua, verde, se mueven constantemente, la corriente las empuja, se sumergen en el ruido permanente, en nuestros murmullos, en eso que me dices tan callado, que mascullas apenas. Calor, cansancio, sed, el sol pegando encima, pies en el agua, duraznos, pelo, piel, orejas, dedos con sabor a durazno, dedos con tu sabor. Todo quieto, cada uno en sí mismo, adormecidos y era tiempo, era tiempo de estar ahí bajo el sol, dejándonos llevar por el murmullo de las cosas, perdernos en la lentitud del aire tibio de esas horas, en el rumorear de los bichos y del viento. Quietud, tus manos enredadas entre mi pelo y la hierba, mis pies hundidos en el barro, pensando en esas horas que se escapan irreversiblemente, mirando a contraluz tu figura. Te digo algunas cosas que no alcanzas a entender, entre el humo y la humedad, te repito mi tristeza, mi nostalgia por adelantado de los días que vendrán, mientas toco las margaritas en mi pelo.

Viejas costumbres

Me detengo unos segundos antes de tocar el citófono. Me abre la puerta del edificio y yo pienso en devolverme, pero ya estoy ahí traicionándome. El departamento huele a incienso. Me siento en un sofá y él me ofrece algo para tomar. ¿Por qué me llamaste?, le pregunto, no sé, me responde. Tengo sed y él me trae un ron y unos hielos que tomo con los dedos y hundo en el trago. Y tú ¿por qué viniste? No sé, para verte supongo. Todo huele rico, la música suena agradable, hablamos de lo típico mientras nos terminamos el primer trago, lo cotidiano, trabajo, proyectos, anécdotas del día. Nos reímos y nos vamos poniendo cómodos. Me saco los zapatos y me recuesto, y tú te acercas tímidamente como si en verdad no te atrevieras a tocarme y me miras pidiendo permiso para sentarte conmigo, para que yo ponga mis pies arriba de tus piernas, los apoyo en tus muslos y aprieto los dedos cada cuanto contra tu pantalón y tú fumas, fumas y me miras. Me molesta el humo, te digo, ¿en serio?, en serio, apágalo. Te inclinas para apagarlo y dejar el cenicero sobre la mesa y, al hacerlo, me aprietas los pies con tu cuerpo, contra tu pecho, y al volver hacia atrás tu mano va del cenicero retrocediendo por el sofá hasta llegar a mis rodillas, te giras hacia mí mirándome y tomas mi pie izquierdo, lo levantas levemente y lo apoyas en tu pecho, luego lo muevo hacia tu cuello, con la punta del dedo gordo recorro tu manzana de adán, llego hasta tu mentón, y luego lo pongo sobre tu boca cuando vas a hablar. Cállate, te digo, cállate. Me miras serio y yo también. Nos quedamos así quietos, observando el estado de las cosas, mi pie en sus labios, yo tendida en el sofá, mi pierna levantada me hace caer el vestido hacia atrás, tengo en mi mano el vaso con los restos de hielo, sus manos están cerca de mi otro pie, que ahora está al lado de sus piernas. Me tomo lo que queda en el vaso, lo dejo en el suelo, muerdo los hielos en mi boca, un frío me recorre, un escalofrío que me hace mover el pie de tu boca, y rápidamente con tu mano izquierda lo sujetas y comienzas a besarlo, a morderlo y me da cosquillas, sabes que me da cosquillas, y sigues pasando tu lengua, lames mi empeine y besas mis tobillos.

Cierro los ojos y te siento desnudo sobre mi cuerpo, enredándote entre mis piernas, resbalándote en él, sobre mí, flotando en el agua. Siento mis pies hundidos en el agua con burbujas que suben por mis piernas. Abro los ojos y tu lengua va por mis muslos.

Todo es mudo alrededor. Tú y yo enmudecimos, preferimos hacerlo para no hablar de nosotros. No hay nada que hablar. La vida de cada uno es algo tan lejano a este momento en que levantas mi vestido negro, liviano entre tus manos, que hace un momento me parecían extrañas, cuando abrían la manilla de la puerta, cuando traían los vasos, tus manos, que reconozco al tomarlas con las mías, al arrastrarlas por mi cuerpo hasta mi cara, aprieto mi cara contra ellas, las huelo y las saboreo y reconozco ese sabor. Cierras los ojos y me tocas el cuerpo como delineando mi figura, recorriendo de memoria un viejo camino. No has cambiado tanto, me dices con ternura. Siento que ahora pesas más sobre mis caderas, te digo riendo, nada es como antes, y tú me respondes: estás igual de linda. Pero es mentira. Ni tú ni yo estamos igual, y sin embargo todo es como antes, mientras desabrocho los botones de tu camisa, que abro para ir poniendo mi piel.

Rodamos al piso, y me dices que me extrañabas, cometes la estupidez de decirlo. Te miro con una ceja en alto y te das cuenta. Te hundes en mi cuello. Pestañeo.

Bajo los párpados, lento, oscuro, los abro y aparece tu mentón. Parpadeo rápido por las gotas frías que me entran a los ojos. Te veo borroso por unos segundos. Pestañeo. Y siento la humedad y el frío, la lluvia gélida que cae sobre tu rostro pegado al mío. El ruido de la lluvia, el pañuelo con el que intentaba cubrirme el pelo está estilando. Tu mano lo saca de mi cabeza. Mi pelo gotea sobre tu cara cuando te beso. Te nublas tras el vapor que sale desde tu boca. Pestañeo.

Me muerdes el hombro como trayéndome de vuelta, como llevándome hacia a ti, me quejo y me recuerdas. Pones tus ojos muy cerca de los míos. Sonrío y se me marcan las arrugas. Veo las tuyas, más marcadas y más grandes, veo tus ojeras, tus parpados, tus cejas. Toco tus arrugas y el tiempo entre nosotros. Me subo sobre ti desnuda, me apoyo sobre tus hombros mientras me sigues con tus manos en mis caderas.

Me pongo boca abajo sobre tu pecho y me tocas el pelo, enredas tus dedos en él. Toco todo lo mío, lo que fue mío, y de pronto siento su vida ahí rodeándonos, y nada de eso me pertenece.

***

Rosario León Pinto

Nació el 07 de Julio de 1980 en Santiago. Luego de estudiar un par de años teatro se licenció  en Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile. Actualmente está terminando un Magíster en Literatura en la misma universidad. Participa hace un año en los talleres de cuento de Lilian Elphick.