Ocho microcuentos ajedrecísticos

Por Sergio Gaut vel Hartman

Kafkiana

Jorge Luis Borges corría entre las dunas de un lluvioso desierto. Se intuía perseguido por un alfil, pero no lograba recordar las leyes del ajedrez, si alguna vez las había conocido.

Soñaba con finales perdidos, y temía despertarse convertido en un monstruoso insecto de muchas patas, ridículamente pequeñas, tumbado sobre su espalda dura. En el sueño él no se llamaba Borges, sino Gregorio Samsa. No tengo salida, refunfuñó; era una situación kafkiana, sin lugar a dudas. Decidió seguir corriendo y confiar en el Azar.

Golpe de gracia

Cuando abrió los ojos, la Dama de Pique, el Caballo de Troya y la Torre de Pisa formaban una red de mate a su alrededor. Los peones de “La siciliana”, borrachos, se reían estúpidamente.

 —Estoy perdido —dijo—. Abandono.

 Asedio

 —Esa dama me acosa.

 —Es tu primera vez, ¿verdad? —dijo el alfil contemplando con afecto al joven peón—. Ya te acostumbrarás.

 Salomónico

 El conflicto entre caballos y alfiles, originado en que los primeros pueden visitar todas las casillas y los segundos sólo la mitad, se zanjó mediante la creación del alcabil, una pieza que mueve como se le antoja.

 Lúdico

 Dios no juega a los dados; juega al ajedrez. ¿Resolvería algo saber que si Deep Blue gana la partida habrá comenzado la Segunda Venida?

 Espionaje

 —General: hemos capturado a un espía enemigo.

 —¿Están seguros de que es un espía?

 —Segurísimos. Lo hemos confirmado con los hombres de Inteligencia Militar. Observe el mensaje en clave que hallamos entre sus papeles: 1e4e52f4exf3Nf3Nf6.

 El tablero de la vida

 Norman Bates y Bobby Fischer juegan una encarnizada partida de ajedrez. Un caballo muere en circunstancias misteriosas en la ruta 65, cerca de Wichita. El rey del trapecio da un salto al vacío. Una dama desengañada se suicida en Suiza. Un peón mata a su patrón y se refugia en la torre de Babel. El Obispo Negro se vuelve loco e incendia medio juego (el otro medio es blanco); el Sumo Pontífice muere carbonizado y el Gran Rabino de Jerusalén lo acompaña, transido de dolor. ¿Es posible relacionar todos estos hechos? Sin lugar a dudas: el tablero de la vida, una vez más, se ha cubierto de sangre y fuego. Norman Bates resulta derrotado, como todos habrán imaginado, pero él, lejos de angustiarse, lo disfruta. Bobby no se entera de nada.

 Sin hilo de Ariadna

 Borges terminó recibiendo, de parte de la impiadosa Caissa, un merecido castigo por aquel poema que hablaba de torres homéricas y reyes tenues, postreros. Por eso, en los clubes lúgubres y mohosos de las barriadas periféricas, cuando los aficionados juegan interminables partidas, es común ver una pieza fantasmal, que no es caballo ni alfil, y tal vez sí minotauro, tambaleándose ciega y sin lógica entre las laberínticas casillas.

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Sergio Gaut vel Hartman   (1947), escritor y editor, nacido en Buenos Aires en 1947.