Tus Náufragos, Chile (1994)

 A ti, Chile

A la magnitud del agua

sin fin desbordada

contra una línea herida

de sal y agresiones;

a la áspera noche

de los campos hirsutos

donde susurro y suspenso,

vuelo de raudos élitros, gemidos;

a la paz fría y azul

de los lagos del sur de la tierra,

puro silencio de hielos vertidos,

atávica mudez de nieves austeras;

al derrame de tus linfas pétreas

desde la altura estelar impoluta,

trémulas venas de apretada luz

sobre una cintura rubia derramada;

a tu extensión calcárea

bruñida de sol y pujantes minerales,

a tu salobre soledad

ceñida de mar y granito;

a tu regazo de piadosas ubres,

madre tribal, congregadora,

tú, delgado hogar conmovido

por el exilio de tus hijos ciegos.

A ti como al trigo y al agua,

a ti como al aire y al fuego,

a tu dimensión sonora prorrumpida,

a tu melena verde desgreñada,

a tus resistencias de araucaria y cactus,

de castaños y vientos erizados,

a tu cólera de fiera herida,

a tu estrepitoso invierno austral,

a ti, patria atroz, madre,

telúrica estampida planetaria,

indómita grey, ruda progenie,

acerbo grito de roncas gargantas,

a ti mi sangre estremecida,

a ti mi corazón como la noche,

a ti mis huesos de tu cal marina,

a ti mis sueños de obscura congoja,

a ti mi voz de tus hebras nocturnas,

a ti mi frente de tu piedra erguida,

a ti mi soledad de tu largo silencio,

a ti mi amor de tus amplios racimos,

a ti lo que emerge de mi ser en trance,

estando en ti, y teniéndote tan lejos,

amándote hasta el fondo

de tu ser abrupto,

latiendo en ti como un planeta errante.

Chiloé

Escribo sobre una costa hirsuta

que las coordenadas de sal procelosa

y abismal desvarío de iras terrestres

dispusieron como un perfil corroído,

donde mar y granito, asalto y resistencia

señalan el pulso de la geografía.

Nadie estuvo allí cuando las lenguas glaciales

lamieron su amenaza atroz

quebrantando la pétrea cintura

hasta descontrolar el orden del planeta.

Los hielos milenarios congregados

descoyuntaron la piedra con su peso sideral

desmembrando granito y sílex, roca abismal,

materias que el roce del agua guerrera aplacó

y redujo a frontera

de polémico embate.

Un archipiélago entonces,

un mar interrumpida de islas

inscribió su ser disperso en la geografía,

y el viento austral indagó sus latitudes,

y la lluvia elevó bosques de impenetrables perfumes.

Pueblos cuya prosapia

aúlla sus huesos extintos

en el confín de los ventisqueros inalcanzables,

pueblos que las tormentas finales

dotaron de acérrimo aguante y largas fatigas,

anclaron su errar ciego al pie de la niebla,

y allí entonces bullicio y alfarería,

arduo trajín de embarcaciones y peces,

arquitectura olorosa a vuelo y resinas,

comunidad de rostros como el océano.

Los hijos de la rutas salobres

clavaron sus aldeas de escamas resinosas

en la encrucijada de los húmedos vientos,

y surcaron la tierra con sus manos agrietadas

haciendo saltar tubérculos, bulbos fibrosos,

amasijos de luz oval, pulpa lustrosa,

granos que el sol doró de rojos destellos.

Ahora recorro los pueblos de pulso bullente,

los puertos que el mar polemiza, en la orilla,

interrogo los rostros donde el océano ondea,

piso los fríos guijarros que el agua lame, gastando,

entro en las iglesias como en un bosque dormido,

palpo la ruda piel de la artesanía,

y todo me devuelve en un delgado temblor

a la edad sepulta, a la niebla virgen,

a la lluvia primaria mojando las islas,

al vagar de los pueblos por las rutas salobres.

Amo, Chiloé, tu torrencial geografía

disgregada en la espuma destellante,

tu arquitectura que la madera abraza

como una madre silvestre sublimada,

tu pueblo auroral de mágicos dedos,

tus iglesias donde penetro temblando

y rezo transido de aromas terrestres,

tu mar procelosa erizada

de olas y peces y estrellas,

tu mar que guarda como rituales ofrendas

los huesos de los pescadores muertos,

la cal de tus hijos devueltos al útero sacro.

El bosque de Petrohué

A la raíz ciega del tiempo

apela mi estupefacto asombro,

mi encandilado ser sobrecogido

en el pétreo perfume de un bosque

cuyas hebras sumergen sus ligamentos

en la remota aurora de erupciones y saurios.

De aquella edad, cuando el hielo imperial

duró permaneciendo, o amontonó morrenas

socavando la roca, hundiendo el granito,

delineando el áspero perfil de los lagos,

de aquel tiempo de horario de piedras

cuando el grito gutural estremecía el aire,

y el fuego vaginal redujo el sílex a caldos

de proteicos zumos, de minerales brebajes,

de allí se desprendió la prímola selvácea,

el primer brote de voluntad vegetal,

la raíz de este bosque de penetrantes substancias.

Toco la madera de estirpe imperial,

acaricio el musgo de diminutos estambres

que el paso felino del puma austral

o las alas de aves guerreras rozaron,

palpo la fibra de sutiles conductos,

sus filamentos de seda o luz material

que la savia erigió de minerales disueltos.

Estoy solo en la espesa selva

rodeado de estalactitas silvestres,

ebrio de incontenibles emanaciones

brotando de la misma vertiente del tiempo,

apoderándose de mis sentidos hasta anularlos.

Ahora acerco mi oído a la piel rugosa

donde lluvia, frío y silencio porfiaron,

conecto mi interior al sacro misterio

de las emanaciones de limo institutriz

y desbordantes hidratos gestarios,

pego mi ansiedad de siglos vegetales

a la cáscara húmeda de ungüentos terrestres,

y un temblor de élitros truncos,

un murmullo de coleópteros muertos

sin fin transcurriendo,

un derrame de lluvias genitales

late en la madera y me devuelve el tiempo.

Mudo centinela de las edades muertas,

oh tú, viejo guardián de la senda del trueno,

en ti transcurso y floraciones

duran y se repiten, girando,

en ti el águila terciaria anidó,

y tus ramas sostuvieron nieve y granizo,

y lidiaron con el rayo de filo incendiario.

Mi estupefacto ser en ti  para siempre,

mis dedos de sed iracunda en tu copa,

mi voz sigilosa en tus ramas como la brisa,

mi oído en tu corteza recuperando milenios,

mi ansiedad de zumos terrestres a tus raíces,

mi sueño vegetal a tu largo sueño, padre.

En Laguna Verde (Ensenada)

En Laguna Verde el agua, Claire,

el agua luz glauca de estrellas caídas,

o esmeraldas de su sueño mineral

súbitamente arrancadas

y a volumen de núbiles linfas vertidas.

Miles de años trabajó aquí

un demiurgo de mágicos dedos

reduciendo ónix sideral,

turquesas de centelleante piel,

telúrica amatista de claras pupilas

a reunión de microscópicos cristales

por la luz enhebrados.

Como en un rito de iniciación mineral

entro al agua, me hundo

en los sacros secretos de la geología.

Es la primavera de la piedra, Claire,

es un bullir de efímeras formas

buscando su actitud final,

su perfil y color definitivos.

Ando entre materias errantes

cuyo destino no nace aún,

sumidas en el transcurso ciego.

Si me muriera ahora, Claire,

si mi ser animal apagara los vínculos,

me recibiría el agua

en su dimensión de luz astral caída.

Y ya no volverían mis pasos por la tierra,

ya no existiría mi volumen

de substancias extraviadas,

ya no rastrear mis huellas por el tiempo,

sólido mi ser final en el agua glauca.

El fantasma de Isla Negra

En Isla Negra el mar,

su embate de espuma rizada,

su reclamo en olas, sus gritos,

su vaho salobre arrojado

contra un puñado de casas calladas,

silenciosas como muertas.

Nadie por las calles solas,

por las calles que el mar fragoroso

llena de húmedos ruidos,

sepulta con su peso insostenible,

hace retumbar con su estallido.

Pueblo litoral, mágico poblado

donde tus náufragos, Chile,

tus hijos ciegos en el exilio,

donde los sueños de tus poetas

desvarían tactando el vacío,

como sonámbulos de otro mundo.

¿De dónde viene la voz,

de dónde la lluvia del sur

que canta aquí su quejumbre,

su atroz poesía de sueños muertos?

No sólo el mar sus sonidos,

no sólo el trueno quebrado

de sus olas desbordadas:

¿de dónde la voz, madre,

delgada patria, de dónde

la lluvia austral, su gorjeo,

su reclamo gutural insistiendo?

No mientan las calles solas,

no mienta el mar con sus ruidos,

no mientan las casas dormidas:

una voz espesa canta,

una voz de violas rotas,

la lluvia del sur aquí anclada.

Por el río Calle-Calle

Por el río Calle-Calle

fluyen hacia le mar los lagos,

fluyen las nieves de las cumbres celestes,

fluyen los pumas de centelleantes pupilas,

fluyen indios y volcanes.

El Calle-Calle cruza los campos cantando,

cruza los bosques inhalando aromas,

corre hacia el mar con su tesoro silvestre.

Por Valdivia van sus aguas antiguas,

por Valdivia con desgarrados copihues,

con piñones y avellanas, con gritos

de los poblados por el hierro estremecidos.

A Valdivia como si no hubieran muerto,

a Valdivia como si aún estuvieran:

enramadas de barro y coligües,

diademas de entretejidas fibras salvajes,

mazas que el peumo tributó a su progenie.

Por Valdivia el Calle-Calle

suena los viejos nombres dormidos,

nombres como truenos de atroces fonemas,

nombres torrenciales de la Araucanía.

A Valdivia ha llegado el rayo,

a Valdivia metálicos centauros:

el Calle-Calle fluye sus rostros,

su galope sordo, sus barbas crispadas.

Toda una eternidad cruzará esta tierra,

nuevos cataclismos sepultarán las rucas:

el avellano no olvida a sus hijos sepultos,

el Calle-Calle a sus héroes muertos.

Por estas aguas nuevamente sus gritos,

por este río eternamente Arauco.

****

Ulises Varsovia

Nací el 2 de julio de 1949 en Valparaíso, cuyo mar y sus tempestades marcaron definitivamente mi persona y mi poesía.

Estudié varias asignaturas humanísticas, y trabajé en tres universidades, tanto en historia como en historia del arte, al mismo tiempo que escribía poesía. En 1985 salí a doctorarme a Alemania, y como mi mujer es suiza, pude trabajar y quedar-me en San Gallen, ciudad en cuya universidad hago un par de lecciones.

He publicado 28 títulos de poesía, cinco de ellos en Chile, y tres dedicados a Valparaíso, el último: Hermanía: La Hermandad de la Orilla, en Apostrophesde Santiago (www.apos.cl). El libro más antiguo que he publicado es Jinetes Nocturnos, de 1974, pero tengo otros inéditos más antiguos. En 1972 publiqué un cuadernillo, Sueños de Amor, que circuló sólo entre amigos.

Me han publicado más de 70 revistas de literatura de todo el mundo, en varios idiomas, y repetidas veces, y estoy en numerosas páginas web.

En agosto del año 2006 salió a la luz en Sevilla, España, mi libro de poemas Anunciación. Ángeles y Espadas, publicado por la Asociación Cultural Myr-tos. Esta misma entidad acaba de publicar mi Antología Esencial y Otros Poemas(1974-2005), que incluye dos poemas de cada poemario publicado, es decir, 52 poemas «esenciales», y tres poemas de 12 libros inéditos, lo que hace un total de 88 poemas. Lo último mío aparecido es Vientos de Letras, también antológico, en colaboración con el poeta andaluz Alexis R. , editado por Myrtos.

De los 28 poemarios publicados, sobresalen Jinetes Nocturnos, de 1974/75 ,Tus náufragos, Chile, de 1993, Capitanía del Viento, de 1994 , El Transeúnte de Barcelona, de 1997, Madre Oceánica,Valparaíso, de 1999 , Mega-lítica, de 2000,  Ebriedad , de 2003, y la Antología Esencial.

http://ulisesvarsovia.tripod.com