Por Rolando Rojo 

En el año 2008 tuve la oportunidad de integrar el jurado para novela inédita del concurso Consejo del Libro y la Lectura. En esa ocasión, el jurado eligió entre un centenar de trabajos, (varios con destacados méritos para optar al galardón) a la novela titulada “Otros mares, otras islas”, firmada con el seudónimo de “Don Lucho”. (Si mal no recuerdo.)

Al jurado le mereció especial atención, el vigor de los personajes, la compleja estructura, la riqueza de su prosa, los distintos grados de escritura y los variados  recursos narrativos.  Nuestras mínimas diferencias estuvieron centradas en el exceso de historias paralelas y la profusión de escenarios. Finalmente coincidimos en otorgarle el primer y único lugar.

Hoy, la novela aparece  editada por Alfaguara con el nombre de “Las islas que van quedando”, y nos enteramos que “Don Lucho” es el escritor chileno Mauricio Electorat, autor también de “La burla del tiempo”, Premio Biblioteca Breve, año 2004.

Como era de esperar, la novela ha sido merecedora de numerosos artículos de crítica literaria. (La mayoría de los periódicos santiaguinos le ha dedicado columnas) Este es precisamente el punto que motiva nuestro texto.

Si bien es interesante y sano que los críticos tengan frente a obras artísticas (en este caso una novela) diferentes miradas, variedad de opiniones, enfoques distintos, matices, etc. Nos sorprende, sin embargo, que frente al mismo objeto, se tengan miradas tan extremadamente opuestas. ¿Se pueden emplear metodologías tan disímiles? ¿Pueden estos críticos estar animados de sensibilidades tan antagónicas?  El hecho es que “Las islas que van quedando”, ha conocido los efluvios del cielo y del infierno. A modo de confirmación emplearemos párrafos de dos artículos. En uno de ellos se lee:

(La novela es) “una amalgama de historias poco llamativas, con cruces forzados e irrupciones de poco valor”

“…Para peor, los personajes responden al cliché más básico que se pueda tener de ellos”

“…Así dentro del profuso y enredoso mapa de esta novela, entra a escena la isla de Juan Fernández”

“(La novela) “permite debido a su longitud y falta de contención aislar con facilidad la superabundancia de recursos que la componen: como si no bastara el exceso de palabras, la novela es, además, dada a la falsa dubitación, a la autointerrupción y al chiste fácil”.

“Por otro lado, el tema de la estructura, que en este tipo de novela ha de ser siempre granítica, pero que aquí tiembla ante el más mínimo resoplido del lector, pues no hay estructura  que resista el peso de tanta historia paralela”.

“Lo más molesto del libro es el tono humorístico de veta ciento por ciento chilena que cubre la novela con un manto de decepción de principio a fin”.

En fin, hay críticas peores.

Un artículo dominical, dice por el contrario lo siguiente:

“La novela de Electorat reclama como contrapartida de esa complejidad un lector especial, un lector también fuera de lo común, que no es en nada similar a aquel ingenuo y sencillo de novelas rosa. El tono paródico, los chispazos de humor y surrealismo ( el duende don Lucho, el perro con la cabeza de Fidel Castro) ceden, en conjunto a una grevedad y peatetismo trasuntada por e elaborado armazón formal”.

“La arquitectura de esta novela ha sido cuidadosamente…planificada. No hay cabos sueltos. Se trata de una novela con distintos grados de escritura, con novelas dentro de las novelas y otras novelas dentro de aquellas novelas”.

“El lenguaje apela a una amplia gama de recursos narrativos, manejados por el autor con gran oficio. El lector podrá deslizarse de un narrador en primera persona que monologa libremente hasta varios narradores en tercera persona con distintos tonos, estilos y perspectivas, según el plano de la escritura en que se encuentren”-

“Otra técnica que destaca es la diversidad de diálogos… a veces insertados directamente en el texto, cortando el orden lineal de la frase, otras escuetamente por medio de guiones  y otras después del nombre del personaje”

“Electorat corrobora  su oficio para manejar las técnicas narrativas contemporáneas y su capacidad para planificar y controlar la arquitectura de la novela.”

¿En qué quedamos? ¿Podemos los simples lectores guiarnos, por quienes tienen la misión de guiarnos y no desorientarnos?