Por Eddie Morales Piña, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile

Este libro es una antología del poeta chileno residente en Southampon, UK, realizada en Venezuela por Eduardo Gasca, quien ha llevado a cabo la selección de los textos como también del prólogo con que se abre el poemario.

En aquel, Gasca define al poeta Embry como una “suerte de trovador y de monje, de hombre de los caminos y del claustro”,  “activo poeta y erudito”, emparentado con el humanismo renacentista, y vinculado, además, a las letras patrias a través de Pablo de Rocka y Nicanor Parra, “las figuras mayores del desenfado”, como también a “gente de su propia generación”. Sin embargo, el prologuista y seleccionador se queda  con la imagen de “poeta del desenfado” para calificar que quehacer poético de Embry, argumentando que es un término elogioso, pues “hacer poesía cuidadosamente desenfadada no es cualquier cosa”. La antología de Gasca tiene la gracia –en el sentido prístino de la palabra- de recoger una importante cantidad de poemas de Embry, entregándonos así una panorámica de su escritura poética. Además, realiza una suerte de clasificación temática de los textos embrianos que, según el antologador, “fueron hechura del seleccionador y no del propio autor, son producto de una lectura y no de la escritura de los poemas, como hubiese sido lo ideal”.

Por otra parte, la antología es una buena oportunidad para conocer y valorar en su real dimensión la poesía de un autor chileno que ha sido soslayado por la crítica y de cuyo nombre, no todos los lectores tienen conocimiento. Además, el libro editado en Venezuela nos permite hacer un breve excurso en la poética y en la poiesis del autor.  Comencemos, pues, por hacer una indagación histórica. En 1965, la Revista del Pacífico, Universidad de Chile, Instituto Pedagógico, Valparaíso, año II, nº2, consignaba entre las páginas 160 y 163, los poemas “Alguien muere en el barrio”, “Tarde”, “Días de lluvia”, “La higuera”, “Hermano ausente” y “Vacaciones”, cuyo autor era Eduardo Embry. El concurso literario organizado por la Academia Literaria del Pedagógico, según dice en la página 159, llevaba el nombre del gran escritor neorrealista chileno Nicomedes Guzmán, y en el género cuento resultaba ganador José Varela, a quien conocí como alumno cuando entré a estudiar Pedagogía en Castellano a la Facultad de Educación y Letras de la Universidad de Chile de Valparaíso, el Pedagógico, ahora en Playa Ancha donde soy académico,  el año 1971. La Revista del Pacífico que tengo en mi poder junto con otras que ya son históricas, probablemente las compré en la desaparecida Librería El Pensamiento de la calle Victoria en Valparaíso en mis años de estudiante universitario

En 1968, Luis Fuentealba Lagos publicaba “Poetas porteños”; una antología de dieciocho poetas de Valparaíso, entre los que se encontraba Eduardo Embry. El libro fue editado por la Sociedad de Escritores de esta ciudad bajo el sello de Ediciones Océano. Hoy el libro es una joya bibliográfica no sólo porque ella recogió y fue una buena muestra de la producción poética en el puerto de Valparaíso a fines de los años sesenta del siglo pasado, sino también porque la portada la ilustró Camilo Mori, un destacado pintor y grabador chileno, y presentaba a Luis Fuentealba, el narrador porteño –“el hombre de Playa Ancha”, así llamado por habitar en ese cerro de Valparaíso, desde donde escribo esta reseña-, Carlos León, autor de “Sobrino único”. En la página treinta y cinco, aparece un joven Eduardo Embry, de quien se dice que “nació en Valparaíso en el año 1938. Aquí han vivido sus padres trabajando con honestidad. Aquí estudió. Aquí trabaja. El ámbito mágico del Puerto ha sido su único territorio de amistad y poesía. Desde aquí ha partido hacia algunos lugares de Chile a reconocer dónde están los ríos, los campos verdes, el monte y la gente sencilla y laboriosa que lo puebla”. Embry inició, por tanto, su actividad poética en el puerto de Valparaíso, constituyéndose en una voz significativa en el espectro poético de la denominada “generación del 65”. Fuentealba en su antología recoge estas palabras de Embry que explicaban cómo entendía él su escritura: “Trato de utilizar palabras vividas y conocidas por todos. Creo que todos, al decir todos, me refiero a los que alguna vez aprendieron a leer y a escribir, se sienten capacitados para escribir poemas. Algunos, por supuesto, se dan cuenta que no tienen dedos para pianistas, luego dejan la pluma. Sin embargo, otros se dejan llevar con la esperanza de llegar a ser algún día poetas”.  Más adelante, agregaba: “si escribo sobre mi infancia, es para afirmar el ser actual, y no para revivir momentos muertos definitivamente para el ser”. Y terminaba afirmando: “de ninguna manera me siento identificado con el llamado movimiento lárico”, refiriéndose a la actitud poética que empezaba a desplegarse por aquellos años en nuestro país liderada por el poeta Jorge Teillier, entre otros. 

Cinco años después de la publicación de esta histórica antología cuyo ejemplar tengo a la vista, vino el golpe de estado, y Eduardo Embry, al igual que otros muchos escritores, salió al exilio, radicándose en Inglaterra desde donde nos manda frecuentemente sus versos. Antologado por nosotros en la Nueva Revista del Pacífico el año 2005 con una muestra selecta de sus versos, nos encontramos ahora preparando un libro suyo que llevará por título “Al revés de las cosas que en este mundo fenecen”, con un prólogo de Fernando Moreno de la Universidad de Poitiers y un post prólogo mío. Con ello, estaremos divulgando, especialmente para las nuevas generaciones de lectores, “a uno de los poetas porteños más significativos de la lírica chilena contemporánea”, tal como lo ha hecho la antología preparada por Eduardo Gasca en Venezuela.

Según el crítico venezolano, la poética de Eduardo Embry está sustentada sobre la base de la actitud desenfadada que adopta el hablante lírico en el modo de aprehender y representar el mundo. Ciertamente que coincidimos con esta apreciación estética. La misma actitud desenfadada e iconoclasta la han tenido otros autores en la lírica chilena, como De Rocka y Parra, a quienes menciona Gasca. Sin embargo, creemos que esta perspectiva de los hablantes presentes en los poemas de Embry se entrelaza con el oficio poético desarrollado por los poetas medievales de la juglaría y de la clerecía, especialmente en la poética del Arcipreste de Hita. La ironía, el humor, lo iconoclasta, el desparpajo, el enmascaramiento y el carnaval, entre otros elementos discursivos que encontramos en el “Libro de Buen Amor”, y que resumen la poética de Juan Ruiz en el quiebre de la sensibilidad plenamente medieval, las evidenciamos en la poética y en la discursividad de Embry. Es decir, Embry es un poeta dialogante con lo mejor de la tradición de la lírica medieval hispánica, y, además, de la lírica post medievalista europea. En su poema “El amor diome con mesura respuesta a mis cuitas”, el hablante se describe como: “Yo, el arcipreste de ninguna parte, que una vez/ el amor tuve en la palma de la mano…”, nos revela lo que estamos diciendo. Embry, trasmutado en el hablante lírico, se reconoce ejerciendo un oficio, un verdadero mester (ministerium, de donde la palabra ministro, que en su origen, en su étimo,  alude al ministro sagrado, es decir, a aquel que tiene el oficio de traer y explicar el Verbo a las gentes) al servicio de la poesía.

Los hablantes de Eduardo Embry –que en definitiva, no son otros que el ser del poeta revestido de una carnalidad distinta propia del juego poiético-, se presentan ante el lector como sujetos degradados, es decir, yoes, que están en diversas situaciones vivenciales (“apagamiento del yo”, lo han denominado). El yo lírico embriano tiende a no tomarse muy en serio –influencia parriana, a no dudarlo-, y a caracterizarse por el desenfado  con que enfrenta los distintos momentos de acoger el mundo. Embry en su poética privilegia la actitud narrativa. Los poemas se nos despliegan como historias que van cautivando al lector, a través de una tonalidad coloquial que desembocan las más de las veces en situaciones inesperadas en que el propio hablante hace irrisión de las mismas. La actitud narrativa y el tono coloquial lo emparientan nuevamente con la poesía (antipoesía) de Parra.

La presencia de yoes poéticos desacralizados pone a la poética y a la poesía de Embry entre las modalidades discursivas que llevan a la despersonalización del sujeto lírico y, por tanto, a su abajamiento a través del tono prosaico. La reescritura constante de los paradigmas poéticos clásicos llevados a cabo por Embry, nos los muestra como un buen conocedor de la lírica clásica, especialmente de la hispánica, tal como lo hemos dicho más arriba. La confluencia de cultismo y palabras actuales le dan a los poemas la tonalidad clasicista que no es otra cosa que una actitud irreverente frente a las formas canónicas de la escritura poética, como la reutilización de las formas prestigiosas de la misma, pero puestas en una situación paródica y carnavalesca en el sentido bajtiniano de los términos.

La deconstrucción de los cánones poéticos de la escritura del poeta porteño (¿seguiremos llamándolo así, o mejor, poeta universal?) está revelada cuando entra en una actitud dialogante con la escritura de un formato clásico como lo fueron los exemplos medievales. Tanto en el arcipreste de Hita como en el Infante Don Juan Manuel tenemos los modelos canónicos; el rasgo esencial del exemplo es que su textualidad nos lleva a la muestra ejemplar de una enseñanza moralizante. Pues bien, los exemplos embrianos son la inversión de dicha actitud plasmada mediante la actitud lúdica e irónica en el planteamiento de una determinada temática o actitud vitalista.

La subversión de los órdenes, es decir, el carnaval y el enmascaramiento, la actitud festiva e histriónica de los hablantes de Eduardo Embry entran fácilmente en sintonía con los lectores. Esta actitud es propia de quien ejerce un menester (mester, ministerium) con el que goza y se divierte; nos referimos evidentemente ahora al poeta Embry, ya no al que está trasmutado lingüísticamente en la diégesis poética, sino a aquel que escribe gozamente pensando, tal vez, que las palabras que le escribió al poeta Fuentealba in illo tempore se hicieron realidad.

La antología de Eduardo Gasca es una hermosa muestra de los que hemos explicado metacríticamente, y fue presentada en la Escuela de Bellas Artes de Caracas dentro del marco del 6º Festival internacional de Poesía por el crítico y escritor Luis Calzadilla. Los ejes temáticos que son siete (número pleno y lleno de simbolismos) despliegan los poemas sobre la poesía, el amor, el hombre, la casa, la familia, la humanidad, la alienación, el poder, el imperio, la libertad, la esperanza, la patria, la opresión , la rebeldía, entre otros muchos; en definitiva, la Historia y la intrahistoria unamunianas. La antología de Gasca nos pone enfrente a un poeta mayor que, insoslayablemente, debemos conocer y leer, pues en él está encarnada “una conciencia crítica de la cultura, de la sociedad y de la vida en general”.

En Valparaíso, a treinta y un días del mes de agosto de 2009 A.D.

Embry, Eduardo: Manuscritos que con el agua se borran. (Antología). Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana. 2009.