Desencierro de Juan Mihovilovich  por Álvaro Mesa L.

Desencierro, novela de Juan Mihovilovich, Ed. LOM 2008, 233 pp.

Desencierro, en una primera aproximación nos  evoca a metales viejos que abrimos, y que siempre queremos abrir. Nos cautiva el sonido, porque suena a libertad. Pero esto, es sólo una de las muchas señales del autor.

El desencierro que apuesta Mihovilovich, con gran oficio, es total. Hay que abrir todas las puertas, hay que despertar los sueños escondidos, hay que oxigenar al hombre, hay que reinventar la sociedad. Para ello una y otra vez porque son infinitos, los temas que refiere el autor son gritos de humanidad. Lo terrible,  la angustia, el amor, la muerte que pasa por nuestras venas, los podemos  canalizar  para que florezcan. Florecer que será una ventana, una visita,  una golondrina, un colibrí, una estrella, un río, una ciudad, una mirada, un beso, una grata conversación, un caminar, un  amanecer, un océano, el afecto. También en la obra, desde la mirada del Derecho se aprecia un excelente ejercicio de la teoría argumentativa. De la misma forma hay una clara denuncia sobre lo que significa cercenar la libertad. Más aún,  tomar  conciencia que el encierro es la negación de todos los valores del hombre. El encierro jamás hace más  persona al hombre y en modo alguno lo rehabilita. El encierro lo vuelve loco y lo mata. El escritor en la página 44 lo relata  así: “Aquí hay demasiada gente. Imagino que lo ha notado. No en esta pieza por supuesto: me refiero al entorno. Gentes apiñadas como borregas, cada uno deseando que el vecino no lo escupa o le perfore el esófago. Usted podría hacer algo: no sé, recurrir a terceros, llevar unos cuantos a otro sitio. ¿No es posible? Se puede, solo es cuestión de voluntad. Hay lugares deshabitados, espacios más vastos. Esto es  tan bestial, tan carente de humanidad. Asómese al pasillo y vea cómo deambulan sin sentido los más desamparados, los de miradas absortas, los que cuentan los escasos vidrios de las ventanas, los que se aferran diariamente a los barrotes. ¿Los ha visto? ¿Qué sí los ha visto? No. Usted divisa únicamente sus gestos exteriores, sus paseos cansados, sus repentinas correrías, sus miradas vacías. Pero sea sincero: no los ve interiormente. No imagina qué cantidad de mundos contienen esos seres desprovistos de Dios…..”

 

Temuco, invierno del 2009

Álvaro Mesa Latorre