La consecuencia de un escritor

Por Iván Quezada

Se dice que un escritor vive todas sus historias antes de los 30 años y luego dedica el resto de sus días a contarlas. Así le sucedió a Francisco Coloane, quien pese a transcurrir buena parte de su existencia en Santiago —como funcionario público o de periodista antes de obtener el Premio Nacional de Literatura, en 1964—, en sus textos volvió una y otra vez a sus experiencias juveniles en Chiloé, la Patagonia y los archipiélagos que rodean a Punta Arenas.

Pocos chilenos han pisado la Patagonia. Es una zona con escasa vegetación, un desierto helado a fin de cuentas, donde la economía está organizada en estancias y rebaños de ovejas. El ocio está vedado a quienes subsisten allí; peor aún, cada momento tiene un alto costo físico y mental. La soledad es abismante, se expande junto con los enormes territorios, y después se retrae para envolver a la gente… ¿Cómo sabemos todo esto? Evidentemente, nuestra pequeña vida urbana —con el consabido itinerario del televisor al trabajo y viceversa— impide que nos enteremos de nada. Y, sin embargo, la Patagonia ocupa un punto en nuestra imaginación.

Gracias a Coloane. Con su muerte, acaecida el 2002, el mundo de su juventud se desvinculó de él y los mitos de su memoria cobraron plena realidad, constituyendo la identidad austral. ¡Cuánta razón tenía al negarse a los homenajes! Quiso morir en silencio, como lo hacen los hombres del fin del mundo, que él mismo describió en sus libros de cuentos Cabo de Hornos, Golfo de Penas o Tierra del Fuego. Un auténtico escritor no puede permitirse inconsecuencia alguna en las cosas que importan. Resulta cómico ver a los comentaristas desgañitarse comparándolo con clásicos como Hermann Melville o Jack London. Los lectores, a veces, saben más que los críticos, sobre todo cuando se trata de entender las palabras como actos y no como meros artificios de estilo.

Más allá del Sur

Conviene preguntarse cuál es la verdadera importancia del escritor. En una época como la actual, en que se lee poco, a menudo se le otorga demasiada. Nunca antes se había publicado tanto como ahora y seguramente en el futuro los títulos aumentarán. ¿Para beneficio de los carpinteros que fabrican anaqueles? O lo podemos plantear de otro modo: ¿en qué lugar se originan las palabras y hacia dónde se dirigen? En el caso de Coloane, la respuesta convencional está teñida de sentimentalismo. Se afirma que sus relatos surgen del conocimiento de esa zona remota, que comienza en la X Región y acaba en la Antártica. Tierras y hielos exóticos ante los ojos cómodos de quienes nunca atravesaron la cordillera a pie, o se contentan con el «turismo aventura»…

Tal vez por remordimiento, la época presente multiplica los premios y condecoraciones a los autores. Vivimos en un simulacro de cultura, y para colmo le restamos más significado al convertirla en rentabilidad, en un «plus». La relevancia de la escritura, sin embargo, se manifiesta en su capacidad de dar testimonio de la naturaleza humana, y juega sus cartas en el monólogo que todas las personas entablan consigo mismas. En las narraciones de Coloane, el hombre es una extensión o un semilla sin frutos de algo cruel, y su permanencia y reproducción sobre el planeta depende de fuerzas por entero desconocidas.

El fin del mundo revelado en Coloane, es el fin del hombre. Con frecuencia se dice que sus temáticas giran en torno al océano Pacífico y a los brazos de agua que, ondulantes, atenazan el extremo sur de Chile. Para mí, no obstante, su literatura es anfibia. El viento que se desliza ululante por la Patagonia, es un mandato que jamás ignora y da la señal de destrucción en sus cuentos. Bajo su influjo, el hombre tiene que primero matar a su semejante en sí mismo y luego consumar el crimen en los animales, en la naturaleza, en el adversario o en su propia mujer. No tiene alternativa.

El Heroísmo Humano

 El novelista estadounidense Francis Scott Fitzgerald, defendía que la novela era un camino para expresar sentimientos. Y luego añadió que nunca supo de dónde le venían las palabras; era un proceso hermético. La «nulidad» del escritor sería distinta, sin embargo, a la de un actor: no requiere de apoderarse de los personajes de una obra, porque éstos le son conferidos por la fatalidad inherente a su oficio literario.

Desde luego, comprender el mundo no es nada fácil. Coloane lo sintetiza en un rincón alejado del experimento humano, y allí busca las claves del misterio: en hombres fugitivos, solitarios, hoscos, sacudidos por una sexualidad que les deja la boca seca y la mirada perdida. Más que sus condiciones inhóspitas, es la naturaleza amoral de la Patagonia lo que ahuyenta a la civilización, dominando la ruda y violenta ley consuetudinaria.

Así lo entiende Coloane, quien observa y anota imparcialmente la tragedia de renegados y justos. No obstante, del mismo modo que se prodiga en la matanza y la sobrevivencia, también rescata en sus protagonistas un heroísmo discreto. Los hay que no resisten sus impulsos terroríficos, o que ni siquiera presentan batalla; pero junto a ellos, ya sea como sus víctimas o sus victimarios, se apoderan de la acción otros individuos que luchan por domar el extremo del mundo y para quienes el fracaso, en último término, no es una derrota.

El narrador mira con distancia y nunca se amilana frente a las arremetidas de la cruel naturaleza. Combate con el medio y no teme introducirse en los laberintos espirituales de sus criaturas. Recorre con perseverancia el universo cerrado de los inmigrantes. Un día se encuentra en el lado chileno y al siguiente en el argentino. Sabe que en ese territorio confluyen todos los tipos humanos, todas las razas, todos los credos, y por tanto tiene claro que las fronteras son una ficción.

La creación de este héroe anónimo es la mayor victoria de Coloane. Su sola presencia, en nuestro imaginario, permite ver la muerte sin autocompasión. Para el Coloane de carne y hueso, debió de ser un consuelo después de una vida larguísima (más de 90 años), en que padeció tiranías y desaires, siempre como un habitante más de Santiago, al igual que tantos otros que sobreviven en la urbe refugiados en sus departamentos y recelosos del futuro.